Miércoles, 26 de julio de 2006 | Hoy
EL MUNDO › LA BATALLA DEL LIBANO ESTA LEJOS DE UN FINAL
Por Robert Fisk *
Desde Qlaya, sur del Líbano
La batalla en el sur del Líbano es a escala épica, pero desde las alturas de Khiam, los israelíes parecen estar en problemas. Sus F-16 vuelan bajo el brillante sol –como pequeños peces plateados cuyos suspiros suben en volumen cuando se zambullen– y sus bombas explotan sobre la antigua prisión donde el Hezbolá se está resistiendo; pero más allá de la frontera puedo ver los incendios a través de las laderas israelíes y las nubes de humo del asentamiento judío de Metullah.
No debió ser así, 13 días después de los ataques israelíes al Líbano. Los katyushas todavía salen disparados de a dos desde Khiam, estelas blancas que golpean contra las laderas de Israel y las ciudades fronterizas. De manera que ¿es por frustración o por venganza que las bombas israelíes siguen cayendo sobre inocentes? En las primeras horas de ayer, una tremenda explosión me despertó, golpeando las ventanas y sacudiendo los árboles y un único destello tiñó el cielo sobre Nabatea. Las vidas de los siete miembros de una familia acababan de extinguirse.
¿Y cómo es que los israelíes bombardearon dos ambulancias en Qana, matando a dos de los heridos e hiriendo a un tercer civil por segunda vez en un día? Todos los del equipo recibieron heridas, uno con un pedazo de esquirla en su cuello, pero lo que preocupaba a la Cruz Roja libanesa era que los misiles israelíes agujerearon claramente el centro de la cruz roja pintada en el techo de cada vehículo. ¿Los pilotos usaron la cruz como su punto de mira? El bombardeo de Khiam inició sus propios incendios en las laderas debajo de Qlaya, cuyos habitantes cristianos maronitas están ahora parados en una carretera en lo alto como los espectadores de una batalla en el siglo XIX. Khiam es, o era, un lindísimo pueblo de muros de piedra cortada y ventanas góticas, pero el blanco de Israel es la famosa prisión en la cual –antes de su retirada del Líbano en 2000– cientos de miembros de Hezbolá y en algunos casos sus familias, estaban presos y fueron torturados con electricidad por la milicia de Israel, el ejército del sur del Líbano (ESL).
Este era el mismo complejo carcelario –convertido en Museo de la Tortura por Hezbolá después de la retirada israelí– que fue visitado por Edward Said poco antes de su muerte. Más importante aún, es que muchos de los hombres de Hezbolá estuvieron presos aquí en celdas subterráneas debajo del antiguo fuerte francés. Estos mismos hombres están ahora luchando contra los israelíes, seguramente refugiándose de su fuego en las mismas celdas subterráneas en las que una vez languidecieron, quizás hasta guardando algunos misiles ahí.
En Marjayoun cerca de Qlaya –donde hace tiempo estuvieron los cuarteles de ESL– las tropas libanesas tratan desesperadamente de mostrar que la guerrilla Hezbolá usa las calles de la ciudad grecocatólica para disparar más misiles sobre Israel. Patrullas del ejército de siete hombres se mueven por la noche a través de las callejuelas oscuras en ambas ciudades, en caso de que Hezbolá atraiga más bombas sobre nuestras cabezas. En la guerra, todos los sentidos se agudizan. La madrugada, los pájaros, la música, las flores adquieren un nuevo significado. Una familia todavía vive en una pequeña villa frente a mi casa y miro a la mujer al atardecer recoger verdura de su jardín para la cena, ignorando el ruido de los aviones israelíes en el cielo sobre ella y los cambios siniestros en la presión del aire causados por sus bombas.
En Beirut, se observa la locura de las naciones occidentales con gracia y con horror, en estos pueblos serranos, escuchando cómo planea la secretaria de Estado de Estados Unidos, Condoleezza Rice, reestructurar al Líbano, lo cual es claramente una lección de autoengaño humano. De acuerdo con los corresponsales estadounidenses que acompañan a Rice en su visita a Medio Oriente, ella está proponiendo la intervención de una fuerza liderada por la OTAN a lo largo de la frontera libanesa-israelí entre 60 y 90 días para asegurarse un cese del fuego. Después de esto una fuerza más grande liderada por la OTAN en todo el Líbano para asegurarse el desarme de Hezbolá y luego el reentrenamiento del ejército libanés para luego desplazarlo a la frontera.
Este plan –que como todas las propuestas estadounidenses sobre el Líbano es exactamente lo que exige Israel– contiene la misma presunción errónea que la del cónsul general israelí en Nueva York, cuando dijo la semana pasada que “la mayoría de los libaneses aprecian lo que estamos haciendo”. ¿Rice cree que Hezbolá quiere que lo desarmen, aun bajo los términos de la resolución 1559 del Consejo de Seguridad de la ONU? ¿Por la OTAN? ¿No había una fuerza de la OTAN en Beirut que huyó del Líbano después que un grupo cercano a Hezbolá bombardeara la base de marines en el aeropuerto de Beirut en 1983, matando a 241 tropas de Estados Unidos y a docenas de tropas francesas unos pocos segundos después? ¿Alguien cree que las fuerzas chiítas musulmanas no harán lo mismo nuevamente ante cualquier “intervención” de las fuerzas de la OTAN? Hezbolá ha estado esperando y entrenando y soñando con esta guerra durante años, a pesar de lo crueles que podemos considerar sus acciones. No van a devolver el territorio que liberaron del ejército israelí durante una guerra de guerrillas de 18 años, y menos aún a la OTAN por pedido de Israel.
El problema, seguramente, es que Estados Unidos ve este baño de sangre como una “oportunidad” más que como una tragedia, una oportunidad para humillar a los partidarios de Hezbolá en Teherán y ayudar a formar el “Nuevo Medio Oriente” del que Rice habló tan insípidamente ayer. En realidad, probablemente resultará en un intento de Siria de humillar a Israel y a Estados Unidos en el Líbano.
Por supuesto, Hezbolá ha traído la desgracia a sus correligionarios.
Todo el trayecto del valle de Beka al sur del Líbano, la larga, peligrosa carretera destruida por las bombas que tuve que andar para llegar a Qlaya estaba desierta, salvo por automóviles conducidos por hombres en estado de pánico, atiborrados con familias, mostrando sábanas blancas por las ventanillas en la vana esperanza –después de los ataques aéreos israelíes sobre civiles– de que esto les dé protección. El único civil que caminaba por esos terribles caminos era un cuidador de chivos, que arriaba a sus animales alrededor de un gran cráter. Hablando con él, surgió que era sordo como una tapia y no escuchaba las bombas. En esto, tenía mucho en común con Condoleezza Rice.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère
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