EL PAíS
El Fiorito, espejo del dolor por la represión
En el hospital de Avellaneda recibieron a los dos muertos y a decenas de heridos por la represión a la protesta piquetera. Las balas de plomo fueron la causa de los homicidios.
Por Martín Piqué
Veinticuatro personas heridas, muchas con armas de fuego. Dos muertos, que durante horas figuraron en los registros como “NN masculino”, y de los que recién a la noche se supo sus nombres: Maximiliano Costeki y Darío Santillán. Familiares y amigos que, entre sollozos, preguntaban por sus compañeros. Enfermeras y médicos desbordados por los hechos, mientras seguían llegando manifestantes en muletas, maltrechos, con restos de sangre en la ropa y el rostro aún enrojecido por el gas, la adrenalina y el miedo. Mujeres embarazadas que manchaban con sangre la vereda, madres desencajadas que pedían por sus hijos. Un comisario que recibió una piña en pleno rostro cuando justificaba la represión ante las cámaras de TV. Todo eso se vivió ayer en el Hospital Fiorito de Avellaneda, que se convirtió en la prueba más evidente de la escalada represiva impulsada desde algunos sectores del Gobierno.
Cuando la jornada llegaba a su fin, y dejaban de llegar los heridos, los directores del hospital admitieron a Página/12 lo que ya muchos intuían: que muchas de las heridas habían sido causadas por bala de plomo. “Hay una fractura de tibia que difícilmente pueda ser producida por una bala de goma”, subrayó a Página/12 el médico Enzo Vaccaro Vázquez, director asociado del hospital. De esa forma, sugirió que durante la represión se había usado munición que está reservada para enfrentamientos con delincuentes armados.
La información del director del hospital confirmó las denuncias de muchos piqueteros, que contaron que fueron atacados con balas de plomo, y justificó las sospechas que circulaban en el sanatorio. En la lista de manifestantes heridos, que estaba colgada en la entrada de la guardia, una sigla se repetía en la columna de “diagnóstico” del paciente: “HAF”. “¿Qué es HAF?”, preguntó un periodista. “Heridos de Arma de Fuego”, respondió alguien por ahí. Ocho de los veinticuatro heridos, entre ellos los dos jóvenes fallecidos, habían sufrido graves lesiones de bala.
Claro que a primera hora de la tarde la policía insistía en que no había tirado con balas de plomo. Mientras en los alrededores seguían los detenciones de manifestantes, el comisario Alfredo Fanchiotti, de la Bonaerense, hablaba ante los movileros en la puerta del Hospital Fiorito. Lo hacía a los gritos, para tratar de callar a los piqueteros que lo insultaban y le gritaban “asesino”. Pero lo que no pudo prever, ni tampoco esquivar, fue el terrible derechazo que le arrojó un piquetero semiescondido entre los periodistas. El policía devolvió el golpe, otros agentes se sumaron, golpearon y arrestaron a cuatro personas.
Paradojas de la Argentina, el comisario Fanchiotti se atendió en el mismo hospital que los piqueteros a los que había ordenado reprimir. Entró con “herida cortante en el rostro” pero salió mucho más rápido que los demás heridos. Al cierre de esta edición, dos de ellos, Ramón Torales y Héctor Alvarez, seguían internados en gravísimo estado –con heridas de arma de fuego cerca del corazón y en el “hemitórax derecho”–, mientras que los demás habían pasado a una habitación normal. “De los pacientes intervenidos, hay dos en cuidado intensivo, dos en cuidado intermedio y los demás en normal”, informó, a las ocho y media de la noche, el médico Vaccaro Vásquez, uno de los directores del hospital.
Uno de los heridos que tuvo la suerte de salir rápido y poder contarla fue Manuel Herrera, un militante del Polo Obrero de 26 años. Herrera llegó al hospital Fiorito rengueando, con el jogging ensangrentado por dos perdigonadas de plomo y un estado de conmoción que le duró toda la tarde. Había participado del corte de ruta en el Puente Pueyrredón, pero luego fue herido en sus dos piernas, cuando se encontraba refugiado, junto con “unas cien personas”, en el local de Izquierda Unida de la calle Brandsen 1231, en pleno centro de Avellaneda.
“Estábamos en el local del Partido Comunista y vimos llegar a la policía. Yo cerré la puerta, y justo empezaron a tirar balas y gases lacrimógenos. Tiraron al medio de la puerta y me pegaron justo a mí”,relató Herrera a Página/12. Con el pantalón azul con dos manchas oscuras de sangre reseca, contó cómo fue su pequeña odisea, cómo fue herido y cómo lo ayudó su billetera, que detuvo dos perdigones de plomo. “Cuando empezaron a romper la puerta, tuvimos que romper una puerta clausurada y escapamos por los techos”, reconstruyó. En su mano derecha, Herrara sostenía su billetera, de cuero marrón, que estaba llena de pequeños agujeros y contenía a dos pequeñas bolitas de plomo. “A los perdigones de plomo los detuvieron la billetera y una moneda de diez centavos.”
Los heridos, una vez que salían de alta, se reencontraban con sus amigos, familiares y compañeros. Algunos se dirigían, entonces, a la comisaría primera de Avellaneda, ubicada a cuatro cuadras del hospital, donde aún estaban detenidos unos cuantos piqueteros. Una pequeña multitud los esperaba en la esquina de la avenida Belgrano y Lavalle, donde las asambleas vecinales de Avellaneda y Gerli, más unos cuantos militantes de la Coordinadora Aníbal Verón, reclamaban la liberación del resto de los detenidos. Los gritos continuaban hasta en la misma puerta de la seccional.
“A Darío y Maxi los vamos a vengar con la lucha popular”, gritaban, desencajados, los manifestantes que se agolparon ante la comisaría. El ánimo se cortaba a cuchillo: casi todos los presentes conocían a los dos piqueteros asesinados. “Nos verduguearon, nos torturaron y al que levantaba la cabeza lo golpeaban”, denunció Jorge Jara, de la CTD de Francisco Solano, que estuvo detenido tres horas en la primera de Avellaneda. A su lado, un grupo de mujeres lloraba por la muerte de Darío Santillán. “Era un referente del movimiento. Colaboraba en el área de capacitación y en la biblioteca”, contó Jara a este diario.