EL PAíS › OPINION
BREVE ANALISIS DE NUESTROS AÑOS RECIENTES

Lo que resta de la tempestad

 Por José Pablo Feinmann

Tal vez haya que decir –o si se quiere: animarse a decir– que algo se ha detenido; no estancado, pero hubo una dinámica social y política que amainó y amenaza con transformarse en aparatismo partidario y pasividad social. Si esto fuera así, hay que decirlo a voces y empezar ya a trabajar en otra dirección. Hay algo que se cristalizó en la fórmula “jornadas del 19 y 20 de diciembre del 2001”. Ahí hubo una gran dinamización política, hubo creatividad social, una crisis y una interpretación esperanzada de esa crisis: algo nuevo surgirá de ella. Lo nuevo que surge de las tormentas no es necesariamente “bueno”. Una gran pirueta políticoexistencial del pensamiento conservador es presentarse con la sabiduría de la paciencia. De las tormentas sólo surge el caos. De la aparente mediocridad del orden, de sus tonos grises, surge el cosmos de las sociedades democráticas. Es una pirueta. Se trata, al cabo, de una filosofía de gerentes, de administradores, que abominan de las tormentas porque abominan de los cambios. Los espíritus transformadores valoran las crisis porque valoran lo nuevo en la historia, lo que altera su “orden natural” (que es, con asiduidad, el de los conservadores, de aquí que cultiven la lentitud de la paciencia). Esta pasión por lo nuevo define el espíritu rebelde. El espíritu rebelde le debe mucho a la estética del romanticismo. “Sturm und Drang” convoca la turbulencia, la agitación. Existe, en nuestros “forjistas” del treinta, una visión parecida. “FORJA” basaba su sigla en una frase de Yrigoyen: “Todo taller de forja es un mundo que se derrumba”. En suma, las crisis, las tempestades, los talleres de forja, los grandes derrumbes se asimilan a la creatividad histórica, a su dinámica. Uno, aquí, sabe que los sabios liberales sonríen y recomiendan la serenidad de la vida democrática y el libre transcurrir del mercado. Acaso para vivir en paz o para morir sin culpas, ocultan algo: la clase social en que se expresan sus valores –la burguesía capitalista– fue definida por Marx como la más revolucionaria de la historia y su espíritu tempestuoso es tan devastador que (no creo exagerar) está a las puertas de derrumbar no “un mundo” sino éste, o lo que de él aún resta. Tarea en que la ayudará ese impecable producto de sus manipulaciones coloniales e imperiales, de sus estrategias de la Guerra Fría, de los vaivenes de sus hipernegocios energéticos: el terrorismo.
De las tempestuosas jornadas de diciembre del 2001 (de ese “taller de forja”) no nació un mundo nuevo ni se derrumbó uno viejo. Pero nacieron muchas esperanzas. La reacción inicial de la clase media de las cacerolas es contra el “estado de sitio”. Ese gesto rebelde tiene una lectura alentadora: por medio del “estado de sitio” el Estado envía a los ciudadanos a sus casas. Los encarcela en sus domicilios. El Presidente que (abrumado por su torpeza infinita, por su maldad boba y por la perversidad cuasi adolescente y ególatra de sus asesores) decreta ese “estado de sitio” despierta la furia social. Se gana la calle. Se gana la plaza. Se desafía y derrota la orden del Estado represor. (Que, igualmente, reprime: el opaco De la Rúa es el Presidente con más muertos de la democracia. ¿En qué anda eso?) Queda establecida una actitud, una modalidad política de la sociedad: ocupar el espacio público. Se generan las Asambleas Populares. Fue un momento de euforia en el país. Incluso se llega a una exquisita conceptualización: entre “caceroleros” y “piqueteros” habría surgido el espíritu de Spinoza. Y Toni Negri dibuja a ese sujeto político que encarna la “potencia”: la “multitud”. Y él y su colega Paolo Virno (calificados, desde aquí, como el resurgimiento del pensamiento político italiano, de la gran tradición de Gramsci) dicen que los asambleístas y piqueteros del 2001 son... la “multitud”. Aparecen psicólogos que escriben notas tituladas: “¿Qué tiene que ver Baruch de Spinoza con las Asambleas Populares?”. Y yo (es el momento de confesarlo) escribí una contratapa bajo el título de “Filosofía de la Asamblea Popular”, recopilada en un libro llamado ¿A dónde van las Asambleas Populares? La potentia spinociana (manejada por Negri y Virno) postulaba el contrapoder, la creación de la potencia al margen del poder del Estado. (Virno, incluso, señala una “caída” en la historia humana que no conocíamos: cuando los hombres siguen a Hobbes –y al “Estado” y al “Pueblo” que le es consustancial– y no a Spinoza y la “potencia” de la “multitud”, ahí, estuvo el extravío originario. La “caída”.) A esto se unió un economista escocés de nombre John Holloway, que aconsejó olvidar el Estado y crear poder desde abajo, contrapoder. Fotos de furibundos ahorristas agrediendo bancos recorrieron el mundo. La llamada “izquierda argentina” se presentó, con todo su aparataje, en las Asambleas. El vecino del 7º A le dijo al del 4º B: “Oia, mirá: somos comunistas”. Habían ido a la Asamblea a buscar una identidad y la paleoizquierda les traía una. ¿Por qué no fue la paleoizquierda a revisar o actualizar su identidad en las Asambleas? Si la potencia se define por su capacidad constituyente, ¿por qué la paleoizquierda fue ya “constituida”? Porque la paleoizquierda es la paleoizquierda por estar constituida de una vez y para siempre. Es parminídea: es lo que es. Nada la hará cambiar. Se postula revolucionaria, pero ideológicamente su pathos es el de los fósiles. Son pocos y sólo depositan la certeza de su unidad en el dogma. Si uno va a una Asamblea de vecinos que buscan una identidad debe ir abierto, debe acompañar esa búsqueda, esa incerteza incluso. Pero esto implica el peor de los riesgos: cambiar, repensarlo, no todo, pero mucho o algo. Y esto, a la paleoizquierda, le da vértigo y miedo.
