EL MUNDO › EXPECTATIVAS Y ESPERANZAS DE LOS CAMPESINOS
En el campo, es con Evo Morales
Por Eduardo Febbro
Desde Chirapaka
En el mercado de las brujas de La Paz se puede comprar un talismán para que gane Evo Morales y otro para Tuto Quiroga. “La gente lo pide más de lo que se piensa, sobre todo el del Evo”, dice la vendedora con una sonrisa cómplice. El kiosco ofrece las más inimaginables variedades de amuletos: hay para todos los males, para todos los enamoramientos, las impotencias pasajeras y las pasiones relámpagos. “El Evito no va a devolver lo que toda esa gente nos viene robando desde hace 500 años”, dice otra vendedora del mercado. “Acá la gente se acuerda del día en que Evo Morales fue a pedirle permiso a la Pachamama para ser candidato. Es nuestro”, comenta otra de las vendedoras. Una parte de La Paz suena con la certeza de una victoria. “Un cambio, queremos un cambio y pase lo que pase el cambio va a venir, con o sin Evo”, comenta un empresario de lujosa corbata.
A 60 kilómetros de La Paz, en Chirapaka, la ruta es recta, el aire puro, el viento seco y cortante. Son los Andes profundos, el mundo del altiplano por encima de los 4000 metros. Aquí también se vota. A un costado de la ruta, un grupo de gente está reunida. El espectáculo desafía todo juicio. Los vecinos de Chirapaka celebran una nueva jornada del campeonato de fútbol que aquí se llama de “las cholitas”, es decir, las mujeres bolivianas tradicionales que juegan con polleras. “8 por cada equipo, dos tiempos de 30 minutos cada uno”, explica Pedro Durán Alvarez, el secretario general de la comunidad de Chirapaka. El hombre tiene la piel curtida por el trabajo, los vientos y los soles altos. Sólo un signo lo distingue de los demás pobladores: lleva atravesado en el pecho el chicote, un látigo de trenzas hecho de cuero de oveja que representa la máxima autoridad, el poder que los demás depositan en él y que lo convierten en el “Mallku”, el jefe, el cóndor jefe de los cóndores. El contacto es áspero al principio. Los campesinos desconfían. Hay que presentar credenciales, tarjetas de visita, hablar en un micrófono y presentarse con nombre y apellido, saludar a las jugadoras y a la asistencia contar quién es uno y qué hace allí en el altiplano. Al fin, la confianza emerge y las lenguas se sueltan.
El Mallku dice que irá este domingo a las elecciones porque “en Bolivia sufrimos mucho. Ojalá que votar sea una salida para nosotros que vivimos con tanta pobreza. Hasta ahora hemos votado y votado pero nada ha cambiado. Somos siempre pobres. De pronto este año las cosas cambian”.
Para los campesinos, ese cambio tiene un nombre, Evo Morales, “el compañero”. El partido empieza. Las mujeres, con sus enormes pollerones, se desplazan por la cancha con ágiles regateos. Juan, otro miembro de la comunidad, es menos parco en palabras. El hombre, marcado por la rudeza del trabajo, expone una cultura política y una convicción sin fallas. Para él, el voto de este domingo es como el certificado de defunción de los partidos tradicionales en Bolivia. “Aquí en el campo siempre fuimos sometidos, desde la fundación de Bolivia. El campesinado sufrió engaño. Nos decían: les vamos a dar esta cosa, el decreto va a ser a favor de ustedes. Y, sin embargo, nunca hubo nada. Ni siquiera la Constitución política del Estado está a favor nuestro.”
Para Juan como para la gran mayoría de los campesinos, todo depende del domingo. “Vamos a ver si podemos elegir a nuestro líder, que es del campo, El sabe pastear unas llamas u ovejas, también ha vivido como nosotros, sembrando chacras, criando animales. Esa es la esperanza que nosotros tenemos, Evo Morales. El piensa cambiar la vida del campo.” Juan tiene sentimientos compartidos. Apuesta por su líder pero asegura que los partidos tradicionales van a unirse “para seguir dándonos por el trasero. Pero tenemos que ayudar a Evo. Estoy seguro de que no lo van a dejar, las transnacionales van a bloquear. Pero estamos preparándonos para ese caso.Somos una familia. Las transnacionales tienen que devolvernos los hidrocarburos. Tenemos que movilizarnos. Debe prevalecer lo que diga el voto. No vamos a dejar que nos roben. Ellos nos llamaban bestias, sólo útiles para trabajar en el campo. Pero ahora estamos preparados y movilizados. Estamos preparados para la lucha, para gobernar como dueños de esta tierra”.
A los campesinos de Chirapaka les parece una barbaridad el miedo a una “venganza indígena” que acuna un sector de la burguesía boliviana. “Nosotros no vamos a hacer eso. Ellos siempre nos discriminan de alguna manera, por más que seamos profesionales nos discriminan por la cara morena que tenemos. Pero nosotros no tenemos intención de hacerles daño a ellos. Queremos unirnos. Nosotros no podemos discriminar.”