Martes, 8 de agosto de 2006 | Hoy
Por Angeles Espinosa *
Desde Ghaziye
En Ghaziye no hay sirenas que avisen de los bombardeos. Como en el resto del Líbano, sus habitantes sólo se enteran de la inminencia de un ataque israelí cuando oyen el rugir de los cazas sobre sus cabezas. Ayer ni eso. “Nos despertaron las bombas”, declara Husein, frente a uno de los tres edificios destruidos. Tres vecinas y un niño de año y medio aún están bajo los escombros. “Sáquenme de aquí”, ha implorado Sahar Zabel desde su móvil. No sabe si sus hermanas y el bebé siguen con vida. Pero Ghaziye –20.000 habitantes y 10.000 refugiados– ya tiene 14 mártires. En el resto del Líbano, los bombardeos mataron a otra veintena de personas.
“Eran todos civiles”, repiten una y otra vez los habitantes, sea cual fuere la pregunta. La población de Ghaziye está en estado de shock. Tres ataques seguidos entre las siete y cuarto y las ocho de la mañana han cambiado su historia para siempre. El primero alcanzó un par de tiendas en la plaza central de la ciudad. Entre los cascotes asoma la loza partida y los bidones de plástico de una de ellas. La otra vendía utilería mecánica. No había nadie adentro, pero dos viandantes y un hombre que tomaba café en un local cercano perecieron en el acto.
Cuando los vecinos aún no se habían repuesto del susto, un segundo proyectil impactó en el domicilio de los Badrán, en una callejuela, a apenas 300 metros del primero. “El padre había salido a trabajar y sólo quedaban en la casa las mujeres y los niños”, cuenta el anciano propietario del negocio de la esquina. “Díganles que paren la guerra”, suplica con ojos llorosos. Un joven añade que han sacado a una de las niñas, pero la mujer, otros cinco críos y algún familiar más, aún están bajo los escombros. La pala municipal no cabe por el estrecho y empinado acceso a la casa, así que los operarios se han trasladado al tercer edificio bombardeado.
“Una joven de 20 años, Sahar Zabel, ha telefoneado tres veces a su primo desde el teléfono móvil, así que sabemos que está con vida”, explica Husein Bitar, un voluntario de la Cruz Roja libanesa. “No sabe si sus dos hermanas y el niño están vivos porque se hallaban en otra habitación”, añade. Bitar aún tendrá que esperar hasta las seis de la tarde para verla salir con vida y trasladarla al hospital. Pero una de las hermanas no ha tenido tanta suerte. Ha quedado aplastada entre los dos pisos del edificio. Al caer la noche, los equipos de rescate darán por muertos a la más pequeña y al bebé.
Medio pueblo sigue las tareas de rescate con la respiración contenida. No sólo los Zabel eran gente conocida, sino que, como gran parte de la ciudad, habían alojado en el segundo piso de su casa a una familia que llegó huyendo de los bombardeos desde Mansuri, doce kilómetros al sur de Tiro. Sus cinco miembros han sido hospitalizados.
“No tenemos escapatoria. Vivimos en constante peligro”, apunta Husein, un vecino de los Zabel, entre resignado e impotente. Es la segunda vez que los israelíes atacan Ghaziye. Hace dos semanas, su aviación destruyó el centro comercial Saleh, un edificio de cinco pisos donde había sobre todo tiendas de electrónica, y dos puentes. Nadie se lo explica. “Estoy seguro de que nadie ha lanzado cohetes desde aquí”, dice el alcalde, Mohamed Samih Ghaddar. “Como no pueden vencer a Hezbolá, lo pagan con los civiles”, interpreta este hombre cercano a Amal, el partido político que rivaliza con Hezbolá por el voto de los chiítas. El regidor se muestra convencido de que “esta nueva matanza no va a ser la última”. “Queremos paz, una paz justa que exija que los israelíes se vayan de nuestro territorio, que nos devuelvan nuestra tierra y que entreguen a los prisioneros libaneses. Entonces, todos estaremos en contra de que haya un grupo armado que no sea el ejército libanés”, asegura.A diferencia de lo ocurrido en algunos pueblos del sur, en Ghaziye no hubo ningún aviso. “En el monte, de camino a Nabatiye, un avión lanzó algunas octavillas, pero aun así, ¿a dónde vamos a ir? No hay un lugar que sea más seguro que otro”, manifiesta el alcalde. Aymat, un joven que utiliza muletas para andar, se hizo con uno de esos pasquines hace tres días. “Pensé que eran mentiras”, recuerda. Las víctimas del triple ataque de ayer tal vez lamenten no haberlas tomado en serio. “Abandonen el lugar inmediatamente y diríjanse al norte”, instaban en contra de las leyes internacionales.
Beirut, a 45 minutos de coche en tiempos de paz, queda ahora demasiado lejos. Al final del día, los 14 muertos de Ghaziye apenas fueron un par de líneas en el informe de la policía libanesa.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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