El 2002 fue la lenta agonía de la tempestad del 19 y 20 de diciembre. Los ahorristas recuperaron buena parte de sus ahorros y volvieron a casa. Hubo elecciones y el Abominable las ganó. Porque es así: el Abominable ganó tres elecciones presidenciales en este país. Y apareció Kirchner. Aquí (ésta era, para mí, la interpretación más válida) el Presidente Inesperado (notable conceptualización de José Natanson) asume el espíritu de la tempestad de diciembre: transparencia, desmenemización, derechos humanos, dinamismo, gobernabilidad, sensibilidad social. Se produce un acontecimiento que aún perdura: la sociedad se aquieta, se inmoviliza. El vértigo-Kirchner pasa a ser un espectáculo. “Qué hace el Flaco, qué no hace.” Ya pocos se preguntan qué vamos a hacer nosotros. Salvo los piqueteros, que insisten en sus prácticas de gimnasia callejera de la paralización urbana y se ganan el desprecio de una clase media que ahora reencuentra su vieja, siempre retornante pasión: en orden. No bien la economía mejora, no bien los corralitos se abren, los argentimedios vuelven a pedir orden. Los piqueteros quedan desacomodados. Pero también el Gobierno... porque no los reprime. Entre tanto, el Presidente Inesperado llega a la cima de su inesperabilidad: saca el retrato de Videla, hace el acto de la ESMA, olvida mencionar el irrefutable mojón histórico de Alfonsín (el Juicio a las Juntas, luego deteriorado, es cierto, pero no por eso menos real cuando ocurrió) y se arma un embrollo entre Hebe y los gobernadores. Entonces aparece Blumberg.
Blumberg no es Blumberg, es el miedo de la clase media. El acto de la ESMA lo toleraron. Ya se sabe lo que piensan: “Todo eso estuvo mal. Pero ya pasó. Y también es cierto que muchos se la buscaron. No debieron matarlos así. Pero no eran inocentes”. Y aquí el exquisito lugar de la frase impecable del canallismo cómplice: “Algo habrán hecho”. En cambio, ¿qué había hecho Axel? ¿Qué habían hecho los jóvenes que morían a manos de la delincuencia? Eran todos inocentes que morían a manos de culpables. De delincuentes. (¿Servirá en este contexto decir que quienes murieron en la ESMA y todos quienes murieron o padecieron torturas de todo tipo entre 1976 y 1983 lo hicieron bajo la crueldad de los más grandes delincuentes y asesinos que engendró este país? ¿Sólo es un delincuente el que mata “desde” una Villa amparado por el Comisario de la zona y el Intendente mafioso que lo puso? ¿Cómo llamar a los que matan desde el Estado, sin leyes, y, además, se roban el país?) El Presidente Inesperado sufre entonces su primera gran derrota. La “gente” elige al Mesías Inesperado, elige al señor Blumberg y lo siguen (impulsados por una campaña mediática en manos de Daniel Hadad, la revista Gente, Gelblund y Mariano Grondona) con una masividad que asombra: cien mil, ciento cincuenta mil. Todos con velitas encendidas. (Apenas dos semanas después los chicos de la revista Barcelona preguntaban: “¿Ya pensó dónde meterse su velita?”)
El Presidente Inesperado ensaya eso de la “transversalidad”. Pero un proyecto así (sin apoyo en la sociedad, sin una sociedad participativa) termina en otra cara del aparatismo. Ahora el Presidente Inesperado está bastante solo. La sociedad participativa no existe. Las multitudes de diciembre bendecidas por Spinoza, Toni Negri y Paolo Virno piden seguridad, mano dura, orden. La “oposición” se desliza entre el rencor de la pérdida de protagonismo o de un lugar que consideraba suyo (Carrió) hasta los números de López Murphy o el malestar mediático. Intelectuales de gran prestigio y trayectoria se acercan al Presidente Inesperado. Ernesto Laclau, Jorge Aleman, Carlos Altamirano lo siguen con interés. Horacio González, Nicolás Casullo, José Nun y Noé Jitrik respaldan a Elvio Vitale en la gestión de la Biblioteca Nacional. Pero el señor K. tendrá que negociar con el aparato justicialista. Y esto lo va a contaminar. Y a los intelectuales no les gusta ver a “sus” políticos abrazados con intendentes de pasado turbio y presente negro. ¿Qué harán? ¿Comprender? ¿Bancarse papelones como el de Nacha? ¿Con qué dialéctica se justifica eso? ¿Un intelectual está para “justificar” o para expresar su bronca ante toda torpeza, todo error, todo desvío?
Hay algunos criterios de verdad. Mientras, en medio de una sociedad que pide represión, balas y un inminente muerto como señal de la autoridad del Ejecutivo, que un Presidente elija controlar un mítin opositor con una Policía sin revólveres, elija quitarles los gatillos a los campeones del gatillo fácil, y los obligue a llevar claramente su nombre y apellido en el uniforme, para mí va a estar del lado de la vida, del lado de los que no quieren muertos, del lado de los que eligieron ante todo los derechos humanos, como Primo Levi, como Paul Celan, como Jean Améry o como Hannah Arendt, aunque no haya creado un instituto con su nombre.

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