Martes, 3 de octubre de 2006 | Hoy
Evo Morales apuesta a destrabar políticamente las negociaciones con Petrobras. La segunda vuelta en Brasil arroja incertidumbre.
Por Pablo Stefanoni
Desde La Paz
Los resultados electorales brasileños cayeron como un balde de agua fría en Bolivia, e izquierda y derecha anticipan complicaciones en las negociaciones por el gas. Por un lado, la administración de Evo Morales contaba los días para llegar al 1º de octubre, pasar una reelección que parecía asegurada en primera vuelta y relanzar las conversaciones de gobierno a gobierno. El objetivo: ablandar a Petrobras –que tiene el control de la mayor parte de las reservas gasíferas en el país– y avanzar en la determinación de nuevos precios de exportación a Brasil y en la firma de nuevos contratos entre la petrolera extranjera y la estatal boliviana YPFB.
Ahora deberá esperarse otro mes en el que Bolivia pasará a los últimos lugares en las preocupaciones del presidente brasileño, que concentrará todas sus fuerzas en permanecer en el Planalto cuatro años más. Y las fechas son claras, el plazo establecido por el decreto de nacionalización para la firma de los nuevos contratos entre las transnacionales y el Estado boliviano vence el 28 de octubre. La segunda vuelta en el país vecino es un día después.
Por otro lado, la posibilidad de una derrota en la segunda vuelta del ex obrero paulista abre un escenario de incertidumbre, y una potencial victoria del derechista Geraldo Alckmin da vía libre al temor a lo desconocido. Pese a que las relaciones entre Evo Morales y Luiz Inácio da Silva se enfriaron el 1º de mayo, cuando el ejército boliviano ocupó los campos de Petrobras, nunca se llegó a la ruptura y el diálogo cara a cara fue reactivado por iniciativa de Hugo Chávez. Hasta hoy, el mandatario indígena sigue considerando a Lula un “hermano mayor”, que –al igual que él– caminó desde el sindicato al sillón presidencial. Y entre sus íntimos siempre se preocupó por el efecto negativo de la nacionalización en la campaña del PT. “¿Qué podemos hacer para ayudar?”, preguntó en una oportunidad a sus asesores, cuando la oposición acosaba al brasileño. Los partidos y la prensa derechista acusaron de debilidad a Lula ante la “invasión” boliviana y no ahorraron epítetos contra Morales y su entonces ministro de Hidrocarburos, Andrés Soliz Rada. El semanario Veja tituló “Indio nao quer Petrobras” y se refirió a Soliz como el “ministro boca de pozo” por sus características físicas. Entre los duros estaba el propio Alckmin, quien acusó a su rival de mantener una actitud “sumisa” ante Bolivia y amenazó con llevar a este país andino ante tribunales internacionales. Pero el mandatario brasileño se abstuvo de tomar represalias.
El mes pasado, el pacto Lula-Evo de no hacer olas que perjudicaran la reelección del primero le costó la cabeza a Soliz Rada, quien el 12 de septiembre emitió una resolución de estatización de las refinerías, en manos de Petrobras, lo que desató otra oleada de “nacionalismo” antiboliviano en el vecino país. Y hoy la apuesta es a destrabar políticamente las negociaciones con Petrobras, la transnacional más dura a la hora de sentarse a la mesa, pero a partir de ayer eso está en riesgo.
“La importancia de Petrobras en Bolivia es tan grande que el resto de las empresas (petroleras) van a esperar los resultados de estas negociaciones como un parámetro”, evaluó el líder del partido Unidad Nacional (de centro), Samuel Doria Medina, ante una consulta de Página/12. Y tanto el ministro de la Presidencia, Juan Ramón Quintana, como el líder de la oposición de derecha en la Cámara de Diputados, Fernando Messmer, anticiparon que la segunda vuelta electoral dilatará las negociaciones bilaterales. Messmer señaló que “Bolivia no tendrá más opción que ampliar el plazo para firmar nuevos contratos”, lo que podría retrasar más aún una nacionalización que trata de hacerse camino con dificultades, producto de debilidades propias y la resistencia de las empresas.
Doria Medina cree, además, que “este resultado electoral va a endurecer la posición brasileña, ya que imagino que en la evaluación del equipo de Lula se va a incluir la nacionalización boliviana como una de las variables que contribuyeron a no ganar en primera vuelta”. En los sesenta no era raro escuchar hablar de “subimperialismo brasileño” y Doria Medina no es el único que teme que la necesidad de competir en dureza frente a Bolivia –como carta electoral– se vuelva un muro entre estos dos países, cuyas relaciones se parecen a David ante Goliat. Como anticipo, después de la medida estatizadora de Soliz, Lula, presionado por la campaña electoral, amenazó: si Bolivia deja de venderle gas a Brasil, “los que sufrirán serán los bolivianos”.
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