Domingo, 13 de mayo de 2007 | Hoy
EL MUNDO › ESCENARIO
Por Santiago O’Donnell
En estos días se habla mucho de “el legado de Tony Blair”. Se trata de un legado importante, porque Blair es el segundo primer ministro laborista desde 1945 y el primero en la historia en ganarles tres elecciones seguidas a los conservadores. Así como acá se cuestiona la capacidad de los radicales para gobernar el país, en Gran Bretaña, hasta la llegada de Blair, se cuestionaba la capacidad de los laboristas para ganar elecciones de primer ministro. Con Blair los laboristas se sacaron de encima esa mochila, pero, al menos en el campo progresista, se esperaba mucho más. O mucho menos, si se toma en cuenta su apoyo a la guerra de Irak. Esa sola decisión opacó el resto de su gestión, sostienen las encuestas de opinión en el Reino Unido y coinciden casi todos los analistas internacionales. Después de la caída del Muro, después del reinado de la Dama de Hierro, después de las privatizaciones y el Pensamiento Unico, llegaba Blair a caballo de una Tercera Vía que supuestamente iba a unir el capitalismo y el socialismo para humanizar la política en un mundo sin ideologías. Pero llegaron las guerras, volvieron las ideologías, y cuando Blair se equivocó de vereda la historia lo pasó por encima como una aplanadora. Algunos dirán con el diario del lunes en la mano que su debacle no sorprende, que Blair es el mejor ejemplo de la nueva izquierda moderna del socialismo light que termina siendo ni chicha ni limonada. Pero para muchos ingleses, incluyendo Laurence Whitehead, politólogo de la Universidad de Oxford, este final de Blair es un final triste por las enormes expectativas que había generado diez años atrás.
“Cuando apareció, Blair era una figura muy atractiva. Un líder joven, fuerte, no débil como su predecesor Neil Kinnock. Las expectativas eran muy altas porque Blair traía un valor agregado para el laborismo: su figura atraía a segmentos de la clase media británica que estaba alejada del partido. Sus modales de escuela pública, su educación en leyes de una escuela de elite, su personalidad televisiva, todo sumaba. Y el hecho de que era buen mozo sin duda atrajo muchos votos femeninos”, enumera Whitehead por teléfono desde Londres. “Margaret Thatcher y (su sucesor) John Major no eran así. Major había heredado su cargo casi por accidente, después del colapso del thatcherismo, y fue derrotado en gran parte por la erupción de pequeños escándalos de corrupción, como el caso de los legisladores que cobraban por hacer preguntas en el Parlamento. El laborismo ya no se mostraba como el viejo guerrero de la guerra de clases. Prometía un gobierno limpio, decente, y apelaba a los jóvenes educados en el sur del país que nunca lo habían votado. Había un clima de mucho optimismo.”
Más que un cambio de programa, Blair prometía un cambio en la manera de hacer las cosas. Un cambio cultural. “El slogan del imperio era Rule Britania (Gran Bretaña Manda). Blair lo cambió por Cool Britania. Iba a transformar a Gran Bretaña en un país moderno, sofisticado, cool, en la cresta de la ola cultural. Todo eso representaba Blair, un ex guitarrista de un grupo de rock. Su latiguillo era ‘educación, educación, educación’. Decía que los conservadores no valoraban la educación, mientras los laboristas garantizaban educación para todos.” Todo eso prometía Blair y mucho más, explica Whitehead.
“Las relaciones exteriores serían éticas, nos dijeron. El imperialismo y la realpolitik de los conservadores, los negocios espurios con traficantes de armas se harían de lado y se impondría una política idealista. Más que nada Blair sería el líder más proeuropeo de la historia británica, así como Thatcher había sido la más antieuropea. Blair vacacionaba en Italia, hablaba un francés fluido y prometía que Gran Bretaña adoptaría el euro.”
En todas estas promesas, que nada o muy poco tienen que ver con Irak, Blair también se quedó corto. “Iba a ser el corazón de Europa pero se distanció de Chirac, no tiene mucha credibilidad en Alemania y se convirtió en un amigo acrítico de Berlusconi y Aznar –continúa el profesor–, los dos líderes más pronorteamericanos del continente, y que no son considerados ni progresistas ni unificadores en sus propios países.”
En cuanto a una política exterior más ética que la de los conservadores, más allá de las mentiras sobre las armas de destrucción masiva y la extraña muerte del doctor Kelly, principal experto en el tema, Whitehead rescata una decisión de Blair no tan conocida fronteras afuera del Reino Unido. “El señor Blair en persona ordenó la suspensión de las investigaciones por supuestas coimas en el programa aeroespacial, invocando razones de seguridad nacional. Su decisión, que no tuvo nada de ‘ética’, le costó la condena de Europa y los Estados Unidos por violar un principio fundamental en la lucha anticorrupción.”
