EL MUNDO
En el menú electoral compiten la economía y la seguridad
El electorado se interesa por los números y el terrorismo, de cara a noviembre. Bush se enfrenta con presiones sobre su pasado.
Por José Manuel Calvo*
Desde Washington
Las elecciones del próximo 2 de noviembre serán las primeras presidenciales que se celebren después de los atentados del 11-S. Las legislativas de noviembre de 2002 sirvieron para que los republicanos aseguraran su control de las dos cámaras. Ya entonces predominó la seguridad. Ahora, la preocupación por el terrorismo sigue presente y comparte con la economía las prioridades de los estadounidenses. Tras haberse posicionado mejor en las encuestas sobre intención de voto, Bush deberá enfrentar las críticas a su pasado y al de su familia, provenientes de ex aliados como su profesor de Yale, Ben Banner, y de biografías no autorizadas que apuntan a poner la lupa sobre la “dinastía Bush”.
El estado de la economía, a corto plazo y en términos generales, no es malo: aunque se ha ralentizado en 2004, sigue habiendo un crecimiento cercano al 3 por ciento, y el índice de desempleo, del 5,4 por ciento, afecta a los estados que más dependen de las manufacturas. La economía siempre preocupa, pero este año no es lo único, aunque haya un déficit presupuestario monstruoso y aunque ningún partido quiere abordar seriamente la crisis que sufrirá en los próximos años el sistema de pensiones, cuando se jubile masivamente la generación del baby boom. La Oficina de Presupuestos del Congreso (CBO, en inglés) ayer dio a conocer que el déficit público de Estados Unidos alcanzará en el año fiscal 2004 la cifra record de 422.000 millones de dólares, un 3,6 por ciento del PIB del país. La confirmación de la CBO del mal estado de las cuentas públicas es munición para las críticas del candidato demócrata, John Kerry.
Parafraseando la frase mágica –“es la economía, estúpido”– que fue bandera en el cuartel general del entonces candidato Bill Clinton en 1992 y que le hizo ganar las elecciones, la seguridad ocupa ahora un lugar parecido. Lo sabe Kerry, y por eso defiende en su programa –sin concretar demasiado– que “hay que ganar la guerra contra el terror, frenar el desarrollo de las armas de destrucción masiva y promover la democracia en el mundo, empezando por Irak”. Lo sabe Bush, y por eso diseña ante el electorado un esquema sencillo: el 11-S cambió el mundo y cambió nuestras prioridades; estamos en guerra contra el terrorismo, a esa guerra pertenecen las batallas de Afganistán e Irak y yo soy el que mejor garantiza la dirección. Kerry atacó ferozmente el lunes lo que ha hecho la Casa Blanca en Irak –“la guerra equivocada, en el peor lugar y en el peor momento”– y Bush contestó ayer: “Fue lo adecuado para América, y es lo adecuado ahora, porque Saddam Hussein ya no está en el poder”. En términos absolutos, el déficit del año fiscal que termina el 30 de septiembre será el mayor de su historia, aunque no en relación al PBI. En los ochenta y principios de los noventa se registraron resultados negativos por encima del 4 por ciento del Producto Bruto Interno.
Y el electorado, ¿cómo responde? De manera contradictoria. Aunque cunden las críticas sobre Irak y algo más de medio país cree que las cosas van en la dirección equivocada, según la última encuesta del Pew Center –elaborada entre las dos convenciones, a mitad de agosto– Bush está mejor situado que Kerry en la percepción de quién de los dos está más capacitado para enfrentarse al terrorismo y garantizar la seguridad nacional. Y aunque el demócrata es el preferido cuando se habla de economía, salud, educación y medio ambiente, en los argumentos de carácter y personalidad Bush se ha afianzado: se lo ve como un líder fuerte –57 por ciento contra el 34 por ciento de Kerry– capaz de adoptar decisiones y mantenerlas –62 por ciento contra 29 por ciento– y preparado para abordar una crisis –50 por ciento contra el 38 por ciento–. Si estos datos se mantienen en las próximas semanas y sigue siendo “la seguridad, estúpido”, Bush tendrá más probabilidades de ganar el 2 de noviembre. Sin embargo, el mandatario ahora enfrenta el doble escrutinio sobre su pasado, abriendo preguntas sobre su evasión de la guerra de Vietnam y su uso de drogas.
El primer descargo será emitido en CBS esta noche, cuando Ben Banner, un demócrata y teniente gobernador de Texas en 1968, explicará su rol en asignarle a su graduado de Yale de veintidós años, un codiciado lugar en la Guardia Nacional Aérea, una unidad repleta de hijos de poderosos y ricos texanos y conocida como la “Unidad Champagne”.
La saga sobre cómo el presidente evitó ir a Vietnam inevitablemente volvió a los titulares como contrapartida por la controversia sobre su registro militar, entre acusaciones del grupo de veteranos de que Kerry mintió sobre su servicio en Vietnam, por el que recibió cinco condecoraciones. En los últimos meses, Banner ha dicho que se siente “muy avergonzado” por haber ayudado a Bush y a sus hijos, además de a otros prominentes texanos, y circula que lo habría hecho para coleccionar favores de las familias poderosas. En una entrevista, se espera que se extienda sobre estos comentarios. En una predecible severa reacción, la campaña de Bush –largamente preparada para contraatacar respecto de Vietnam luego del furor de los avisos sobre Kerry– ha descartado a Banner como “un partidario de los demócratas” vendiendo un rejunte de viejos argumentos contrarios al presidente.
Mayor problema podría traerle a Bush la publicación de la semana próxima de La familia: La verdadera historia de la Dinastía Bush, del controvertido biógrafo Kitty Kelley, que daría más detalles sobre el pasado de conducta viciosa del presidente, incluyendo un alegato de que usara cocaína en Camp David, durante la presidencia de su padre entre 1989 y 1993.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.