EL MUNDO

Un nuevo tipo de furia (o para asesinar a W.)

 Por Rodrigo Fresán

UNO “Probando, probando.” Así empieza Checkpoint, la recién aparecida e instantáneamente controversial novela de Nicholson Baker. El libro –apenas 115 páginas, letra grande, 15,95 dólares, escrito como si se tratara de la fiel transcripción de un diálogo de dos amigos, Jay y Ben, encerrados en una habitación de hotel– llegó a las librerías americanas días atrás. Y ya se discute en todos los diarios y programas de televisión. Y es que Checkpoint trata de ese sentimiento que todos hemos experimentado alguna vez. Ese –como define Jay– “nuevo tipo de furia” que no es nada nuevo: la impostergable necesidad de asesinar a un presidente. En Checkpoint, el presidente al que quiere asesinar Jay –víctima de una desesperación patriótica provocada por sufrir aquello en lo que se ha convertido su país– se llama George W. Bush.

DOS “Voy a asesinar al presidente”, le confía Jay a Ben. Y Ben, claro, se asusta. Esas cosas no se dicen en voz alta en los Estados Unidos. Y mucho menos en los Estados Unidos de hoy, cuando un simple e inofensivo chistecito sobre Bush sonreído en la barra de un bar –el caso de Richard Humphreys of Portland, Oregon, en el 2001– resulta en denuncia del parroquiano de al lado y en inmediata sentencia a 37 meses de prisión. Jay es menos gracioso que Humphreys. Y está evidentemente desequilibrado: su plan consiste en entrar caminando a la Casa Blanca y lanzar pequeñas sierras teledirigidas, o una bola de plutonio, o disparar balas “especiales” entrenadas para perseguir y alcanzar a su víctima “porque estuvieron guardadas en una cajita junto a una foto de Bush durante varios días”. ¿Y por qué está así Jay? Respuesta sencilla: por la guerra de Irak y por el modo en que Bush –“un jodido petrolero borracho al que nadie eligió y que lo único que hace es usurpar la Casa Blanca mientras susurra su libro de plegarias”– está asesinando a “miles de inocentes”. Y por el espanto sin retorno que le causó a Jay la noticia de toda una familia de iraquíes muertos al intentar cruzar un checkpoint. “Niños sin cabeza”, gime Jay. Ben, sensato, intenta hacerlo recapacitar. No está bien lo que se propone hacer. Jay, imperturbable, le explica: “Será un pequeño baño de sangre que pondrá fin a un enorme baño de sangre”. Y agrega: “Bombardeamos esas ciudades. En Japón. La culpa de los que hicimos nos ha vuelto retorcidos con el paso de los años, ha fomentado nuestra necesidad de tener secretos, de actuar en secreto. En realidad perdimos esa guerra y fuimos corrompidos por ella. Comenzamos a gastar más dinero en armas, derrocamos pequeños gobiernos extranjeros y pusimos en el poder a gente detestable. Y así la gangrena se fue extendiendo por todo el queso”. Y, dicho esto, Jay llama al room-service para que le traigan un buen pedazo de carne. Jay tiene hambre. Mucha.

TRES Y no es la primera vez que Nicholson Baker –nacido en New York en 1957, especialista en la brillante escritura de pequeños inmensos libros que diseccionan la realidad con mirada microscópica e intenciones telescópicas– llama la atención. Recordar su novela porno-telefónica Vox (1992), que se volvió todavía más famosa cuando resultó ser uno de los regalitos que una tal Lewinski le hizo a un tal Clinton. Y su ensayo Double Fold (2001), donde denunció la compulsiva destrucción de originales por bibliotecas que ahora preferían la limpieza de microfilms muchos más fáciles de archivar. Un escritor diferente y único que, ahora, dice haber escrito Checkpoint “como poseído. Yo estaba de lo más tranquilo, metido en mis libritos. Y de pronto apareció esto en mi vida y arrasó con toda rutina. Fue el pasado abril, durante el sitio de Faluja. No podía pensar en otra cosa. Bajaba información de Google cada cinco minutos. Y escribí Checkpoint casi sin pausa. Y sin dejar de llorar mientras tecleaba. Jamás me pasó algo así, y no creo que el libro alcance a reflejar siquiera una partícula de mi angustia. Escribí Checkpoint porque muchas personas sentían una impotencia y furia parecidas a la mía cuando Bush nos llevó a la guerra. Y yo quise atrapar esa furia. ¿Cómo reaccionas ante algo que piensas que está mal? ¿Cómo haces para no enloquecer?”.

CUATRO Checkpoint transcurre en mayo del 2004 (lo que quiere decir que Jay no mató o que lo mataron) y, sí, Baker se ha cuidado muy bien de poner sus palabras en boca de un hombre paranoide desequilibrado –que, además, está en contra de las leyes pro-aborto–, cosa de que nadie confunda todo esto con “apología del magnicidio”. Pero por encima de las alucinaciones asesinas de Jay y la astucia formal del libro, lo que realmente importa de Checkpoint es, como siempre, el modo de ver y de mirar de su autor. A años luz de las gracias groseras de Michael Moore, aquí también abundan los nombres y las firmas como Rice, Cheney, Rumsfeld, Powell, el Bush grande, Osama, la primera Guerra del Golfo, las alucinaciones paranoides de la Guerra Fría y el horror-vacui de Wal-Mart buscando el centro de lo que Jay acusa y responsabiliza como “las millones de pequeñas decisiones condensadas en un solo hombre” que no debe ser ejecutado por el gobierno, porque el gobierno no está para eso. “Esto es trabajo para una persona. Yo.” Baker –quien se define como alguien muy lejos de la Derecha pero no particularmente cercano a la Izquierda– justificó todo con un “Si me voy a meter en problemas con un libro, entonces que sea a lo grande”. Knopf –su editorial– comunicó que Checkpoint es una diatriba “contra toda violencia”. Y ya hay muchas opiniones sobre la cuestión. En The New York Times, en The Washington Post, en todas partes. Los famélicos Halcones se indignan por semejante “incitación al asesinato”, las cautas Palomas se preguntan si Checkpoint –más allá de su valor literario– no será muestra de “la degradación que hemos alcanzado: el puro odio suplantando a la razón pura”. A un costado de todo esto, un lector de esos que apuntan sus ideas en el site de Amazon.com previene: “Este libro será muy polémico y muy discutido. Y todo aquello que se refiere a la posibilidad del asesinato del presidente tiende a llamar la atención del servicio secreto. Ténganlo presente cuando comuniquen sus opiniones en este foro público”.
Bien dicho. Y otra advertencia: antes de pedir room-service lean los precios en el menú. Suelen provocar, también, otro nuevo tipo de furia. Nada nuevo.

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