EL MUNDO › POSTALES DE LA NUEVA TRANSICION ESPAÑOLA
El efecto Z y las intoxicaciones de los otros
Por Rodrigo Fresán
Desde España
Hace una semana que el mantra de campaña y expresión de deseo ZP (Zapatero Presidente) mutó a acontecimiento histórico y acto consumado PZ (Presidente Zapatero). Y aun así, cierto aire de onírica irrealidad todavía sobrevuela esta España que –súbitamente y contra casi todo pronóstico– ha cambiado de signo y de humor. Todo español con el que uno se encuentra manifiesta el síntoma y el desconcierto y te dice cosas como: “Han pasado demasiadas cosas en demasiado poco tiempo: el último tramo de la campaña electoral; las encuestas que decían que el PP no tendría mayoría absoluta y que el PSOE iba subiendo posiciones sin prisa ni pausa; las bombas en los trenes; ETA convirtiéndose en Al-Qaida; la manipulación informática del Ministerio del Interior; las marchas multimillonarias; la victoria de Zapatero... Es mucho para tan pocos días y se tiene la impresión de que nada ha tenido tiempo para desarrollarse en su justa mediada. Es como si vieras varias películas en la misma pantalla del mismo cine, todas juntas”.
Así espanto, sorpresa, ilusión, desconcierto: todo junto ahora ante el panorama de un nuevo futuro surgiendo sin aviso de un pasado que se pensaba atornillado al presente. Así, demasiados hechos para asimilar y los diarios y los noticieros no son de mucha ayuda pero ahí están y se han visto obligados a un curioso ejercicio revisionista y sintetizante de la historia recientísima para que el lector o el espectador –agobiados por una sobredosis de efectos especiales y afectos más especiales todavía– pueda más o menos saber en dónde está parado y se olvide un poco de que hace tanto que no le mueven tanto el piso, porque el piso sigue moviéndose. Mucho.
El efecto Z
La primera sorpresa –para unos golpe bajo, para otros golpe de efecto, para algunos milagro– ha sido la súbita materialización de José Luis Rodríguez Zapatero como vencedor de los comicios e inminente –se calcula que para finales de abril– presidente de gobierno. Todo estaba preparado para que Rajoy ganara y pactara y, sí, un Zapatero más curtido –si se las arreglaba para flotar sin hundirse– fuera presidente de aquí a cuatro años. Pero las bombas adelantaron el programa y no fue –como dijo el PP, de un modo apenas velado, que los votantes españoles hayan votado sin saber lo que hacían, anteponiendo los últimos tres días a los últimos ocho años– que los estallidos cambiaran el rumbo, pero sí sacaron de la abulia a ese votante que, llegado el día de las decisiones, elige no elegir. Paradójicamente, esta masa de fiacas electorales –que fue la que en 1996 llevó a Aznar a La Moncloa con una victoria apretadísima sobre González– está compuesta por españoles progresistas. Y, sí, paradoja de paradojas: el PP cuenta con que los socialistas más progres no cuenten en las urnas, no vayan, les despejen el camino y se queden en casa leyendo o escuchando música o mirando el techo. O durmiendo (no olvidar que ZZZZZZZ es el sonido que emiten los personajes de las historietas cuando sueñan dulces sueños agrios). Esa era su arma secreta y su as en la manga. No funcionó esta vez: el estrépito de varios trenes volando por los aires despiertan hasta los zombies. Y no es tanto que el PSOE le haya arrebatado demasiados votos al PP –que en cualquier caso reunió más de 9.000.000 de votos– sino que unos cuantos cientos de miles con los oídos todavía zumbándoles decidieron que era hora de ver cómo era eso de doblar una papeleta y meterla adentro de un sobre y de ahí a la urna. Súmense unos 2.000.000 de flamantes votantes vírgenes incorporándose al padrón con ganas de debutar y de emociones fuertes y novedosas y los resultados están servidos y Zapatero a tus zapatos.
