Miércoles, 10 de octubre de 2007 | Hoy
Los enfrentamientos entre el ejército e insurgentes empezaron el domingo y siguieron en escalada. Los jefes tribales denunciaron que hay decenas de civiles muertos y casas destruidas.
Al menos 250 personas murieron en Pakistán, a sólo unos kilómetros de Afganistán, en los últimos tres días. Según informó el ejército paquistaní, 200 serían insurgentes y los otros 50, soldados. Sin embargo, jefes tribales y habitantes de la zona denunciaron que los bombardeos de la fuerzas armadas también mataron a decenas de civiles y destruyeron innumerables casas y edificios. Ayer, después del último ataque aéreo, unos 50 mil paquistaníes comenzaron a abandonar la ciudad de Mir Ali, en el noroeste, para escapar de la violencia.
Los enfrentamientos comenzaron el domingo, después que una bomba alcanzara un camión que transportaba a un grupo de soldados. Según el ejército paquistaní, unos 130 insurgentes murieron en los primeros dos días y otros 70 anoche en nuevos combates. Un total de 50 soldados también fallecieron en el mismo período, aunque no especificaron en qué operativos y cómo. Se estima que 12 y 15 soldados están todavía desaparecidos, y que los choques habrían dejado al menos 70 heridos (50 de ellos rebeldes y 20 soldados). Anoche, al confirmar el último bombardeo, el mando militar paquistaní recordaba que todavía buscan a más de 200 soldados secuestrados en agosto pasado.
El ejército paquistaní también reconoció que la ola de violencia era parte de una nueva estrategia. “Los milicianos ofrecen resistencia a través de emboscadas, redadas y atentados a convoyes y puntos de control. Las fuerzas de seguridad no comenzaron la operación sino que están respondiendo a los ataques. Sin embargo, hay un cambio en nuestra estrategia”, explicó el portavoz del ejército, el general Waheed Arshad.
La principal modificación ha sido el uso de la fuerza aérea, como venía reclamando la Casa Blanca. Los insurgentes talibán y los combatientes de Al Qaida –quizás el propio Osama bin Laden– de la zona representan una de las mayores amenazas para el presidente paquistaní, el general Pervez Musharraf. El llamado cinturón tribal del norte es tradicionalmente una región autónoma de facto. Allí las máximas autoridades son los jefes tribales, no el gobierno de Islamabad. Por eso, a pesar de los temores de Estados Unidos y de la coalición occidental que pelea en Afganistán, Musharraf se había cuidado de no empezar una guerra con estos grupos, e incluso firmó una serie de acuerdos de paz.
La tregua terminó en julio pasado con el enfrentamiento entre el gobierno y los líderes islamistas de la Mezquita Roja en la capital. Fueron varios días de violencia y más de cien muertos. Pero lo más importante es que provocó un cambio de discurso del presidente Musharraf, quien como el principal aliado de George Bush en la región no podía mostrarse, ante los paquistaníes y ante el mundo, como un líder débil frente al extremismo islámico. El conflicto terminó con la Mezquita cerrada, los religiosos detenidos y la ruptura de la tregua con los jefes tribales. A partir de ese momento, los atentados de los insurgentes y las ofensivas del gobierno fueron incesantes.
Para los analistas paquistaníes, todo indica que la nueva estrategia supondrá un aumento del uso de la fuerza militar contra la región fronteriza con Afganistán. No sólo eso sino que, por primera vez, se avizora que el poder militar podría ser extranjero. La ex primera ministra, Benazir Bhutto, que regresará de su exilio el 18 de octubre y podría forjar un pacto de poder con Musharraf, dijo recientemente que si recupera el gobierno está dispuesta a autorizar a Estados Unidos a ingresar al país para perseguir y eliminar a Bin Laden. “Debemos enviar un claro mensaje de que no hay lugar para señores de la guerra y rebeldes en la constitución paquistaní”, afirmó. En sintonía con estos cambios, la Casa Blanca ya adelantó que está dispuesto a invertir 750 millones de dólares en ayuda económica a la zona en los próximos cinco años.
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