Lunes, 25 de agosto de 2008 | Hoy
EL MUNDO › CAMINO A LA CASA BLANCA
Por Ernesto Semán
Saliendo de Wakeeney por un camino lateral, en el medio de Kansas, unos 45 kilómetros al sur de la ruta 70 está Brownell. El pueblo entero de Brownell se extiende tres cuadras a lo largo a los dos lados de un camino, con una cuadra de fondo en cada uno. La mayor parte de las casas están abandonadas, sin rastros de haber sido reparadas en muchos años. Sobre un lote sin construir, con el pasto crecido delante de la iglesia (el edificio más alto de Brownell), un cartel que parece llevar muchos años ahí anuncia: “Welcome to Brownell Labor Party Parade and Picnic”.
Es domingo a la mañana, la tormenta eléctrica de la madrugada empieza a dejar paso a un calor húmedo y la poca gente que podría haber viviendo en el pueblo está en algún lugar en el que no se la puede ver. Aun si no es muy agitada la vida cotidiana, también hay señales de que Brownell no está abandonado del todo: la oficina de correo (código postal 67521) es un local limpio con los horarios bien pintados sobre el vidrio de una de las ventanas, arriba de unas calcomanías con las imágenes de las principales tarjetas de crédito. Delante de la oficina de correo, el expendedor automático de The Hays Daily News tiene colocada en el vidrio la edición del día, a un dólar, tres menos que The New York Times en Nueva York.
Apenas pasado el pueblo aparece una estación de servicio. Toda la estación consiste en tres tanques y unos expendedores cubiertos de tierra en medio del descampado, las mangueras agarradas con un cierre de metal que las retiene en la posición correcta y los precios de la nafta en números blancos de plástico sobre el contador negro. Un hombre, que minutos antes había pasado por Brownell, ha estacionado su camioneta Chevrolet azul y tiene el expendedor colocado en un tanque de nafta instalado externamente, sobre la parte trasera de la camioneta. Sobre la izquierda, hacia afuera, la Chevrolet azul desgastada lleva un rollo de alambre sobre un carrilete rojo de los que se usan para extender los alambrados en los campos. Es una persona mayor, con unos anteojos oscuros grandes, piel dorada, jeans holgados sostenidos con tiradores, y se mueve con lentitud.
“Está más cara que en Wakeeney”, le decimos mientras la nafta cae con la lentitud de las llanuras norteamericanas. “3,66. En Wakeeney estaba a 3,44.” Wakeeney es un pueblo de apenas 1200 habitantes, a 500 kilómetros de Denver, donde hoy comienza la Convención Demócrata. El pueblo apenas si se eleva hacia el costado de la ruta, con un par de silos al fondo marcando el final simbólico del pueblo y el comienzo, de nuevo, de la llanura. Como dice el lema, “Kansas: Tan Grande Como Uno Lo Imagina”.
“Eh, en estos días, todo esto cambia, hoy baja, mañana sube”, dice el viejo. El paisaje desde la ruta 70, que atraviesa los más de 700 kilómetros de ancho del estado de Kansas, combina algunos terrenos prolijamente sembrados con riego artificial con enormes extensiones semidesiertas, terrenos que no parecen productivos, ranchos sin pintura y con la madera carcomida. También se ven, repetidamente, pequeños extractores de petróleo que aparecen como hongos en medio de los pastizales, siempre con unos tanques colectores al final del terreno.
“Sí, sí, yo sé. Estuve ahí, hace unos días.” El viejo camina hacia su propia camioneta como para comprobar que sigue cargando y vuelve hacia nuestro auto, diciendo algo difícil de oír sobre el cambio de dueño de esta estación. “De todas maneras, Wakeeney solía tener la nafta más cara que acá, y ahora tiene la más barata. Como está sobre la ruta, quieren atraer turismo. They want to do business, that’s it.” Con Wakeeney justo a mitad de camino entre Kansas City y Denver, los habitantes de Wakeeney ven en las últimas horas un muestrario variopinto de los que van por tierra a la Convención Demócrata, casi dos países distintos.
La nafta tarda en caer pero finalmente llega. “Gracias, son máquinas difíciles de manejar. No sé qué hubiéramos hecho sin usted.”
“Y bueno, pregúntenle a mi mujer.”
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