Lunes, 25 de agosto de 2008 | Hoy
EL PAíS › CONCLUYE EL JUICIO A LOS ULTRACATóLICOS QUE DESTROZARON UNA MUESTRA DE LEóN FERRARI
Hoy se dará a conocer la sentencia contra los tres únicos acusados por el ataque ocurrido en el Centro Cultural Recoleta. La fiscalía reclamó una probation de tres años de trabajos sociales. A pedido de Ferrari, deberán donar el dinero de la indemnización a la CHA.
Por Mariano Blejman y Alejandra Dandan
El 3 de noviembre de 2004, un grupo de jóvenes de la ultraderecha católica se acercó a la puerta del Centro Cultural Recoleta. Los militantes de Dios repartieron volantes y una pequeña avanzada se acercó hasta la sala Cronopios del museo para destrozar alguna de las obras del artista plástico León Ferrari. En ese momento, este diario halló la relación de los muchachos de pelos cortitos con la catoliquísima Agrupación Custodia, y la presencia de al menos uno de los hermanos Gristelli (alguna vez guardianes del represor Miguel Etchecolatz) el día del hecho. Ahora concluye el juicio que comenzó a partir de entonces. La fiscalía pidió la semana pasada una probation de tres años de trabajos sociales para los únicos tres procesados. A pedido de Ferrari, además, deberán donar el dinero de la indemnización por daños a la Comunidad Homosexual Argentina (CHA). Hoy el Tribunal Oral en lo Criminal Nº 30 dará a conocer la sentencia final, pero en la acusación ni siquiera aparece un solo rastro de las organizaciones de la derecha que antes, en ese momento y después persiguen las exposiciones del artista al grito de “¡Viva Cristo Rey!”.
Formalmente, la causa por el atentado a las obras de León Ferrari se cierra con un juicio abreviado. El jueves 14 de agosto, el Tribunal Oral en lo Criminal Nº 30 convocó a la última audiencia en la que se leyeron los cargos y hablaron los testigos. La fiscal a cargo de la causa, Diana Graciela Goral, les pidió una condena de tres años a trabajos forzados por “daños agravados”, una calificación que se agrava aun más por haber ocurrido en un museo. Solicitó la probation porque ninguno de los acusados tenía antecedentes penales y se trata de penas iguales o menores a tres años. Los nombres de los acusados a esta altura son conocidos. El principal responsable es Hernán Cappizzano, un profesor de historia que no ejerce; Néstor Mariotti, empleado de seguridad en un banco; y Carlos María Aztinza, el más joven de todos, un rubio que estudió para chef, no trabaja y vive en San Isidro con sus padres. Según el expediente, la noche del 3 de noviembre, Cappizzano y Aztinza entraron al Centro Cultural Recoleta, avanzaron hasta el interior de la sala Cronopios y rompieron las botellas y el acrílico que formaban parte de una de las obras, mientras aullaban “¡Viva Cristo Rey, carajo!”.
En la audiencia oral, ninguno de ellos admitió su relación con las organizaciones de la ultraderecha católica, ni otro tipo de ligazón con un tipo específico de asociación. Sólo Cappizzano pareció estar a punto de ir un poco más adelante. Sin embargo, la noche que pasaron detenidos, los cuatro imputados rezaron durante más de media hora en el calabozo de la comisaría 19ª, conversaron fluidamente entre sí y le dijeron al periodista Rodolfo Montes, de La Capital de Rosario, detenido por error junto a ellos y finalmente sobreseído: “Qué garrón te comiste por nosotros, flaco”.
“Cuando le preguntamos específicamente por sus proyectos de vida –indicó una fuente judicial–, él respondió que su deseo era educar y proteger a su familia dentro de los valores del catolicismo.” Cappizzano, de acuerdo con el expediente, es el más preparado de los tres. Está casado y, aunque no ejerce de profesor, trabajaba free lance en una consultora, haciendo preguntas en la calle en investigaciones que no pudo precisar. Cuando le preguntaron si tenía alguna relación con las organizaciones católicas, las negó; pero aquella respuesta le permitió a una parte de los integrantes de la causa pensarlo como un posible cuadro de la derecha. Por si acaso, también le preguntaron si se drogaba, como lo hicieron con el resto; la acusación imaginó que a lo mejor habían actuado estimulados por alguna otra cosa que no fuera exclusivamente la oración. Y –¡Dios te salve, María!– él obviamente dijo que no.
