Lunes, 12 de junio de 2006 | Hoy
La ofensiva autonomista con Santa Cruz a la cabeza busca descentralizar el poder de La Paz. Bolivia se prepara para el referendo.
Por Pablo Stefanoni
Desde La Paz
A menos de un mes del referéndum autonómico que se desarrollará en paralelo a las elecciones de la Asamblea Constituyente, el oficialista Movimiento al Socialismo (MAS) decidió elegir la boleta del “No” a las autonomías. “No vamos a apoyar el planteamiento de Santa Cruz. Los movimientos sociales han definido que votarán No”, declaró a la prensa el diputado masista César Navarro, comentando una posición que ganó terreno en el partido del gobierno y que cuenta con el aval del presidente Evo Morales. La consulta autonómica fue habilitada el año pasado mediante la ley de referéndum por iniciativa ciudadana, después de un cabildo que reunió a unas 200 mil personas en el centro de Santa Cruz de la Sierra.
Según las últimas encuestas, el rechazo a las autonomías está creciendo en todo el país, especialmente en el occidente boliviano. En el próspero departamento de Santa Cruz –que comparte las riquezas gasíferas con Tarija–, su ciudad capital resiste como reducto del Sí rodeada de un anillo campesino por el No, que se opone a la hegemonía regional del Comité Cívico, autoconsiderado el “gobierno moral” de la patria chica y fuertemente influenciado por organizaciones como la poderosa Cámara de Industria y Comercio (Cainco) o la Confederación Agropecuaria del Oriente (CAO). “No queremos reemplazar el centralismo paceño por el de las elites de las capitales departamentales”, dice una resolución indígena que muestra que una gran parte de los cruceños y tarijeños se resisten a identificarse con la imagen regional irradiada por las elites locales –Oriente productivo y próspero, Occidente conflictivo y fracasado– y estos sectores “excluidos” de la identidad cruceña “oficial”, muchos de ellos migrantes collas, le dieron más de un tercio de los votos a Evo Morales el 18 de diciembre pasado.
Las luchas autonómicas cruceñas emergieron intermitentemente en diferentes momentos de la historia boliviana, país organizado bajo un régimen unitario cuyo eje pasó de Sucre a La Paz después de la guerra Federal (1899). Uno de esos conatos autonomistas fue el temprano levantamiento federal encabezado por Andrés Ibáñez, líder del Partido Igualitario. Dice la historia que, al ser electo diputado en 1874, Ibáñez arrojó su levita de doctor y los botines de charol, se puso una chaqueta de artesano –la base de su partido– y marchó descalzo, bajo la consigna “todos somos iguales”. A fines de 1876, los igualitarios proclamaron la federación desencadenando la reacción del gobierno central, que envió al ejército a sofocar el movimiento y fusiló a su líder. Hasta mediados del siglo XX esta región oriental se encontraba aislada del resto de Bolivia: un camión necesitaba seis días para hacer los quinientos kilómetros que separan a Santa Cruz de Cochabamba. Y fue recién en los años cuarenta que se puso en marcha el denominado Plan Bohan, que muchos consideran el arranque del desarrollo cruceño.
En los años cincuenta, las violentas luchas por el 11 por ciento de las regalías petroleras enardecieron los ánimos regionalistas y se mezclaron con las actividades conspirativas de la Falange Socialista Boliviana (FSB) contra el gobierno del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) que encarnaba las banderas de la Revolución Nacional del 9 de abril de 1952. El Comité Cívico Pro Santa Cruz fue, de partida, un bastión falangista y en los años setenta un refugio para los partidarios del general Hugo Banzer Suárez, quien derrocó mediante un golpe de Estado al gobierno militar nacionalista del general Juan José Torres y gobernó de facto hasta1978. Banzer retribuyó ese apoyo entregando gran parte de las tierras que poseen hoy los grupos de poder locales.
En los últimos años, la otrora aldea cruceña se transformó en una de las regiones más prósperas del país: produce el 30 por ciento del PBI boliviano y recibe más de la mitad de la inversión extranjera que llega a Bolivia. Pero ello no impidió que, desde la “guerra del gas” de 2003 y la pulverización de los partidos tradicionales, las elites cruceñas perdieran sus espacios en la política nacional. Por eso, la actual ofensiva autonomista tiene mucho de “blindaje”: salvar las tierras y controlar los recursos naturales (gas y petróleo) frente a lo que se percibe como un renacimiento del “populismo radical” encabezado por Evo Morales. Si en el occidente las penurias son achacadas al neoliberalismo, en el oriente se apunta al centralismo paceño o “andinocentrismo”.
“No queremos autonomía para la burguesía”, repitió días atrás el mandatario boliviano, que luego de sostener una posición favorable al Sí, se ha volcado hacia el rechazo. Varios ministros y parlamentarios del MAS ya están haciendo campaña por el voto negativo. “Votar Sí es como votar a Podemos (la oposición de derecha encabezada por el ex presidente Jorge “Tuto” Quiroga)”, declaró el ministro de Obras Públicas, Salvador Ric Riera. Nos lo veníamos venir”, responden desde la trinchera cruceña y anuncian una intensificación de la campaña por la autonomía, con apoyo de las estructuras del gobierno regional, por primera vez elegido mediante voto popular el 18 de diciembre.
Sin duda, el No masista tensará aún más las relaciones entre el poder ejecutivo y el gobierno cruceño, en un contexto de crispación por la “revolución agraria” iniciada por Morales y la convocatoria de los latifundistas a conformar “comités de defensa de la tierra”. Para los movimientos sociales las autonomías son, simplemente, una carta de las “oligarquías regionales” para debilitar al gobierno indígena y bloquear el tránsito hacia un nuevo modelo económico nacionalista.
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