Jueves, 9 de noviembre de 2006 | Hoy
EL MUNDO › OPINION
Por Andres Fontana *
Luego de los comicios de hace dos años, cuando George W. Bush consiguió la reelección, varios análisis interpretaban que el factor religioso había sido tan determinante como la popularidad de Bush por la guerra contra el terrorismo. Algunos temas en particular como la cuestión del aborto nuclearon a varios sectores en torno de la figura de Bush. A medida que avanzó el conflicto contra el terrorismo internacional, el presidente fue adoptando un enfoque en el que se destacaba el tono religioso de su discurso. El tan nombrado Eje del Mal tiene una connotación más religiosa que estratégica. Utilizó un tono propio de una cruzada, más que de una política racional que busca respaldos y caminos razonables y conducentes a resultados efectivos. Y ahora, dos años después, pierde por la guerra de Irak. A diferencia de lo que sucedió en 2004, ahora se piensa que el factor más influyente en las elecciones fueron los cuestionamientos que han venido surgiendo desde distintos sectores de la sociedad civil estadounidense: nunca se entendió el sentido de la invasión a Irak y su vinculación con el combate al terrorismo islámico. Desde temprano, estrategas civiles y generales que participaron en la primera guerra del Golfo criticaron la invasión a Irak. La crítica creció tanto en la opinión pública como en los círculos políticos llegando a incluir a sectores republicanos. De hecho, el sucesor de Rumsfeld al frente del Pentágono va a ser un ex director de la CIA, que criticó, si bien mesuradamente, la guerra en Irak. Los estadounidenses saben cuánto ha crecido su mala reputación en el mundo, cuánto ha crecido el antiamericanismo, cuánto se han distanciado los aliados europeos a causa de la guerra. También saben cuánto se han beneficiado los enemigos de Bush y los propios líderes terroristas por el impacto de la guerra en Irak.
Uno de los principales encuestadores consultados por el Partido Republicano, Glen Bolger, auguró resultados negativos para el partido la semana pasada y describió esta situación “como el peor escenario para los resultados desde el escándalo de Watergate”. Los demócratas se han visto favorecidos por un clima en el que predomina la crítica a lo ya hecho y donde no es imperativo el debate sobre lo que hay que hacer. Los estadounidenses saben que su sociedad no es más segura que antes de la invasión a Irak y que el mundo es mucho más inseguro que antes de la guerra. Nancy Pelosi, la líder ascendente de la oposición, fue criticada frontalmente por Bush por haber dicho que la captura de Osama bin Laden no haría más seguro a Estados Unidos. Tal vez si transformáramos la política en religión, un líder aun en la oposición no debería decir eso, pero la sociedad estadounidense sabe que Pelosi tiene razón. Bush se va a ver obligado a negociar con Pelosi, quien prometió que en las cien primeras horas de asumir su cargo al frente de la Cámara de Representantes los demócratas aprobarán las leyes para elevar el salario mínimo, aumentar los fondos federales para investigar con células madre y regular la relación entre congresistas y los grupos de lobby en Washington. La corrupción y los escándalos sexuales fueron la segunda fuente de impopularidad de Bush y su partido en estas elecciones. La sociedad tiene un reclamo ético y moral. Parece demandar conducta y decisiones acertadas por parte de sus gobernantes antes que enfoques místicos, que echan una sombra de temor e intimidación sobre el resto del mundo.
* Decano de Posgrados de la Universidad de Belgrano.
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