Jueves, 25 de septiembre de 2014 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Lucas Farioli Barbieri *
Argentina y Turquía son dos países indistintamente dispares y al mismo tiempo íntimamente ligados. El hecho de que se sitúen en diferentes continentes, hablen distintos idiomas, y profesen distintas religiones consagran las diferencias más acusadas. Sin embargo, ambos comparten una historia común de represión, desaparecidos y finalmente el arduo camino por la lucha por la justicia y el reconocimiento.
Lo sabía bien Alejandro Haddad, periodista y documentalista argentino de origen sirio-libanés, irremediablemente enamorado de Turquía y sus idiosincrasias: Ale, como le llamaban sus amigos, poseía un talento especial para retratar desde el lenguaje narrativo los dilemas humanos. En una búsqueda de respuestas y quizás de sus propias raíces, se embarcó en 2013 junto con su amigo Nicolás Valentini en su proyecto más ambicioso: Pañuelos para la Historia, un documental que narra el viaje de Nora Cortiñas (Madres de Plaza de Mayo-Línea Fundadora) al Kurdistán turco para visitar a las madres de los kurdos muertos y desaparecidos por el Estado turco.
Ale arrastraba una enfermedad muy difícil que nunca le impidió seguir escupiendo verdades. Aún con las dificultades propias de su padecimiento llegó a Estambul con Nora y Nicolás para reunirse en la vigilia de las Madres de los Sábados (madres kurdas que protestan en silencio en la avenida Istiklal por sus hijos desaparecidos). Grabó cada segundo de aquellos momentos y prosiguió su periplo hacia Diyarbakir, epicentro del Kurdistán turco. Llegaron el día del Nawroz (Año Nuevo kurdo, y símbolo de la resistencia de este pueblo) y no perdieron detalles de las masivas celebraciones. Desde allí, partieron con Nora y un grupo de las Madres Kurdas por la Paz (organización de madres de desaparecidos kurdos) a la capital, Ankara, para pedirle mediante una misiva al gobierno turco y a la representación de las Naciones Unidas que se impliquen genuinamente en la búsqueda de una solución pacífica a un conflicto que se ha cobrado más de 35.000 muertes en los últimos treinta años. No fueron bienvenidos pero la policía no se atrevió a actuar. La cámara de Ale era su mejor arma de disuasión. Los funcionarios de la ONU tuvieron que recibir a las madres en la calle y aceptar la misiva. Aquello quedó registrado para la historia.
Para Ale la búsqueda de justicia nunca entendió de idiomas, religiones o fronteras. Por ello se consagró en difundir la causa kurda en la Argentina, darles voz a los que no la tienen y explicar que aquella sangrienta disyuntiva existe aunque no la veamos, aunque no nos lo cuenten. Hoy sí, Ale ha perdido la batalla contra su enfermedad. Se nos va para siempre un excelente periodista, un poeta, un amigo, un hombre hambriento de justicia. A Ale hoy lo llora el Kurdistán y hoy más que nunca lo lloramos los que creemos en la justicia universal.
* Periodista.
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