Más jovenes que los Stones
Y ahí está este hombre de 43 años dispuesto a tomar la sartén por el mango y a que la tortilla se vuelva. Es joven como suelen serlo los mandatarios ibéricos. “Presidentes más jóvenes que los Stones”, suena y dice aquella canción de World Party. Y Zapatero es mucho más joven que Mick Jagger y está, de entrada, marcado a fuego por el Efecto K, por el otro Efecto K: ese inmortal Fantasma Kennedy que aparece en el momento justo para patear el tablero, cambiar las reglas del juego y reiniciar la partida.
De entrada –para una población con un exagerado volumen de ancianos; España es el país con menos jóvenes y con menor tasa de natalidad en Europa– ese éste el primer pero que le ponen los muchos que lo consideran un poco tiernito para el cargo. La otra contra es que muchos otros –tal vez confundidos después de años por la belicosa crispación de Aznar– lo consideran un poco demasiado calmo y conciliador. Preocupa la posibilidad de que el teórico Efecto Z sea, a la hora de la práctica, el Defecto Z. No en vano la revista dominical de El País tituló –a la hora de su perfil total un par de semanas antes de las elecciones– “El socialista tranquilo” jugando un poco con aquella novela de Graham Greene, con aquella película de John Ford, donde hombres aparentemente dóciles escondían un tigre en su tanque. (A la hora del candidato del PP, El País tituló “El enigma Rajoy” y ahora, claro, el enigma permanecerá hasta la próxima.)
Y lo cierto es que Zapatero tenía mucho que probar en sus primeros días; porque buena parte de los españoles lo habían asimilado como un “rostro amable y sonriente”; un lírico obsesionado con El Quijote como figura insignia de los españoles (no olvidar que Quijano es, finalmente, un alucinado fuera de toda realidad); y forma de una oposición a Aznar que, si bien había ido creciendo en efectividad en los debates parlamentarios, se veía constantemente desarmada por la blindada mayoría y unidad absoluta del PP detrás de su caudillo y por demasiadas crisis en las tripas del PSOE en demasiado poco tiempo.
En el espejo
En cualquier caso, ahí está Zapatero y está claro que se impuso dejar las cosas claras desde el vamos con la exigencia al gobierno saliente de que lo consulte para todas las decisiones importante; el anuncio de que el Ministerio del Interior pasará a llamarse “de Seguridad” y tendrá mayores competencias; la creación de un Ministerio de la Vivienda (uno de los grandes problemas españoles, el sueño de la casa propia es la más irrealizable de las pesadillas, los precios son inhumanos); y, claro, la tan mentada promesa de la retirada de las tropas de Irak. Algunos, ya lo acusan por ese matiz –en cualquier caso aclarado durante la campaña pero ahora insuficiente luego de lo sucedido– del “nuestros soldados volverán a no ser que queden bajo el mando de la ONU”. Un periódico local contó que, cuando el lunes pasado Zapatero fue a visitar a los heridos por las bombas, un soldado lo tomó del brazo y le dijo “No quiero ir”. “No te preocupes, no irás”, fue la respuesta de Zapatero. Kofi Annan le pidió que se quede y John Kerry le pidió que no se vaya y –a un año del comienzo de las hostilidades contra Saddam– se discutió en editoriales de medio planeta si las elecciones de España las había ganado el PSOE o Al-Qaida. Mientras tanto, con la mortal puntualidad de las malas noticias, el martes nació el muerto 201 de los trenes de Madrid; otro pedazo de Bagdad quedó reducido a escombros; Inglaterra e Italia (Berlusconi insiste en que las bombas madrileñas las puso ETA) tiemblan pensando en cuánto menos faltapara que Osama bin Laden les pase factura; mientras que –como si volviera a ser 1999, como si acá no hubiera pasado nada– otra vez volvió a arder Kosovo.
El horror elegía otros lugares para pasear pero Madrid todavía experimentaba las réplicas del sismo. Siete días después de los Big Bangs, la estación madrileña de Atocha era una catedral desbordada de flores y velas y mensajes y fotos. Uno de ellos –acaso el más ingenioso– era un espejo apoyado contra una pared con un cartel donde se leía: “El próximo puedes ser tú”.
