EL PAíS › QUE HARA KIRCHNER TRAS DESEMBARAZARSE DEL FMI
La decisión queda en casa
Considera que el país recuperó autonomía y soberanía, y que las discusiones con sectores de la economía ya no serán amplificadas por el organismo.
Por Sergio Moreno
El presidente Néstor Kirchner está convencido de que haberse quitado la tutela del Fondo Monetario Internacional de encima es una de las mejores medidas que podría haber tomado gobierno alguno, habida cuenta de que a partir del parricidio la Nación puede darse políticas autónomas, no sólo en el plano económico. Y que la discusión con cada sector económico cobrará una dimensión real, no magnificada por el poder de lobby del organismo y de otros actores que tributaban a su padrinazgo. A partir de esta decisión, el Gobierno se plantea estudiar medidas a largo plazo, como una reforma tributaria. Mientras, la lucha contra el FMI no terminó: luego de pagar el Gobierno, junto a sus aliados internacionales, machacará con su monserga sobre la necesidad de recuperar al organismo para la función para la cual fue fundado por Lord Keynes en Bretton Woods: para evitar crisis y propender al desarrollo, y no como lobbista de todo interés del capital financiero.
“Ustedes no saben lo que significa gobernar con el aliento del Fondo siempre resoplando cerca, por todo motivo. No se puede tomar una sola medida que ellos la cuestionan y proponen una alternativa, por lo general nefasta para los intereses del país”, recordaba con cierta dureza el Presidente ante un par de contertulios ocasionales, el pasado viernes, mientras trataba de explicar aquella sensación, comentando algunos costados herméticos al común de la gente de la decisión de pagar todas las acreencias argentinas con el FMI. Pagar la deuda con el Fondo es una medida tendiente a sacarlos de la mesa de discusiones pero, a la vez, eliminar un lobbista de todos los grupos quejosos de la acción del Estado. De esa manera, el Fondo supo patrocinar las causas de todo aquel que quisiera enfrentar al gobierno de turno para favorecer políticas que llevaron a la Argentina al nivel de inequidad existente en la actualidad –que comenzó a construirse tras el Rodrigazo de 1975–, por lo general coincidentes con un interés predador del capitalismo más salvaje.
El Presidente suele poner como ejemplo de la presión del FMI los reiterados pedidos de aumento de tarifas de diversos servicios. Cuando se les decía que varias tarifas habían sido aumentadas, como por ejemplo las industriales de algún proveedor de energía, la burocracia del Fondo contraatacaba con que el aumento debía ser de tarifas domiciliarias. “¿Por qué?”, preguntaban los funcionarios argentinos. “Porque eso hace a las políticas más beneficiosas y previsibles para el país”, respondían desde el organismo, con el viejo cassette tan conocido. “Era desesperante, insoportable. Uno nunca sabía qué demonios les estaban pidiendo, y qué pedirían después”, recordaba un altísimo funcionario del Gobierno ante Página/12.
El caso de los bonistas privados en default fue esclarecedor. El FMI, en lugar de ocupar un sitio de mediador, se alineó rápidamente con los bonistas, buitres o no, en contra del Estado argentino. A partir de ahora, esos holdouts quedaron huérfanos de este padre y deberán buscarse otro. Seguramente encontrarán.
Kirchner comenzó a pergeñar esta salida desde hace dos años, tal como recordó Página/12 el pasado jueves. De ahí gran parte de su preocupación por contabilizar, día a día, el incremento de las reservas que atesoraba el BCRA. El Presidente habló del asunto con su par brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva en la reunión bilateral de Puerto Iguazú. Si bien no concertaron plazos, el argentino incitó a Lula a que fuese él quien diese el primer paso.
La preocupación de Kirchner de ejecutar la movida fue, desde siempre, que la interpretación que hicieran internacionalmente fuese errónea, comparable con una medida nacionalista para desengancharse de las leyes y el consenso mundial. No sólo nada de eso acrisola el pensamiento presidencial; todo lo contrario: Kirchner no quiso que esto fuese visto como “un acto de rebeldía”, más achacable a un Hugo Chávez que a un José Luis Rodríguez Zapatero.
Por eso, la decisión de Brasil le sirvió de paraguas político. Ese día, el martes –como ya lo adelantara este diario–, el Presidente terminó de definirlo. Kirchner estaba un poco azorado porque Lula ganó la cuerda, pero básicamente porque no le adelantó la medida. En el Gobierno se enteraron por Internet. Kirchner pidió que se comunicaran con Marco Aurelio García, el asesor en política exterior de Lula. No pudieron dar con él: Marco Aurelio volaba a esa hora rumbo a Panamá. Casi una hora más tarde, Marco Aurelio respondió el llamado desde Panamá City. “No tengo la menor idea de lo que me hablan. Hace 15 días que estoy afuera de Brasil. Enseguida llamo al Planalto (casa de gobierno brasileña) y les informo”, replicó el asesor petista, sorprendiendo a todos en la Rosada. Marco Aurelio volvió a llamar a los 15 minutos y confirmó las noticias.
