Domingo, 25 de octubre de 2009 | Hoy
Por Mario Wainfeld
El decano de la Facultad de Sociales de Estocolmo encarga un informe a su discípulo, el politólogo sueco que hace su tesis de postgrado sobre la Argentina. “Explíqueme, profesor, qué pasa con el lenguaje de los criollos. Y, en especial, por qué la gente y los mass media juzgan que los exabruptos procaces de Diego Maradona son más graves para la moral pública que los de los repúblicos Francisco de Narváez y Carlos Reutemann. Un paper de cuarenta páginas, con pareceres de semiólogos y de intelectuales de fuste independientes, que no sean ultrakirchneristas.”
La réplica llega a vuelta de correo electrónico, como de volea. Tiene unas pocas líneas, minga de citas. “Seré breve y preciso, profesor, me estoy yendo al Monumental y no dispongo de tiempo. Hay dos razones, una bastante trillada por la progresía, otra no tanto. La primera es que Maradona es moreno, criado en un barrio popular. El senador y el diputado tienen tez blanca y rosácea, un tizne de impunidad. La segunda es que Diego tiene el deber de ser más cuidadoso con su lengua que los referentes políticos citados. Habla mucho mejor que ellos, tiene un vocabulario más amplio, imaginación propia, sentido del humor y creatividad. A mayores dotes, mayores exigencias. A Lole y el Colorado, que lidian malamente para enhebrar sujeto, verbo y predicado, no se les puede recalar mucho. De cada uno según sus capacidades...”.
El decano estima la respuesta por inteligente, pero advierte su pobreza en citas y en desarrollo. Piensa en retrucar compeliendo al politólogo a cumplir con la comanda pero sabe que el hombre ya enfila para la cancha. Y con algo de envidia, porque en Estocolmo no hay nada parangonable al superclásico criollo, parte hacia a su restaurante favorito a encontrarse con su amigo, el inspector policial Kurt Wallander.
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