Sábado, 12 de agosto de 2006 | Hoy
Es imposible escuchar el estruendo de las bombas en Beirut mientras por televisión aparecen imágenes del complot terrorista en Londres y no preguntarse por la relación entre lo que sucede en las dos ciudades y el verdadero significado de la palabra “terror”.
Por Robert Fisk *
Desde Beirut
Cuando volvió la electricidad ayer, alrededor de las 3 de la mañana, prendí la televisión y puse la BBC World Service. Hubo una serie de potentes explosiones que sacudieron la casa –de la misma manera que vibraron en todo Beirut– durante el último ataque aéreo israelí sobre la ciudad. Y ahí apareció el titular del World Service: “Complot terrorista”. ¿Qué terrorismo, me pregunté? Y ahí estaba mi policía favorito, Paul Stephenson, explicando cómo mi fuerza policial favorita –la que valientemente ejecutaba a un joven brasileño inocente en el subterráneo, disparándole 6 balas en 30 segundos– había salvado las vidas de cientos de civiles inocentes de los terroristas suicidas en las aerolíneas.
Estoy seguro de que los lectores de este diario se me unirán para ver cuántos de estos sospechosos –o “musulmanes nacidos en Gran Bretaña” como los definió la BBC en su forma especial de racismo “suave” (seguramente son musulmanes británicos o británicos musulmanes, ¿o no?)– están todavía detenidos en un par de semanas. Estoy seguro de que es de pura casualidad que los tipos de azul eligieron el día de ayer –enojados con el vergonzoso fracaso de Tony Blair con el Líbano– para salvar al mundo. Después de todo, hace apenas tres años desde que, con el otro gran complot terrorista, los vehículos blindados británicos habían rodeado Heathrow el mismo día –y otra vez por casualidad, por supuesto– que cientos de miles de británicos estaban manifestando contra la invasión de Lord Blair a Irak.
De manera que me senté en la alfombra de mi living y miré a todos esos tipos muy armados en Heathrow protegiendo a los británicos del aniquilamiento y luego aparece el presidente George Bush para decir que todos estábamos luchando contra los golpes del “fascismo islámico”. Hay más golpes en la oscuridad de Beirut, donde una enorme cantidad de personas están sufriendo el terrorismo, aunque le puedo asegurar a George W. que, mientras los pilotos del avión que está lanzando bombas en la ciudad en la que he vivido durante 30 años pueden o no ser fascistas, definitivamente no son islámicos.
Y ahí, por supuesto, aparece el viejo problema. Para proteger a los británicos –y a los estadounidenses– del “terrorismo islámico”, hay que tener a montones de policías muy armados y a soldados y a policías de civil e infinitos departamentos de antiterrorismo, seguridad interior y otros tipos más sórdidos como los torturadores estadounidenses –algunos de ellos mujeres sádicas– de Abu Ghraib y Baghram y Guantánamo. Y no obstante, la única manera de protegernos de la verdadera violencia que puede –y probablemente lo haga– visitarnos es ocuparse, moralmente, con coraje y con justicia, de la tragedia del Líbano y “Palestina” e Irak y Afganistán. Y esto no sirve.
Me encantaría, francamente, tener a Paul Stephenson aquí en Beirut para contraatacar un poco el terror en mi parte del mundo –el terror de Hezbolá y el terror israelí–. Pero esto, por supuesto, es algo para lo que Paul y sus muchachos no tienen la garra necesaria. Una cosa es pontificar sobre las supuestas crueldades de los supuestos sospechosos de un supuesto complot para crear un supuesto terror y otra muy distinta es tratar con las causas de ese terror y hacerlo frente a un gran peligro.
Me divirtió ver que Bush –justo antes de que se cortara nuevamente la electricidad– todavía nos dice falsamente que los “terroristas” nos odian por “nuestra libertad”. Y no porque nosotros apoyamos cuando los israelíes masacraron columnas de refugiados, dispararon sobre ambulancias de la Cruz Roja o asesinaron a más de 1000 civiles libaneses –aquí hay unos crímenes para que Paul Stephenson investigue–, sino porque odian nuestra “libertad”. Y noto con desesperación que nuestros periodistas le lamen las botas a la autoridad, citando infinitas (y anónimas) “fuentes de seguridad” sin cuestionar su información o el momento del descubrimiento del “complot de terrorismo” de Paul o la naturaleza de los detalles, ni las razones de por qué, si todo este asunto está bien, alguien querría llevar a cabo tales atrocidades. Nos dicen que los hombres arrestados son musulmanes. ¿No es interesante eso? Musulmanes. Esto significa que muchos de ellos –o sus familias– originalmente provienen del sudeste de Asia y de Medio Oriente, del área que comprende Afganistán, Irak, “Palestina” y el Líbano.
En los viejos tiempos, tipos como Paul solían sacar un mapa, cuando se enfrentaba con tipos de distintos orígenes o religión o nombres distintos. Si Paul Stephenson sacara un atlas escolar, se daría cuenta de que hay una cantidad enorme de problemas violentos e injusticias y sufrimientos y –una especialidad, parece, de la Policía Metropolitana– muertes en el área de la que provienen la familias de esos “musulmanes”. ¿Podría haber una conexión, me pregunto? ¿Nos atrevemos a buscar un motivo para el crimen, o más bien el “supuesto crimen”? La Metropolitana solía ser bastante buena en buscar motivos. Pero no, por supuesto, en la “guerra contra el terror”, donde –si realmente buscara motivos reales– mi policía favorito rápidamente volvería a ser el policía Paul Stephenson.
Tomemos ayer a la mañana. En el día 31ª de la versión israelí de la “guerra contra el terror” –un conflicto al que Paul y sus muchachos de azul se subscriben por representantes–, un avión israelí destruyó el único puente que quedaba hacia la frontera siria en el norte del Líbano. Con su sensibilidad de siempre, los pilotos que bombardearon el puente –ojo, ellos no son terroristas– eligieron destruirlo cuando lo cruzaban automóviles comunes. De manera que masacraron a los 12 civiles que estaban sobre el puente. En el mundo real, llamamos a esto un crimen de guerra. Por cierto, es un crimen al que Paul y sus muchachos debieran prestar atención. Pero, ¡ay!, la tarea de Stephenson es asustar a los británicos, no detener los crímenes que son el verdadero motivo por el que los británicos debieran tener miedo.
Personalmente, estoy a favor de arrestar criminales, sean de la variedad “islámicos fascistas” o la variedad Bin Laden o la variedad israelí –sus guerreros en el aire realmente debieran ser arrestados la próxima vez que caigan en Heathrow– o la variedad estadounidense (Abu Ghraib cum laude) y por cierto los del tipo que vuelan los cerebros de los pasajeros del subterráneo. Pero no creo que Paul Stephenson lo esté. Creo que jadea y resopla, pero no creo que represente la ley y el orden. Trabaja para el Ministerio del Miedo que, por su misma naturaleza, no está interesado en motivos o injusticias. Y debo decir, viendo su actuación antes del corte de electricidad anoche, que estaba haciendo un buen trabajo para sus patrones.
* De The Indpendent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.
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