Kirchner tomó la decisión de hacer lo mismo en el corto plazo.
Paralelamente, el jefe de Gabinete, Alberto Fernández, y la ministra de Economía, Felisa Miceli, tenían una misión que cumplir en España vinculada a este asunto: debían testear la recepción del desendeudamiento allá, entre algunos empresarios y el gobierno español. Con los empresarios tuvieron el primer éxito. El inquieto Guillermo de la Deheza, un importante conocedor del mundo económico y político español, de especial interés por los asuntos argentinos, dio el OK al jefe de Gabinete, que le trasmitió la posibilidad de tomar la medida pero no le especificó detalles ni fechas.
Fernández y Miceli se reunieron, además, con Miguel Sebastián, asesor económico de Rodríguez Zapatero. Sebastián tiene una relación personalísima con varios integrantes del Fondo, entre ellos su presidente y vice, Rodrigo Rato y Anne Krueger, así como también con Anoop Singh, encargado de los Asuntos Hemisféricos del organismo. Tiempo atrás, por esta vía, desde el FMI le hicieron saber al gobierno argentino acerca de la inquina que sentían en el organismo por el entonces ministro de Economía, Roberto Lavagna. Incluso, ofrecieron a la Casa Rosada abrir un canal de negociación paralelo al Palacio de Hacienda. Kirchner se negó rotundamente y ratificó los blasones de su ministro como negociador ante ellos.
Tras el cambio de gabinete, el gobierno argentino decidió utilizar el camino de Madrid hacia Washington para sondear la respuesta al desendeudamiento. El gobierno español bendijo la iniciativa y comprometió, en términos generales –no específicos– una ayuda económica para el asunto. En el gobierno argentino están armando la ingeniería para reconocer y devolver un desembolso de 1000 millones de dólares que los españoles hicieron a Buenos Aires, cuando Rato era ministro de José Aznar y aportó a la crisis que atravesaba Fernando de la Rúa en 2001. Aquella deuda terminó defaulteada y Kirchner quiere, ahora, reconocerla y honrarla. Por caso, Hugo Chávez será también de la partida de los amigos del desendeudamiento. El venezolano se comprometió a aportar 2500 millones de dólares en el primer trimestre de 2006.
Terminada la tutela de nodriza castradora del FMI, Kirchner se siente pleno en cuanto a la recuperación del poder del Estado para tomar decisiones soberanas de política (no sólo) económica. Así, en el Gobierno ya trabajan en la elaboración de una reforma tributaria. La misma se planifica para el mediano plazo. Se escuchó al propio Presidente hablar de cinco años vista. “Hay que hacerlo de a poco, sin locuras. No vamos a jugarnos las herramientas que nos permitieron acumular reservas y poder desembarazarnos de estos tipos”, dice un alto funcionario oficial refiriéndose a la reforma de marras y al Fondo Monetario. “Pero hay que hacerla”, aclara, sobre la primera.
Kirchner sostiene que el plazo, si bien puede sonar una eternidad para los sectores más necesitados del país, puede morigerarse con los resultados que está ofreciendo la economía argentina: crecimiento del PBI a un promedio de 9 puntos en los últimos tres años, baja del desempleo a 10 por ciento para octubre, con la consiguiente chance de hacerlo descender a un solo dígito en el primer trimestre del año entrante, achicamiento paulatino de la brecha entre ricos y pobres.
Last but not least, la batalla con el FMI seguirá en otro escenario, menos oneroso para la patria, más grato para los funcionarios del Gobierno. Kirchner piensa acometer contra el organismo, su función, el rol jugado en la década del ’90 y su burocracia en cada foro internacional que ocupe él o sus principales espadas del gobierno argentino (su esposa entre ellas). Para esa acometida buscará y contará con el apoyo de sus aliados, regionales y de ultramar. Kirchner machacará con la necesidad de reformar el Fondo Monetario, y retrotraer sus objetivos a los de su fundación. Kirchner ya ha ofrecido algo de esta medicina. El ejemplo más claro fue expuesto en los diversos escenarios que le brindó la ciudad de Nueva York en septiembre de 2005, cuando disparó contra el organismo en los discursos que ofreció ante la ONU y en el Consejo de Seguridad, y el que su por entonces canciller Rafael Bielsa expuso ante la Cumbre del Milenio, también en Naciones Unidas.
Esta actitud será más que bien vista por los socios regionales de la Argentina, varios europeos que, con cautela, mirarán la performance antes de tomar decisión, y una parte importante de la administración norteamericana que encabeza George W. Bush.
Pero ésa es una historia para más adelante.