La probation fue pedida por la defensa. La fiscal la aceptó tras conversarlo con Ferrari, pero les impuso mucho más tiempo del que ellos habían pensado. Eso les molestó y ahora se espera que el tribunal lo defina. Para Cappizzano, se pidió que diera clases de historia una vez a la semana en un colegio de su barrio. Aztinza, en cambio, que tiene conocimientos de gourmet, irá a cocinar a un comedor social. Y Mariotti, como sabe de albañilería y pintura, irá a pintar las paredes del mismo comedor. Claro, si los aceptan. Ahora sólo resta esperar a la audiencia.
Estratégicamente, desde el inicio de la causa, los tres muchachos intentaron mostrarse separados. Por eso trataron de todos los modos posibles ni siquiera decir que eran católicos. Pero de esas cosas, en la noche del 3 de noviembre de 2004, no había una sola duda.
Cuando los tres entraron al museo, parecían una avanzada de los ejércitos nacionalistas arremolinándose contra las obras del artista, que –en gran parte gracias a ellos– fueron vistas por más de 30 mil personas. Eran entre 40 y 50 jóvenes, todos parecidos. Antes de entrar, o mientras lo hacían, repartieron volantes: “No permitamos que se ofenda a la Fe Católica. Movilicémonos en defensa de los derechos de Dios”. Y en la puerta de entrada del museo, este diario fotografió a uno de los mellizos Gristelli, dirigentes de la Agrupación Custodia, la organización que dice “cuidar los derechos de Dios” y se posicionó como la cabeza más visible de los nuevos cuerpos de choque de la derecha ultracatólica. Sus blancos son los movimientos de derechos humanos, las campañas pro aborto, las marchas de los homosexuales o las obras de arte que no sean de su agrado. Son el brazo más duro que proclama la Patria Católica Argentina, denuncia la “amenaza marxista” que invade al país y sostiene que las Fuerzas Armadas fueron cobardes porque en lugar de desaparecer gente, deberían haberlos fusilado.
Las primeras noticias de la organización de los mellizos Jorge y Marcelo Gristelli aparecieron en 1998, cuando pusieron un stand en la Feria del Libro. No eran clásicos editores. Autorizado por la Fundación El Libro, el puesto tenía ediciones de contenido filonazi. Entre ellas, La otra campana del Nunca Más, del represor Miguel Etchecolatz. Iban a presentarlo en esos días con la presencia del represor, pero cambiaron de idea. “No queríamos poner en problemas a la Fundación El Libro”, dijeron. Igual presentaron Subversión, la guerra olvidada. Los Gristelli operan desde una librería del Once, una especie de cueva donde podían apreciarse libros como Conversaciones con Mussolini o Papeles de Seineldín.
En abril de 2001, cuando Etchecolatz salía de los Tribunales de Lavalle 1638, un grupo de católicos atacó a periodistas y manifestantes. Ese día, los Gristelli mostraron sus palos, y asociaciones de derechos humanos los denunciaron por las “lesiones graves” que sufrió Marcelo Stábile. En 2004 aparecieron en medio de la Marcha de la Resistencia de las Madres de Plaza de Mayo.
En el organigrama de la agrupación hay dos datos importantes para entender la causa de Ferrari. Uno es la revista Cabildo, dirigida por Antonio Caponetto. Tan relacionados están los mellizos Gristelli que, durante 2004, circuló un mail con la inscripción “La vida del hombre es Milicia sobre la Tierra”, firmado por Antonio Caponetto (Cabildo) y Jorge Gristelli (Agrupación Custodia).
Los otros datos aparecieron durante la muestra de Ferrari. A uno de los mellizos se lo escuchó dar una indicación por lo bajo a los muchachos que salían esposados rumbo a la comisaría: “Quédense tranquilos, tápense la cabeza, que el abogado ya está en camino”. El abogado finalmente llegó: era José María Soaje Pinto, católico y defensor de Mohamed Alí Seineldín, del neonazi Alejandro Biondini, del ex criminal nazi Walter Kutschsmann y de Facundo Mazzini Uriburu, bisnieto del primer presidente de facto argentino que había insultado a una persona de color en un supermercado Coto al grito “A los negros hay que matarlos a todos de chiquitos”. Hoy es el patrocinador de los tres acusados, que dicen no conocerse entre sí.
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