Miércoles, 25 de noviembre de 2009 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Tariq Ali *
Ha sido un mal otoño para la OTAN en Afganistán, con desastres parecidos tanto en el frente político como en el militar. Primero Kai Eide, el director de la oficina de Naciones Unidas en Kabul, un noruego bien intencionado –aunque no muy brillante–, se peleó con su adjunto, Peter Galbraith, quien, como representante de facto del Departamento de Estado estadounidense, había decretado que la elección del presidente Karzai estuvo amañada y así lo proclamó a los cuatro vientos. Su superior siguió defendiendo la legitimidad de Hamid Karzai. Sorprendentemente, Naciones Unidas despidió después a Galbraith. Esto hizo que Hillary Clinton corriera a meter la primera, y el órgano de control electoral, con apoyo de Naciones Unidas, dictaminó que los comicios habían sido en efecto fraudulentos y ordenó una segunda vuelta. Karzai se negó a sustituir a los funcionarios electorales que habían hecho tan buen trabajo para él en la primera vuelta y su oponente se retiró. Karzai logró el puesto.
La legitimidad de Karzai no ha dependido nunca de las elecciones (que, en cualquier caso, se falsean siempre), sino de la fuerza expedicionaria estadounidense y de la OTAN. Así pues, ¿qué fue todo ese pugilato con un contrincante imaginario en la primera vuelta? Parece que todo se había diseñado para proporcionar cierta tapadera al incremento militar que el general Stanley McChrystal estaba tramando, la nueva esperanza blanca de una asediada Casa Blanca. McChrystal parece haber invertido la vieja máxima de Clausewitz: cree sinceramente que la política es una continuación, por otros medios, de la guerra. Se pensó que si se eliminaba a Karzai sin muchas dificultades y se lo sustituía por su antiguo colega Abdulá Abdulá, un tayico del norte, se podría dar la impresión de que se había eliminado pacíficamente un intolerable régimen corrupto, lo cual ayudaría a impulsar la propaganda bélica en casa y a relanzar la guerra de verdad en Afganistán. Por su parte, Abdulá quería la parte del botín que llega con el poder y que hasta ahora estaba monopolizado por los hermanos Karzai y sus parásitos, ayudándoles a crear una diminuta base local de apoyo a la familia. ¿Ha supuesto una sorpresa real para alguien la revelación de que Ahmed Wali Karzai no sólo era el hombre más rico del país, como resultado de la corrupción a gran escala y el comercio de armas/drogas, sino también un agente de la CIA? Me contaron que los comisarios de la OTAN, en medio de su desesperación, habían llegado incluso a considerar la posibilidad de nombrar un alto representante, copiando el modelo balcánico, para dirigir el país, convirtiendo la presidencia en un cargo aún más nominal de lo que ya es hoy. Si eso hubiera sucedido, Galbraith o Tony Blair habrían sido los obvios favoritos.
Los ciudadanos del mundo transatlántico se sienten cada vez más y más inquietos ante un escenario en el que no se vislumbra final alguno. En Afganistán, las filas de la resistencia no paran de crecer. La guerra sobre el terreno está llegando a ninguna parte: los convoyes de la OTAN que llevan fuel y equipamiento son atacados repetidamente por los insurgentes; y que los neotalibán controlan el 80 por ciento de las zonas más populosas del país es algo que todo el mundo admite. Recientemente el mulá Omar criticó fuertemente a la rama paquistaní de los talibán: “Deberían estar combatiendo a la OTAN, no al ejército paquistaní”.
Mientras tanto, el comandante del ejército británico, general David Richards, haciéndose eco de McChrystal, habla de entrenar a las fuerzas de seguridad afganas de forma mucho más agresiva, para que la OTAN pueda pasar a asumir un papel de apoyo. Nada nuevo ahí. Eupol (la Misión de la Policía de la Unión Europea en Afganistán) declaró hace varios años que su objetivo era contribuir al establecimiento, bajo responsabilidad afgana, de una serie de acuerdos sostenibles y efectivos de policía civil. Esto sonó siempre disparatado: el tiroteo de un policía afgano contra cinco soldados británicos que se produjo a primeros de mes, cuando lo entrenaban, confirma la anterior impresión.
Ahora, es obvio para todo el mundo que ésta no es una buena guerra diseñada para eliminar el narcotráfico, la discriminación contra la mujer y todas las cosas malas, además de la pobreza, por supuesto. Así pues, ¿qué es lo que ha estado haciendo la OTAN en Afganistán? ¿Se ha convertido en una guerra para salvar a la OTAN como institución? ¿O se trata más bien de una cuestión estratégica, como se sugería en el número de la primavera de 2005 de la NATO Review?: “El centro de gravedad del poder en este planeta se está trasladando inexorablemente hacia el este... La región Asia/Pacífico aporta a este mundo muchas cosas dinámicas y positivas, pero el veloz cambio registrado en esa zona no es aún estable ni se ha integrado en instituciones estables. Hasta que esto se consiga, es responsabilidad de europeos y norteamericanos, y de las instituciones que han construido, dirigir el camino... la seguridad y la eficacia en ese mundo es imposible sin legitimidad y capacidad”.
Cualquiera que sea la razón, la operación ha fracasado. La mayoría de los amigos de Obama en los medios estadounidenses lo reconocen y apoyan una retirada planificada, a la vez que les preocupa el hecho de que sacar las tropas tanto de Irak como de Afganistán pueda hacer que Obama pierda las siguientes elecciones, especialmente si McChrystal o el general Petraeus, el supuesto héroe del incremento en Irak, se presentan por los republicanos. Aunque no parece probable que Estados Unidos se retire de Irak.
Mientras Washington decide qué hacer, Af-Pak arde por los cuatro costados. Cumplir el diktat imperial ha puesto al ejército paquistaní bajo tensión inmensa. Su reciente y muy publicitada ofensiva en el sur de Waziristán ha dado pocos resultados. Sus presuntos blancos han desaparecido de la escena y han dejado el combate para otro momento. En una exhibición de buena fe, el ejército se puso a asaltar el campo de refugiados de Shamshatoo en Peshawar. El 4 de noviembre recibí un correo desde Peshawar: “Quiero que sepas que acabo de recibir la llamada de un ex prisionero de Gitmo que vive en el campo de Shamshatoo y me ha contado que esta mañana, alrededor de las 10, un grupo de polis y soldados llegó y asaltó varios hogares y tiendas y arrestó a mucha gente. También mató a tres inocentes escolares. Su yinaza (funeral) es esta noche. Varias personas grabaron el ataque con sus teléfonos celulares y estoy tratando de entenderlo mientras estoy tecleando estas líneas”. ¿Cómo puede acabar bien todo esto?
* Escritor, director de cine, historiador y activista político, nacido en Lahore (Pakistán) en 1943. Su libro más reciente es The Protocols of the Elders of Sodom and other Essays, publicado por Verso.
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