ESPECTáCULOS › “EL CORAZON EN UNA JAULA”, DE RAUL BRAMBILLA
Los discursos de la imagen
La obra, que sitúa la acción en el París de los años ‘30, plantea las dificultades de gestación implícitas en toda obra artística.
Por Cecilia Hopkins
Tomando como referente al mundo de las imágenes en pleno afianzamiento del surrealismo, El corazón en una jaula, obra escrita y dirigida por Raúl Brambilla, está centrada en todas aquellas dificultades que, al trabar los procesos de gestación de una obra artística, llegan a poner en riesgo la propia identidad del creador. Fijada en París, en 1930, la acción transcurre en el barrio de Montparnasse, en la pieza donde conviven un fotógrafo, una bailarina de cabaret y Jean, un cineasta en plena crisis. Incapaz de retomar su labor artística y casi imposibilitado para desenvolverse en la vida diaria, el joven realizador vive atormentado por la obsesión de haber entrado en un período de infertilidad creativa. Una voz interior –que se corporiza al fondo de la escena– le advierte acerca del sin sentido de toda acción humana. Esta circunstancia se modifica cuando se produce un encuentro inesperado. A partir de allí, Jean puede asumir su compromiso de artista y comprender las razones que sustentan la necesidad de su actividad. Y si bien el discurso de la imagen aparece como una de las fuerzas transformadoras de lo real, el texto también se refiere a otras formas de inhabilitación de la voluntad, ya de orden ideológico.
En El corazón... hay dos personajes que se inspiran en artistas reales: el joven es Jean Vigo, cineasta francés muerto antes de cumplir los treinta años, autor en 1933 de un mediometraje que refleja una rebelión escolar en un instituto de menores, inspirado en los años de adolescencia en los que él mismo permaneció en un internado. Cero en conducta es precisamente, el film que en la obra el personaje de Jean no se atreve a realizar, aunque sus imágenes ya estén dándole vueltas en la cabeza. El cineasta experimentado que le regresa la confianza en sí mismo no es otro que Georges Melies, uno de los primeros empresarios que comprendió las posibilidades del nuevo arte, creador de la Star Film, su propia productora, y autor, entre otros films, de 503 cortos o “viajes a través de lo imposible”, como él los llamó, de los que El viaje a la luna, de 1902, es el más conocido. El imaginario diálogo con Vigo se produce cuando, ya olvidado y económicamente en la ruina, Melies se encuentra confinado en un asilo de ancianos.
En su voluntad por referirse al mundo del cine, al territorio de la magia y la ilusión, la puesta de Brambilla distribuye momentos en los que cada personaje se interroga acerca del valor perturbador de la imagen, lo cual se concreta mediante pequeños trucos de magia que los toma por sorpresa. Aparte de algunos rasgos del carácter de Jean que se avienen a un tratamiento más visual, el personaje más conectado con el mundo poético de las artes de la imagen es el de Melies, interpretado por Osvaldo Bonet en una cuerda juguetona, como si el veterano realizador hubiese sido raptado por el espíritu de un travieso ilusionista de barracón. Los demás personajes –el fotógrafo Jacques (Aldo Pastur), Corinne (Belén Zapiola) y Monique (Macarena Cuenca)– se apoyan en el texto del autor, muy atento a traducir ideas y sensaciones, tanto, que tal vez aclare demasiado algunas zonas que podrían permanecer en la opacidad del misterio que aportan el movimiento y la luz.