EL MUNDO › UN PROYECTO UNE A EX SOLDADOS Y EX GUERRILLEROS

Dándole la mano al enemigo

Por Martin Hodgson*
Desde Bogotá
Oscar Buitrago era un capitán del ejército a cargo de una unidad contrainsurgente de élite cuando una mina de los rebeldes le voló el pie. Alberto Cuellar era un duro comandante guerrillero cuya cara fue destruida en un ataque policial. Durante años, lucharon en lados opuestos de la sangrienta guerra civil de Colombia, pero ahora Buitrago, de 38 años, y Cuellar, de 45, están trabajando juntos en un proyecto, Con Fe y Paz, reuniendo a ex soldados y a guerrilleros desmovilizados, muchos de los cuales han sido seriamente heridos en el conflicto.
La idea es sencilla: si veteranos heridos pueden hacer la paz con la misma gente que les causó sus heridas, entonces el resto de la nación puede hacer lo mismo. “La reconciliación comienza con un acto de perdón: darse la mano, un abrazo, una muestra de aprecio hacia el enemigo”, dice Buitrago. Lo que distingue al CFP del resto de los grupos de paz es el hecho de que cada uno de sus 400 miembros tiene un conocimiento íntimo de los horrores de guerra. Luego de 18 años con el Ejército Popular de Liberación (EPL), Cuellar dejó las armas en un acuerdo de paz de 1991, y poco después formó una organización para ayudar a otros ex guerrilleros heridos. Mientras tanto, Buitrago ha establecido un grupo de apoyo para las víctimas de minas terrestres. Cuando los dos hombres se encontraron, se dieron cuenta de que ambos grupos se beneficiarían de aunar fuerzas. Ahora, el CFP ofrece consejos de empleo, asistencia legal y apoyo emocional a los veteranos de ambas partes.
Su trabajo no fue fácil. Muchos empresarios son reticentes a dar empleo a personas con discapacidades, mientras otros se niegan terminantemente a dar trabajo a los ex rebeldes. Los ex soldados se encuentran con pensiones magras que apenas cubren el costo de la medicación, mientras que los ex guerrilleros todavía se enfrentan con amenazas de asesinato por parte de los escuadrones de la muerta de la derecha. Pero el principal desafío es la amargura, el odio y el miedo causado por el trauma de la guerra. El conscripto de 19 años Richard Benavides perdió su pie debido a un mina rebelde. Ahora, a los 31, admite que cuando escuchó del CFP no quería nada tener nada que ver con eso. “Creía que si me encontraba (a un ex guerrilla) querría matarlo. Pero quería intentar y olvidar todo lo que había ocurrido. Quería deshacerme del odio que tenía dentro”, dice.
En sus primeros encuentros, Benavides se sintió tan nervioso e incómodo que incluso le resultó difícil hablar a los ex rebeldes. Pero pronto vio a los miembros del grupo de otro modo: en lugar de soldados y guerrilleros, todos ellos eran víctimas de la guerra. “Podríamos habernos matado el uno al otro. Pero ahí estábamos, sólo hablando”, dice. “Esta era la terapia que yo necesitaba. Algo ha sido resuelto.”

* De The Guardian de Gran Bretaña, especial para Página/12.
Traducción: Giselle Cohen.

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