No son muchos, pero eso le no importa. Pedro Gorgiolo intenta, como puede, estirar ese cartel gigante que se le cae de las espaldas, en un farol. “Contra el abuso latifundista”, se lee cuando consigue, por fin, dejarlo más o menos ubicado.

“¿Qué hacen hoy acá?”, le dice como al paso Gloria Orlando, trajecito gastado, cartera desbordada como por la fatiga del paso del tiempo. Ella está detenida en el lugar equivocado. Buceando en los escondrijos de la Plaza de Mayo, apoyando al Gobierno. E insiste, y vuelve a la carga. “Yo reclamo por el campo”, dice, rodeada de Gorgiolo, el cartel, sus hijas mujeres, una hermana, otra mujer.

Un puñado de datos le alcanzan a él ahora para contestar, para librar esa suerte de duelo que salpimenta entre uno y otro la estadía en el terreno de la plaza. “Mire señora”, le dice, cortésmente. “Yo vengo de la pobreza. Y sabe lo que vino a decirme una vecina este fin de semana: que estaba dándole mate cocido a sus hijos porque no tenía para la leche.”

A esa hora, la Plaza de Mayo iba recogiendo a algunos cientos de piqueteros de las organizaciones sociales kirchneristas que se ocupaban de cubrir cada espacio.

–Vos nos ves con traje y cartera –siguió la mujer—, pero muchas andamos con las monedas justas para ir al trabajo. ¡No somos oligarcas!

Ella pudo haber sido una de las que estuvo en la Plaza de Mayo hace tres días, levantando las proclamas del campo contra de las retenciones a las exportaciones dispuestas por el Gobierno. Ahora acaba de salir de la Bolsa de Comercio, donde trabaja. Lleva en las manos mojadas unas monedas, apretadas, mientras está ahí, entre el adentro y el afuera de la plaza.

En adelante, las banderas anchas y alargadas de Barrios de Pie y Libres del Sur se abren y extienden en la plaza. Una pantalla de cine gigante espera, aún apagada, la trasmisión en directo del discurso de Cristina Fernández desde Parque Norte. Antes se habían presentado las Madres de Plaza de Mayo: Hebe de Bonafini criticó el apoyo de partidos de izquierda al lockout llevado agrario y los acusó de “venderse a los intereses oligárquicos”.

Ahora una rubia atraviesa la plaza. “Magistrada, ex peronista y ahora kirchnerista –dice– y vine para desmentir eso de que los rubios no estamos acá.” Rosalía Omoldi, entonces, magistrada de la Nación, deambula buscando algo, una suerte de centro de escena en medio de la Plaza, donde solo hay otros deambulando, buscando un centro a su vez.

En el globo blanco que lleva una nena, un fibrón dejó escrito “No al paro 4 x 4”. Por detrás, las pantallas blancas hasta recién apagadas se encienden para convertirse durante los siguientes 45 minutos en ese centro de escena, que los ha traído hasta aquí.

Cristina habla desde la pantalla. Menciona su condición de mujer, recuerda aquel discurso del día de la asunción y lo enlaza con el conflicto del campo.

“Correte un poquito, che”, se oye, bajito, entre las mujeres que han hecho de los bordes de las fuentes redondas cómodos butacones populares.

–¿Qué dice? –le dice una a otra, la codea con el brazo.

–¿Cristina?

–Sí.

–Que en un cartel leyó “¡Videla volvé!”.

–¡Pero qué sinvergüenzas!

La pantalla habla ahora del boom de la soja, de la ocupación, de que el empleo con la soja no creció tanto como en las otras actividades, también del Grito de Alcorta, de retenciones estratégicas, de apuntalar el desarrollo del maíz y del trigo, del crecimiento del país...

“¡Esta mina sí que lee mucho!”, susurra doña Carmen Torrez, matrona de un comedor de Morón, gruesa, cansada, peronista. A su lado, las mujeres cuchichean, como en una cocina, las derivas del discurso.

–Exactamente –dice, como una apuntadora de la historia, la misma Carmen–. O te matan o vivís para contarlo. Vas a ver que es así. Acordate.