Viernes, 22 de diciembre de 2006 | Hoy
EL MUNDO › LA SITUACION DE LOS INDIGENTES FRANCESES SE CUELA EN LA CAMPAÑA
Unos cien profesionales, estudiantes, artistas, funcionarios y militantes sociales salieron del confort de sus hogares para pasar noches gélidas junto a las miles de personas que no tienen casa. La clase política reaccionó con promesas electorales.
Por Eduardo Febbro
Desde París
El frío intenso de estos finales de otoño metió sus manos filosas en la campaña electoral para las elecciones presidenciales del año que viene. La situación de miles de personas que duermen en la calle, conocidas bajo la sigla “SDF”, sin domicilio fijo, así como la intervención solidaria de la sociedad francesa centraron el debate en las condiciones de vida de quienes carecen de un techo en momentos en que las temperaturas nocturnas descienden bajo cero. La asociación Los Hijos de Don Quijote organizó vigilias solidarias con los SDF a lo largo del romántico Canal Saint Martin, en el Quais de Jemmapes o el Quais Valmy, no lejos de la Plaza de la Bastilla. Una centena de parisinos se mudaron de sus confortables casas e instalaron carpas al borde del Canal Saint Martin a fin de compartir con los indigentes sus mismas condiciones. Marie-Pierre, una telefonista de 28 años que reside lejos de la Bastilla, se compró una carpa para dos personas y la armó junto al canal. Para ella, su gesto es a la vez un acto de solidaridad y de advertencia al gobierno: “Cada año se produce un fenómeno similar. No podemos cerrar los ojos. Es obvio que en París hay cuantiosas personas que no tienen dónde dormir. La miseria está en todos los barrios. Compartir con ellos algunas noches es una forma de interpelar a los poderes públicos”.
La noche, junto al canal, es un muro helado, pero la calidez de la compañía y las historias personales que circulan la vuelven casi apacible. Al igual que André, Elizabeth, Martin o Philippe, todos con profesiones respetuosas y departamentos con calefacción, quienes se mudan por unas noches con sus carpas a orillas del canal descubren cómo es la vida cuando no se tiene ni pan, ni papeles de identidad, ni familia, ni trabajo, ni techo. André, un contador de 39 años que trabaja en una multinacional, confiesa que nunca sospechó que la experiencia fuese tan enriquecedora. “Tengo dos hijos, pero mi esposa se quedó con ellos. Esta es la segunda noche que paso aquí, junto a los SDF. He salido enriquecido. Aunque sea por un par de noches, cuando uno contempla la vida desde estos bordes inhóspitos de la existencia humana comprende muchas cosas. Ya no juzga a los indigentes como, a veces, puede ocurrir cuando los cruzamos por la calle.” Frente al frío y la humedad cortantes, las carpas no ofrecen ninguna resistencia. Apenas cae la noche, en un puñado de horas, los colchones, las frazadas o los edredones son un manojo embebido de humedad. Pero nadie se va. Philippe, un estudiante de Bellas Artes de 22 años, tiembla de frío, pero sus convicciones se mantienen intactas. “Creo que es la única manera de empujar para que las cosas cambien, para que, en el próximo invierno, el espectáculo de tanta gente durmiendo en la calle sea un recuerdo.”
Profesionales, artistas, funcionarios, maestros o militantes sociales de la primera hora, los parisinos que se someten junto a los SDF a la tortura invernal de la intemperie provienen de todos los medios socioeconómicos. Cualquiera sea su origen social, todos comparten un mismo objetivo y, sobre todo, una misma conciencia. Elizabeth, una maestra de 31 años, explica: “Vivimos en una sociedad casi virtual, en donde todo, incluida la realidad más extrema, nos parece una ficción. Los SDF se han incrustado tanto en el paisaje urbano que ya no los vemos, no sabemos nada de ellos, ni por qué están realmente ahí, ni tampoco por qué los poderes públicos, de izquierda o de derecha, no hacen nada para impedirlo. Pero cuando nos ven a nosotros, que tenemos un estatuto, casa y trabajo, entonces se produce una reacción. Hay una cadena solidaria y la clase política reacciona. Pasamos de la ficción social al megarrealismo”.
