Lunes, 19 de junio de 2006 | Hoy
El candidato del izquierdista Partido de la Revolución Democrática (PRD) se volvió aún más popular cuando logró sortear el proceso de desafuero impulsado desde el gobierno mexicano.
Se presenta como el líder de la izquierda mexicana, ajeno a la política tradicional del priísmo y defensor de los intereses nacionales. En la región se lo percibe como un posible adherente a la ola progresista latinoamericana, por su ataque a las políticas neoliberales y su propuesta para suspender unilateralmente ciertos compromisos con el Nafta –Tratado de Libre Comercio de América del Norte–. Sin embargo, López Obrador tiene mucho más que ver con el priísmo de lo que le gusta admitir. Dueño de una innegable personalidad carismática, AMLO –como lo apodaron los medios mexicanos– debe gran parte de su popularidad a los incesantes y contraproducentes ataques de sus opositores. A tal punto su imagen se vio beneficiada por los errores políticos de sus rivales que recién logró alcanzar el primer lugar de las encuestas después de sobrevivir a un proceso de desafuero, impulsado principalmente por el gobierno nacional.
Desde sus comienzos en la política, López Obrador se caracterizó por su afición por liderar a las masas. La primera movilización multitudinaria que encabezó fue en 1994, luego de perder la elección a gobernador en su ciudad natal Tabasco, a manos de su actual rival a la presidencia, el priísta Roberto Madrazo. La marcha, que terminó en Ciudad de México impugnaba la votación por supuestas irregularidades del Partido Revolucionario Institucional (PRI). Su “segundo éxodo”, como él lo llamó, llegó al año siguiente con una serie de reivindicaciones sociales, que incluían el rechazo a la privatización de Pemex –la empresa petrolera estatal– y a las medidas liberalizadoras del gobierno del priísta Carlos Salinas, que el año anterior había firmado el Nafta.
Mientras su reputación de defensor de los intereses nacionales y, especialmente, de los más desvalidos crecía, AMLO también escalaba posiciones dentro del incipiente Partido de la Revolución Democrática (PRD). La agrupación, creada en 1988, era el resultado de la escisión de un grupo de militantes del PRI, que se autodenominaban Corriente Democrática –liderados por Cuauhtémoc Cárdenas, el hijo del histórico presidente Lázaro Cárdenas–, que se oponían al dominio de Salinas sobre el partido y optaron por aliarse con parte de la izquierda tradicional, como el Partido Comunista. Ocho años después, López Obrador se hacía con la presidencia del partido, al tiempo que muchos perredistas de la primera hora se alejaron o denunciaron el abandono de los principios democráticos que dieron origen a la agrupación.
A primera vista llama la atención cómo un dirigente con escaso éxito en las urnas logró acaparar tanto poder dentro del partido y, más aún, cómo fue ganando adeptos entre las clases populares. Periodistas, analistas y políticos –perredistas y opositores– sostienen que el garante del rápido ascenso de AMLO fue nada menos que el ex presidente priísta Ernesto Zedillo. Como todo acuerdo político exitoso, nunca se encontraron pruebas físicas que lo confirmaran. No obstante, demasiadas casualidades y una impecable racha de buena suerte del hoy candidato a la Presidencia dan credibilidad al asunto. El primero en denunciarlo fue Heberto Castillo, uno de sus rivales en la lucha por la presidencia del PRD en 1996. En su campaña, Castillo cuestionó las maniobras políticas de López Obrador, especialmente su alianza con Zedillo. El asunto quedó allí.
Cuatro años después, ya como candidato a la alcaldía del DF, AMLO enfrentó una impugnación que podía dejarlo fuera de la contienda electoral. El cuestionamiento era real. El líder del PRD no cumplía con los seis meses de residencia que demandaba la Constitución local. Llamativamente sólo un grupo del PRD avanzó con la impugnación, pero sin el apoyo de los otros partidos. ¿Por qué la oposición no respaldaría un esfuerzo que podía significarle un cargo crucial como la alcaldía de DF? En realidad, el PRI, que probablemente se hubiera quedado con el gobierno si López Obrador quedaba afuera, ya había comenzado a redactar un informe acusatorio pero,según explicó la prensa en aquel momento, el presidente Zedillo “lo congeló”. Otra vez, el asunto quedó allí.
Sus cinco años en la alcaldía de DF fueron su primera gran experiencia en un cargo electivo de primer nivel y le sirvieron para cimentar su imagen. Se caracterizó por un gobierno con un fuerte asistencialismo, a la vez que puso un gran énfasis en conseguir inversión privada para infraestructura. También utilizó curiosas herramientas como someter la continuidad de su mandato a un plebiscito cada dos años. Su estrategia fue tan efectiva que en su último año de gobierno obtuvo más del 90 por ciento de aceptación. Este resultado es aún más sorprendente ya que ese mismo año López Obrador se vio envuelto en un escándalo de corrupción que involucró a su entorno. Los “videoescándalos”, como se los conoció en México, fueron una serie de grabaciones que mostraban al que fuera su mano derecha, René Bejarano, a su jefe financiero, Gustavo Ponce y a otros dirigentes del PRD recibiendo dinero de un importante empresario argentino, Carlos Ahumada. El escándalo nunca llegó a involucrar directamente a AMLO.
Irónicamente, los que rescataron a López Obrador de las críticas fueron sus enemigos. AMLO había desoído una orden judicial para devolver un predio apropiado, en el que se estaba por construir un acceso a un hospital. No era la primera vez que el alcalde desobedecía o forzaba la modificación de un fallo judicial, sin embargo, el caso fue visto por el gobierno y el PRI como una oportunidad para bloquear su inminente candidatura presidencial. Pero el tiro les salió por la culata. A pesar de que lograron aprobar el desafuero en el Congreso, la oposición popular fue tan fuerte que Fox tuvo que volver sobre lo andado. La imagen de víctima de “la vieja política” le permitió a AMLO sortear las críticas sobre su entorno de cuestionados ex salinistas y ex foxistas. Sin embargo, algunos errores estratégicos, como no participar en el primer debate, están haciendo tambalear una victoria que sólo meses atrás parecía segura.
Perfil: Laura Carpineta.
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