EL MUNDO › LEWINSKY Y LAS MEMORIAS DE BILL CLINTON

Por siempre, Monica

El fantasma de la ex pasante (y ex amante) Monica Lewinsky no cesa de acechar al también ex presidente Bill Clinton, quien lanzó una autobiografía vendiéndose como estadista sólo para encontrarse con lectores sedientos de ceño y escándalo.

Por Rupert Cornwell y Andrew Buncombe *
Desde Washington

Quiere que el mundo recuerde su notable infancia en Arkansas, su asombroso ascenso a la presidencia, el gran boom económico de los años ’90 y sus esfuerzos por lograr la paz en Medio Oriente e Irlanda. Pero el mundo, en su abrumador estilo lascivo, no está tratando a la megavendedora autobiografía de Bill Clinton exactamente como lo espera su autor. La colorida vida extramarital de Clinton y las mujeres que pasaron por ella sólo llenan un puñado de las 957 páginas del volumen, salvo por la gran cantidad de preguntas no respondidas. Bill Clinton fue y sigue siendo la estrella de rock del mundo de la política. Una o dos de las mujeres que ayudaron a darle ese atractivo se han convertido en nombres famosos, pero la mayoría desapareció de la vista pública.
El tema del apetito de Clinton por las damas data de sus días en Arkansas, en los ’80. El enormemente promisorio gobernador, cuyas metas aun entonces se supone que estaban puestas en la presidencia, tenía un “problema de bragueta”, se murmuraba en los círculos políticos de Washington. En verdad, Clinton se salteó a la carrera por la presidencia de 1988 por ese mismo motivo. Cuando se postuló, en 1992, su asesores pasaron incontables horas debatiendo cómo tratar el tema de las mujeres cuando surgiera, como inevitablemente sucedería. Betsey Wright, una de las asesoras más confiables, tuvo la tarea explícita de controlar las “erupciones de chicas fáciles”. Y erupcionaron.
La primera fue Gennifer Flowers, una oscura cantante de club nocturno de Little Rock antes de ser lanzada a la fama nacional cuando un diario sensacionalista publicó transcripciones de conversaciones telefónicas íntimas entre ella y el gobernador. Flowers declaró que había tenido una relación de 12 años con Clinton: “¿El gobernador usaba preservativos?”, le gritó un desvergonzado periodista en una conferencia de prensa que ella dio en Nueva York. Flowers, ahora casada con un corredor de Bolsa, actualmente posee un club nocturno en Nueva Orleans, a sólo unos pocos metros de la famosa Calle Bourbon, donde la mayoría de las noches ella es la atracción principal.
En todo caso, ese primer caso de erupción de chica fácil fue contenido. Bill y Hillary aparecieron en el programa 60 minutos de CBS, en enero de 1992, para decirle al país que su matrimonio no había sido perfecto, pero que se habían mantenido juntos y habían logrado capear la tormenta. Gennifer Flowers fue rápidamente olvidada y, nueve meses después, Bill Clinton fue electo como el 42o presidente de EE.UU.
Durante los años, varios otros supuestos amoríos fueron noticia fugazmente. El más nocivo de todos, de lejos, por lo menos hasta la aparición de Monica Lewinsky, fue el caso de Paula Jones. Ahora de 38 años y madre divorciada de dos niños, fue una vez una empleada estatal en Arkansas que dice haber sido llevada en mayo de 1991 a una habitación en el hotel Excelsior en Little Rock, donde, dice ella, el gobernador se expuso y le propuso que le practicara sexo oral. Jones, molesta, rechazó la oferta diciendo: “No soy esa clase de chica”. No dijo nada sobre el incidente hasta que un artículo de 1994 en la revista conservadora The American Spectator la señaló como una de las novias de Clinton. Alentada por los opositores de derecha del presidente, entabló un juicio por acoso sexual. Después de una batalla legal, eventualmente se llegó a un arreglo por 850 mil dólares, de los cuales ella sólo vio 201 mil dólares.
Jones no salió bien parada de su asunto con Clinton. Se convirtió en un instrumento en la “vasta conspiración de derecha” que los Clinton decían que trataba de destruir la presidencia de Bill; James Carville, un alto asesor político de Clinton, la llamó famosamente “un camión de basura”. Perdió su matrimonio, fue investigada por sus impuestos (posiblemente por motivos políticos) y desde entonces ha hecho desnudos para las revistas Penthouse y Playboy, y apareció con la patinadora caída en desgracia Tonya Harding en el programa de televisión de Fox, Celebrity Boxing.Lamentablemente para Bill Clinton, sin embargo, su caso fue incorporado a la investigación Whitewater, conducida por el fiscal especial Kenneth Starr. Como tal, condujo al affaire Monica Lewinsky, el más devastador de todos los escándalos sexuales de Clinton, que fue lo que lo llevó a ser el primer presidente en 130 años en ser sometido a un juicio de destitución. De todos los affaires, su relación con Lewinsky, una pasante de la Casa Blanca de 24 años, es el más infame. No fueron sólo los sórdidos detalles que aparecieron, una vez que la noticia emergió –los cigarros, las manchas de semen en el vestido azul de Gap–, los que le dieron tanto oxígeno al affaire: las mentiras y engaños de Clinton, incluyendo el famoso “yo no tuve relaciones sexuales con esa mujer”, aseguraron que la reputación de Clinton estaría manchada por siempre para muchos estadounidenses.
El asunto se hizo público porque una supuesta amiga de Lewinsky, Linda Tripp, guardó grabaciones de sus conversaciones en las que se discutía la relación y los esfuerzos de Clinton por taparla. Tripp habló con algunos periodistas sobre las grabaciones y muy pronto Lewinsky fue citada a declarar por los abogados que representaban a Jones, que estaba haciéndole un juicio a Clinton. Bajo juramento, Lewinsky negó el affaire, pero Tripp entregó las grabaciones a Starr y se convirtieron en la base de su investigación.
En su libro, Clinton dice que la relación fue “inmoral y tonta” y que estaba profundamente avergonzado de lo que había hecho. Mintió, dijo, porque estaba “tratando de proteger a mi familia y a mí mismo de mi egoísta estupidez”. Lewinsky dice que se sintió traicionada por la negativa de Clinton a reconocer que él había “destruido” su vida. “Realmente no esperé que hablara en detalle sobre la relación”, le dijo a ITV. “Pero lo que yo pensaba y esperaba era que reconociera y corrigiera las declaraciones inexactas y falsas que él, su personal y el Comité Nacional Demócrata hicieron sobre mí cuando trataron de defender la presidencia.” Ella añadió: “Yo era una chica joven, y escucharlo decir las cosas que estaba diciendo hoy, es una vergüenza”.
No hay ninguna señal, sin embargo, de que Clinton esté dispuesto a hacer nada por aliviar el dolor de Lewinsky en un futuro próximo. En su libro ni siquiera usa la palabra “relación” cuando habla de la joven. En cambio, en la página 773, habla de un “encuentro inapropiado”.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.

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Bill Clinton estrecha la mano de una compradora de su libro en Nueva York.
 
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