Jueves, 25 de septiembre de 2014 | Hoy
EL MUNDO › OPINION
Por Emir Sader
El que quiera refugiarse en el catastrofismo tiene un puerto seguro donde recalar. Puede seguir, diariamente, destacando los descalabros del mundo de hoy, entre guerras, miserias, crisis económicas, inestabilidades políticas, amenazas medioambientales, entre otros.
Total, el capitalismo, habiendo triunfado en la Guerra Fría, no ha logrado retomar un ciclo expansivo de la economía. Al contrario, en el centro mismo
del sistema, en sus regiones más ricas, ya hace 6 años que está en crisis profunda, que destruye el Estado de bienes-tar social –su mejor construcción histórica–. Las economías norteamericana y europea no tienen horizonte para volver a crecer, difundiendo sus tendencias recesivas hacia la coyuntura del sistema.
La hegemonía imperial norteamericana, aun habiendo triunfado en la Guerra Fría, tropieza en un mundo de guerras cada vez más prolongadas, brutales y sin perspectivas de paz. Afganistán, Irak, Libia, Siria, Palestina, entre otros, son epicentros de guerras y violencias cada vez más sangrientas, sin que ninguna instancia intervenga para buscar soluciones de paz.
En un mundo de riquezas, la miseria, la pobreza, la exclusión social, la desigualdad sólo se multiplican. Desde Europa hacia Africa, pasando por Asia y por países de Latinoamérica –como México, por ejemplo–, la situación social se deteriora.
Un catastrofista puede desde su ventana –o desde su computadora– hacer su diario del fin del mundo, con materiales fértiles. El mundo está al borde de una crisis ambiental que lo llevará a la desaparición. El capitalismo presenta un escenario de estancamiento, de predominio de la especulación sobre la producción, de eliminación de empleos formales y de derechos sociales en general. Habrá quien diga que terminará en 50 años, sin explicar qué es lo que lo sustituirá ni cómo se daría ese final.
Total, el mundo es un caldo de cultivo para el catastrofismo. El denuncismo prolifera por todas partes. Hay generaciones de cronistas del caos, que nunca han construido nada, cuyas denuncias son reiteradamente desmentidas por la realidad, sin que cambien sus posturas.
El catastrofismo le hace el juego al mantenimiento del mundo –catastrófico, por cierto– tal cual él existe. Busca descalificar a todo intento –realizado o no– de construir alternativas –que serían y son fatales para los catastrofistas. Parece una posición radical, intransigente, profunda, pero en verdad es una posición conservadora, resignada, que transita entre el escepticismo y el cinismo.
Es cómodo, se exacerba la crítica radical de todo lo existente, “todo es igual, nada es mejor”, como canta “Cambalache”. Pero es una invitación a la inactividad, que logra a veces conquistar a jóvenes que, precozmente, asumen actitudes de renuncia a asumir la realidad –con su complejidad y sus contradicciones– como ella efectivamente es.
El catastrofismo no es resultado de un análisis, es una postura psicológica, cómoda, perezosa para encarar la realidad. Tiene, como efecto, quitar fuerzas –intelectuales y políticas– a las luchas de trasformación de la realidad.
Toda visión catastrofista toma una o más de una tendencia real, para proyectarla a futuro, sin considerar las –siempre existentes– contratendencias. Ninguna tendencia catastrofista tuvo tanta difusión como la visión malthusiana respecto de la expansión demográfica y la supuesta incapacidad para producir alimentos en ese mismo ritmo. Una proyección que se reveló equivocada: hoy se producen alimentos para el doble de la población mundial, pero muy mal repartidos. A la vez en varias partes del mundo hay decrecimiento demográfico.
Al igual que hoy, hay síntomas de contratendencia, que terminan por desmoralizar las previsiones catastrofistas. Sí, el mundo no está bien, guerras, miseria, contaminación, pero pregúnteles a los chinos qué les parece la idea de que se va al peor de los mundos. Y no son pocos los chinos. Pregúnteles a los brasileños si han mejorado o empeorado sus vidas, si piensan que van a seguir mejorando o no, si están contentos de vivir en su país. Pregúnteles a los bolivianos, a los ecuatorianos.
Esos que han mejorado se han opuesto y contradicho a los fatalismos, el pensamiento único, las fórmulas económicas que pretendían ser insuperables o las previsiones pesimistas, catastrofistas. Porque todos los grandes cambios, que mejoran la vida de la gente, son hechos en contra de los catastrofismos.
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