Intoxicaciones
Mientras tanto, ruido blanco, estática, acoples, poluciones diversas.
El PP se repliega como puede y se dispone a la retirada. Algunos siguen insistiendo en aquello de las “intoxicaciones” culpables del vuelco electoral y otros desclasifican documentos de inteligencia para “salvar el honor y el prestigio” del gobierno y demostrar que no se manipuló la información del 11-M (lo que no impidió que los corresponsales extranjeros en Madrid asentaran una queja por presiones para que repitieran una y otra vez, como bebés, ETA ETA ETA en lugar de... AQUELLA).
El martes pasado los partidarios del PP se juntaron frente a la sede madrileña para saludar a los héroes caídos: Rajoy admitió errores y salió al balcón y Aznar admitió errores y –desaparecido de los lugares que solía frecuentar desde hace días– fue reemplazado por una foto que un anónimo sostenía a la altura de su rostro produciendo un curioso efecto óptico. Hubo alguna escaramuza con gente del PSOE que pasaba por ahí y volvieron a estallar pequeños combates dialécticos a huevazos y monedazos el jueves por la noche en la première madrileña de La mala educación, el nuevo film de Pedro Almodóvar.
Ocurre que las afirmaciones –un tanto apocalípticas, hay que admitirlo– del director de cine en cuanto a que en algún momento temió una intentona golpista que demoraría las elecciones cayeron muy mal. El PP anunció que ya mismo preparaba querella y Almodóvar acabó viéndose obligado a disculparse frente “a todo el mundo a quien haya podido molestar con mis declaraciones” y en especial a “los votantes del PP que creen tanto como yo en la convivencia democrática”. No fue suficiente, parece. “Vosotros artistas, sois los terroristas”, aullaban frente al cine de la Gran Vía las fervientes juventudes del PP enarbolando pancartas que pedían “Cárcel para Almodóvar”. Y mañana serán líderes. Pase lo que pase, La mala educación tiene el éxito asegurado con su perfecta mezcla de nostalgias de la Movida, crítica a las costumbres más podridas de la España profunda y superficial, ataques certeros contra la Iglesia más perversa, y es ya saludada como la obra más completa y profunda del español más famoso en el mundo entero. Después de Aznar, por supuesto.
Los otros
Pero –más allá de todos estos disturbios casi anecdóticos– el problema más inmediato al que ahora se enfrenta España no tiene título de película de Pedro Almodóvar sino de film de Alejandro Amenábar. El hecho de que los autores intelectuales y materiales de los atentados del 11-M hayan sido gente de Marruecos –país con el que las relaciones diplomáticas han venido siendo dificultosas en gran parte por torpezas tristemente desopilantes del PP– vuelve a sacar a flor de piel asuntos históricamente espinosos entre unos y otros, entre los de aquí y los del otro lado del estrecho. Más allá de la memoria centenaria de los árabes expulsados por los Reyes Católicos, del constante flujo de ilegales y ahogados naufragando en endebles “pateras”, de los estallidos sociales hace cuatroaños cuando trabajadores con jornales de esclavos incendiaron las noches de El Ejido; lo que aquí y ahora importa es que buena parte de la célula terrorista que plantó las bombas en los trenes era la misma que en Casablanca –en mayo del año pasado– mató a 49 personas en hoteles y centros españoles. Y que lo que ocurrió el jueves 11 de marzo ya había sido profetizado al juez Baltasar Garzón meses atrás por un prisionero de nombre Ali Amrous quien le aseguró que Atocha y la Gran Vía “se llenarían de cadáveres”.