El legado cultural de Blair tampoco fue muy cool. Su obra emblemática, el Domo del Milenio, un faraónico espacio multicultural que iba a atraer a la gente que no iba a los museos, terminó en un gran fracaso económico y de concurrencia. “El Domo del Milenio se convirtió en el símbolo de una gestión vacía e insustancial. Con el dinero gastado en esa obra se podrían haber construido muchos hospitales”, dice el profesor de Oxford.
Según Whitehead, la agenda social de Blair tuvo algunos logros, pero no tantos como se esperaba. “Hubo avances en salud y educación, pero encontró resistencias y debió haber sido más agresivo al principio para avanzar más. Sus políticas se basaron en objetivos numéricos, como que ningún paciente tenga que esperar más de 60 días. En muchos casos los pudo cumplir, pero a costa de descuidar otras áreas. Con la educación no pudo lograr su objetivo de mandar al 60 por ciento de la población con edad universitaria a la universidad, porque lo que la universidad ofrece es muy distinto a lo que ese 60 por ciento quiere. Blair logró reducir el desempleo y la cantidad de niños pobres, pero crecieron la desigualdad, el crimen y las tensiones raciales. Es un resultado discreto, que no hubiera llamado la atención de no ser por lo que ocurrió en Irak.”
¿Y cómo olvidarse de Irak, si esa guerra definió su lugar en la historia y en el corazón de los ingleses? “Porque Blair era tan moralista y creía en liderazgos fuertes y quería a Gran Bretaña en el centro de las relaciones internacionales, primero se juntó con Clinton. Y le fue razonablemente bien con la opinión pública en Sierra Leona y especialmente Kosovo, más allá de lo que uno piense al respecto. Por eso, cuando llegaron Bush y la guerra de Irak, Blair no tenía razones para cambiar de estrategia. Supongo que el ataque a la Torres Gemelas descolocó a Blair. Supuso que él entendía a los norteamericanos mejor que el resto de los ingleses. Pensó que era un visionario al ignorar la opinión de los británicos para alinearse con lo que creía que era la opinión de los norteamericanos. Pensó que Estados Unidos tenía razón y que iba a vencer como Reagan venció a Gorbachov para terminar la Guerra Fría. Y él no se lo quería perder, no quería que Gran Bretaña se lo perdiera, y no dudó en sacrificar su relación con Francia, su rol en Europa, o alienar a medio laborismo, porque contaba con el apoyo de los conservadores. Ni siquiera atendió las dudas de los militares y del aparato de seguridad”, analiza Whitehead.
A esta altura se lo escucha un poco emocionado al profesor, como si recordara discusiones pasadas con personajes poderosos, a los que no logró convencer. “Blair fue advertido pero no escuchó –continúa– que la caída de Saddam desestabilizaría a Irak. Fue advertido pero no escuchó –repite– que la opinión pública de Estados Unidos cambiaría y al final los británicos terminamos defendiendo algo en lo que ni los norteamericanos creen. Blair quedó en el lado equivocado del Grupo de Estudios de Irak, el lado equivocado de la pelea entre demócratas y republicanos en el Congreso y el lado equivocado en la invasión israelí del Líbano. Ese es su legado.”
Fue muy linda la reunificación de Irlanda del Norte, reconoce el profesor cuando se le pregunta, y no hay dudas de que Blair tuvo que ver. “Pero su falta de autocrítica, su intolerancia a la hora de debatir, su forma de presionar para que se avale todo lo que dice hizo que cuando finalmente dijo una verdad después de 10 años, nadie lo haya querido escuchar”, remata con amargura.
Con todo eso resulta un poco sorprendente que Blair conserve una mayoría cómoda en el Parlamento y que prácticamente designe a su sucesor, mientras Bush abandone el poder como rata por tirante.
“Lo que pasa es que en Estados Unidos hay más controles y contrapesos, y por lo tanto se toleran menos las mentiras y los abusos de poder. Nuestra sociedad monárquica es más centralista y carece de controles horizontales, señala el profesor.”
Predecir el futuro no es cosa de sociólogos, pero Whitehead arriesga que Gordon Brown no protegerá a su antecesor y que retomará algunos aspectos del laborismo clásico, aunque no todos. Que tendrá que hacer algo con Irak, una guerra que en su momento apoyó. Que los partidos mayoritarios perderán su hegemonía y vendrán gobiernos de coalición. Que desgraciadamente la política exterior británica para Latinoamérica se limitará a un apoyo para el peor enemigo de Hugo Chávez que pueda encontrar en la región.
El jueves, en su despedida, Blair dijo que no se arrepiente de haber generado tantas expectativas, aun cuando no pudo satisfacerlas. Parecía cansado. Que pase el que sigue.
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