Stephane, un joven de 33 años con un sólido pasado de militancia social, es el primero en levantarse de su carpa. Son las seis menos cuarto de la madrugada y el hombre busca un café donde tomar un desayuno y lavarse antes de regresar: “De la carpa al trabajo”, dice sonriendo, y luego agrega: “Mi lucha no es ideológica. Quiero destruir esta miseria que nos lastima los ojos”. Esa miseria acumulada levantó un debate fuerte entre los pretendientes presidenciales. El candidato de la derecha y actual ministro de Interior, Nicolas Sarkozy, prometió que si sale electo presidente en un lapso de dos años no habrá nadie más que duerma en la calle. Promesa que suscitó la inmediata respuesta del primer secretario del Partido Socialista, François Hollande, quien respondió: “Me pregunto qué ha hecho entonces a lo largo de estos cuatro años y medio en que fue ministro de Interior”. El cruce de espadas entre izquierda y derecha no exime de sus responsabilidades a los dos partidos que han gobernado Francia en el último cuarto de siglo. Ni socialistas ni conservadores lograron frenar los altos niveles de exclusión. Por lo pronto, la iniciativa de la asociación Los Hijos de Don Quijote alcanzó su propósito: sacar la exclusión extrema de su confinamiento en la acción caritativa y de urgencia para que ocupe el espacio político.
El tema de los indigentes en la calle se complicó tanto más cuanto que el gobierno ordenó desmontar por la fuerza las carpas instaladas en varios puntos de París. Ello dio lugar a una guerra de las carpas entre los poderes públicos y las ONG con el telón de fondo de la elección presidencial. Catherine Vautrin, ministra de la Cohesión Social, criticó severamente la instalación de las carpas: “Es humo en los ojos”, “un engaño”, dijo la responsable, que agregó: “Utilizar con fines mediáticos y políticos el problema de la exclusión de la gente es peligroso y sin esperanzas”. Respuesta inmediata del presidente de la ONG Médicos del Mundo, Pierre Micheletti: Médicos del Mundo seguirá distribuyendo carpas pese a los operativos oficiales para desmontarlas. El gobierno recuerda que aún quedan lugares disponibles para recibir a los SDF, que se han creado 800 camas suplementarias en los últimos años y que el Ministerio de Cohesión Social gasta cada noche casi cuatro millones de dólares para que nadie duerma en la calle. Pero el gobierno choca con otro problema: el rechazo de los SDF que se niegan a dormir en los lugares que el gobierno pone a su disposición. Según una encuesta realizada por Médicos del Mundo, 84 por ciento de las personas sin domicilio a quienes se les entregó una carpa dice que no marca el número de urgencia 115 –gestión de los dormitorios–. Las razones invocadas son varias: servicio de difícil acceso, horarios poco adaptados, estadía demasiado corta.
Por encima de la polémica política, el fenómeno de las carpas instaladas en el Canal Saint Martin por personas con medios provocó un impacto en la sociedad. La visibilidad de la situación se hizo mayor y, con ella, la conciencia de lo que sufren quienes carecen de techo. Los ecologistas también ocuparon la escena y alegan: “Las urgencias sociales son tan importantes como las urgencias del medio ambiente”, dijo Cécile Duflot, secretaria nacional de los verdes. La vida a cielo abierto es ruda. Miedo, soledad, falta de alimentos, frío. No hay otro horizonte que el próximo amanecer y sus asiduos interrogantes: ¿dónde comer, dónde protegerse, adónde ir? Thierry descubrió estas cosas el lunes pasado. A sus 51 años y con un puesto de trabajo bien remunerado, tres hijos, un auto y una moto “para el verano”, este ingeniero civil se restregó los ojos apenas despuntó el día. Tenía las manos congeladas, un resfrío recién estrenado, dolores en todo el cuerpo y una pregunta insistente, formulada a orillas del Canal Saint Martin. “Yo sé a dónde voy. Tengo plata en el bolsillo y una cama que me espera. ¿Pero a dónde van ellos cuando están solos?”
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