En los últimos días, el barrio madrileño y multiétnico de Lavapiés fue sujeto a masivas redadas, la gente de a pie mira con mala cara a todo aquel que tenga pinta de decir “Alabado sea Allah” y no “Bendito sea Dios”, y las organizaciones preocupadas por el control de brotes racistas así como el alcalde de la ciudad se han puesto en estado de alerta reuniéndose con líderes islámicos y el Ministerio del Interior ordenó protección especial para todas las mezquitas de España durante los rezos del pasado viernes. La “paliza al moro” suele ser un frecuente hobby patrio de los skinheads a la hora de discotecas y fiestas y se teme que se convierta en deporte más o menos popular. Por el momento –se espera que esto baje la presión de la olla– ya fue hecho pública la intención de Al-Qaida de decretar “una tregua hasta que conozcamos las tendencias del nuevo gobierno, que ha prometido la retirada del ejército español de Irak”. Todo parece indicar que los hombres y mujeres de bien de por aquí prefieren este tipo de mensaje a los emitidos por Annan & Kerry a la hora de no interrumpir el tan exitoso “proceso de reconstrucción” de Irak.
Premio consuelo
Los otros –también– son todos los que aquí llegaron de todas las otras partes del mundo. Más de mil de ellos se han presentado –en una oficina– express especialmente establecida para el asunto– a reclamar su nacionalidad y su residencia: ese premio consuelo por haber tenido la suerte de viajar en tren y haber vivido para contarlo o porque alguno de los suyos no haya llegado al final de ese maldito viaje. Pero está claro que no son más que la punta del iceberg y que otro de los desafíos de Zapatero será las correcciones que haga a la tantas veces corregida Ley de Inmigración para convertirla en algo comprensible, funcional y humano. Por televisión, uno de los ahora agraciados con papeles reflexionaba en voz alta acerca de “la vergüenza que me da conseguir papeles para trabajar legalmente por haber sobrevivido a una masacre”. Los rumanos –el colectivo más efectado por los atentados, 14 víctimas– metieron sus muertos en cajones, los subieron a aviones militares, firmaron un papel en el que reconocían que no estaban asegurados y que renunciaban a cualquier indemnización por accidente aéreo, y se los llevaron para enterrarlos lejos, en casa.
(Continuará...)
Si en una parte del mundo se nota que el siglo XXI comenzó es en Europa: una mapa siempre cambiante y próximo a asimilar a demasiados países nuevos con un estirón para el que está más o menos preparada, gobernada por muchas cabezas pensando diferente al mismo tiempo, y donde las sombras de la historia antigua se funden sin problemas con la más encandilante modernidad. Un continente que, con el triunfo de Zapatero, aspira a recuperar para sí la potencia continental de una “Vieja Europa” que no tenga que arrodillarse ante los cada vez más imperiales Estados Unidos. Una Europa que comienza a juguetear con la idea de crear una propia CIA: una agencia generadora de informaciones más precisas y confiables a la hora de predecir dónde se producirá el próximo golpe de efecto. La cosa no convence mucho quizá por temor a crear un monstruo incontrolable y poco fiable como su antepasado norteamericano. Se prefiere, en cambio, la idea de nombrar un comisario europeo que se ocupe de estas cuestiones, que reúna y ordene la información, que saque conclusiones y haga pronósticos. Abundan las posibilidades, calendario complicado: boda del Príncipe Felipe, Forum de la Cultura de Barcelona, Olimpíadas en Atenas y Eurocopa en Portugal. Mucha gente junta, muchos blancos móviles, mucha inseguridad. Muchas ganas de muchos de meter goles de esos que llegan el casi último minuto de juego.
Le pasó al Real Madrid la otra noche. Jugaban la Final de la Copa del Rey contra el humilde pero contundente Zaragoza y –seguros de su victoria, confiados en su equipo de “estrellas galácticas”– habían advertido que, dados los sucesos del 11-M, no festejarían la victoria. Lo cierto es que perdieron.
La vida, sí, te da sorpresas.
Se las dio a Aznar (un diputado de Málaga ya había propuesto la construcción de su estatua) y se las dio a Zapatero (quien en el artículo de la revista antes mencionada decía: “Créanme, soy completamente transparente. Esto es lo que hay”).
Y la muerte también te da sorpresas: lo saben esas 201 personas que –inmunes al Efecto Z y a todas las otras intoxicaciones, descarrilados sus sueños para siempre– el pasado domingo no llegaron a votar a nadie y hoy no pueden preguntarse qué pasó, qué les pasó y por qué tuvo que pasarles, injustamente, justo a ellos.