Domingo, 25 de octubre de 2009 | Hoy
Por Mario Wainfeld
Los piqueteros están armados hasta los dientes, promueven una espiral de violencia. Planean cercar la Capital o impedir el acceso de “la gente”. Son una amenaza para la paz social, su radicalización es creciente.
Minucia más o menos, la narrativa estuvo en estos días en boca de dirigentes opositores, formadores de opinión, plasmada en la lógica de edición de medios masivos, audiovisuales o escritos. El cronista piensa que la historia no se repite mecánicamente pero que hay recidivas dignas de ser resaltadas. Coyunturas con semejanzas, sectores que reeditan reflejos brutales y sectarios. Para su subjetividad los dichos de estas horas, evocan muy cercanamente a los acuñados en los días previos (y en el inmediato ulterior hasta que se develó la verdad) a los asesinatos a Maximiliano Kosteki y Darío Santillán. En ese caso, el gran emisor fue el duhaldismo gobernante, con gran aval de los medios más poderosos. Ahora es la oposición política la que les hace yunta.
En aquel entonces, el remate fue el homicidio político. Durante más de 24 horas funcionarios y muchos medios se conjuraron para ocultar la realidad. Los piqueteros, fabulaban, de tan salvajes que son se balearon entre ellos. El sentido común mediático mayoritario les dio crédito, lo que se plasmó en un histórico título de Clarín: “La crisis causó dos nuevas muertes”. La aparición de fotografías, en Página/12, La Nación y el propio Clarín forzó a cambiar la perspectiva. Un encomiable documental dirigido por Patricio Escobar y Damián Finvarb, con el mismo título de Clarín, recuerda esa cobertura infausta, prohijada desde el poder político.
Nada es igual, agua y sangre corrieron bajos los puentes, el pasado no tiene la costumbre de repetirse como un calco. Entre tanta profecía apocalíptica, el cronista apuesta por la calma. Pero es del caso señalar cuánto clasismo, cuánto racismo implícito hay en la culpabilización masiva de los movimientos sociales. Las propias diatribas de los fiscales dan cuenta de la existencia de cooperativas de vivienda, comedores escolares, cientos de iniciativas de contención y promoción de sectores populares. Sin embellecer a nadie, sin dispensar a nadie que reciba dineros públicos de auditorías y controles, vale la pena recordar a los voceros de las clases y corporaciones dominantes sus tropelías y desmesuras del pasado. Las realizaciones del presente de la Túpac Amaru, entre otras tantas organizaciones, deberían provocar emulación, respeto, estudio y no la vindicta fácil de quienes están por encima de ellos en la pirámide de ingresos. Y en nada más.
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