EL MUNDO › UN LUGAR SIN COMIDA, BEBIDA, CAMAS, BAÑOS NI PAPEL HIGIENICO

Cómo era la vida dentro del teatro minado

Por Ian Traynor y Nick Paton-Walsh
Desde Moscú

Con el drama de la vida real en el grisáceo teatro de hormigón y vidrio a tres kilómetros del Kremlin en su tercer día, una sensación de desesperación angustiada ayer se estaba apoderando de todos. La entrada al teatro, construido en los años ‘70, estaba cubierta de vidrio pulverizado. El cielorraso del auditorio está salpicado con agujeros de bala. En medio del auditorio se había instalado una pila de explosivos. El escenario estaba minado.
Las luces se encendieron sobre el popular musical Nordost el miércoles por la noche en el teatro de 1000 butacas. Desde entonces no habían sido apagadas anoche. Para los más de 600 rehenes alimentándose de galletitas y chocolate, no hubo sueño, ni camas, ni comida caliente, ni bebidas calientes, ni papel higiénico, ni baños, solamente una magra provisión de medicinas y, aparentemente, un vínculo que se profundiza entre los secuestradores y sus víctimas. Las condiciones sanitarias empeoraban. El foso de la orquesta se había vuelto una letrina común desprovista de privacidad para los cientos de rehenes vigilados por unos 40 hombres y mujeres chechenos fuertemente armados,
Afuera, bajo un cielo de color gris acero y un frío húmedo que llegaba a los huesos, cientos de tropas rusas habían sellado el área, mientras una procesión de liberales, parlamentarios y personajes de los medios rusos realizaban un peregrinaje al teatro para negociar su entrada en un intento de desactivar la crisis o al menos mejorar las condiciones de las víctimas de adentro. Adentro, las brillantes luces nunca se atenuaban y la temperatura era relativamente cálida, según contó el doctor Leonid Roshal, un cirujano ruso que estuvo dentro en el teatro hablando a los terroristas tres veces ayer. “Todos están en la única sala y los terroristas imponen disciplina –relató–. A los rehenes no se les permite desplazarse libremente. Si lo hacen, los terroristas disparan tiros al aire o hacia el cielorraso”. Los rehenes se encogen en las butacas del teatro, que se han convertido en camas improvisadas.
Valya, una mujer de mediana edad, oyó a su hija secuestrada Olga, de 24 años, a las cinco de la mañana de ayer, por primera vez desde que la crisis estalló en la noche del miércoles. “Ella no tiene un celular. Se lo deben haber dado ellos para permitirle que llamara. Solamente pude hablar con ella un minuto. Están sobreviviendo, pero Olga sonaba muy aterrada”, dijo su madre.
Pese a afirmaciones de los servicios de seguridad rusos de que los rehenes habían sido separados por sexo y nacionalidad y ubicados en espacios separados dentro de lo que no es sólo un teatro sino un enorme complejo de artes de la época soviética, los testigos dijeron que todos los rehenes estaban concentrados en el auditorio principal. Se alimentaban de chocolates y galletitas, agua y jugos de fruta, pero aunque los terroristas han permitido que algunas medicinas crucen las líneas de sitio, hasta ahora se han mantenido firmes en su negativa a permitir que entre comida de verdad. “Tenemos listos todas las provisiones de comida, pero no permiten que entre nada”, dijo el doctor Roshal.
Anoche los chechenos parecieron moderar su rechazo a permitir comida fresca o caliente. Después de regresar abruptamente de una ceremonia de entrega de premios a los medios en Estados Unidos, la galardonada periodista rusa Anna Politkovskaya fue admitida dentro del teatro para hablar con los chechenos. Politkovskaya es una acérrima crítica de la guerra de Rusia en Chechenia y ha informado desde Chechenia de modo más completo que nadie, de Rusia o del extranjero. La periodista salió del edificio luego de tres horas para informar que los secuestradores habían acordado que ella podría llevar algo de comida y agua para beber. Se informó que los terroristas habían rechazado tajantemente que un minibus llevara un cargamento de comida al teatro. Una declaración que los chechenos permitieron a los rehenes que entregaran ayer a la prensa rusa puso de manifiesto el empeoramiento de las condiciones y la creciente tensión. “Tanto los rehenes como los terroristas están nerviosos y tensos –dice la declaración–. A la primera movida para asaltar el lugar, el edificio será volado. La situación es muy tensa. Todos los rehenes están en el mismo recinto. No se los está alimentando. Hay que hacer las necesidades en el foso de la orquesta. Una bomba poderosa ha sido instalada en el centro del auditorio. El escenario y los corredores han sido minados. Hay 15 combatientes, cargados de explosivos, que vigilan continuamente la sala”.
Las primeras y únicas imágenes televisadas desde dentro del teatro fueron transmitidas ayer por el canal NTV, por pedido de los terroristas. El equipo de periodistas fue llevado a un cuarto de depósito donde Movzar Basáyev, señor de la guerra checheno y aparente líder de los secuestradores, estaba sin máscara dentro de una gran caja de cartón, junto a otro hombre armado y enmascarado. La TV luego mostró a tres mujeres vestidas de negro, con gruesos velos cubriendo sus rostros, dejando visibles sólo los ojos. Una de ellas tenía una pistola en la mano. Su colega mostró a las cámaras un grueso paquete marrón adherido a su cintura, cubierto en cinta adhesiva marrón. Dos cables salían del paquete y terminaban en un pequeño interruptor, que los dedos de la mujer tocaban nerviosamente. Expertos rusos dijeron que el dispositivo parecía un explosivo de fabricación casera.
El doctor Roshal dijo que vio al menos seis mujeres entre los terroristas. En la mañana de ayer, el médico y tres colegas fueron retenidos por tres horas en el teatro. “Nos pusimos un poco nerviosos. Yo estaba hablando a una de las mujeres (terroristas). Ella estaba a cara descubierta. Le dije: ‘Qué nos va a pasar’. Ella se limitó a sonreír y dijo: ‘Váyanse’. Así que nos fuimos”.

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