Viernes, 17 de octubre de 2008 | Hoy
EL PAíS › REFLEXIONES QUE DESPIERTA EL CRAC ECONOMICO ORIGINADO EN ESTADOS UNIDOS
Un análisis refuta los argumentos que sostienen que el Gobierno puede salir favorecido del crac mundial. Otro presenta al neoliberalismo como realización del capitalismo y señala que las crisis cada vez más profundas son inevitables en este sistema.
Por Marcos Novaro *
La crisis de Wall Street, que arrastró a las finanzas y las Bolsas de todo el mundo y amenaza con convertirse en una depresión global, algo tardíamente se ha comenzado a considerar entre no-sotros un problema “nuestro”. Ya era hora de abandonar la ilusión del desacople: la Argentina sentirá el golpe y puede que termine siendo más afectada que otras economías menos endeudadas y dependientes de los commodities. Hay quienes sostienen que, si no el país, al menos su Gobierno puede salir indemne, o incluso beneficiarse con la crisis. Sobre todo esta opinión está extendida en el propio gobierno, así que vale la pena considerarla, pues influye en las decisiones que se están tomando.
Al respecto circulan varios argumentos. El más trajinado desde el vértice oficial, tal vez porque alimenta su conocida vocación intelectual, es que la crisis otorga una victoria ideológica inapelable a quienes rechazan el neoliberalismo: se demuestra que es necesario intervenir en los mercados, lo que justifica el comercio regulado de Etchegaray, los precios de Moreno y cosas por el estilo. La explicación de la crisis por “falta de regulación” es parcial y generosa con Bush: él no sólo se negó a hacer algo necesario, sino que hizo cosas muy graves, como estimular irresponsablemente la formación de las burbujas que ahora estallan en cadena, gastó y se endeudó sin límite para evitar una recesión cuando empezaron los problemas. Eso es lo que Obama les reprocha a los republicanos, y algo que los Kirchner no mencionan, tal vez porque evocaría su propia burbuja e iría contra su visión ideológica del problema. Más allá de este asunto, la consecuencia práctica de adoptar este argumento está a la vista: se insiste en políticas que vienen haciendo agua desde hace tiempo. Esta actitud exige ignorar que una cosa es un estado desarrollista, que regula los mercados con vistas a fortalecerlos, y otra un capitalismo y un Estado prebendarios, que necesitan que los mercados no existan. Pero como también se puede ver, por ejemplo en el Indec, siempre habrá socios empresarios dispuestos a ayudar a que esos pequeños detalles se dejen de lado, y el miedo hará el resto para desaconsejar cambios.
La idea del “triunfo ideológico” se complementa con otro argumento, que sostiene que la debacle de EE.UU. confirmaría lo acertado de la posición internacional mantenida por el Gobierno argentino, crítica del unilateralismo y los organismos financieros y tendiente a fortalecer lazos regionales y promover un mundo multipolar. Podría objetarse que la crisis lo agarró en mal momento para sacar provecho de ello, justo cuando había decidido dar un giro para reingresar a los mercados financieros. Pero las cosas habrían sido mucho peores si llegaba a tiempo de pagar lo que la operación le insumiría y trascartón los mercados se iban al diablo. Lo esencial no es eso, sino si la posición argentina resultará favorecida, y al respecto cabe albergar algunas dudas. Ante todo, porque con la extensión que adquirió, la crisis no dejará en pie muchas ansias de desafiar el poder norteamericano, más allá de las diatribas anticapitalistas de Irán y Venezuela (sólo igualadas por el llamado del Santo Padre a olvidarse de los mezquinos asuntos del rey dinero). Para que una hegemonía termine hace falta que haya algo que la reemplace, y habrá que esperar mucho para que algo así aparezca. Lo que es seguro es que el mundo de ahora en más padecerá un gran déficit de confianza, y por tanto los que sean confiables podrán sacar provecho: el gobierno argentino no se encontrará entre ellos. Tal vez a lo más que puedan aspirar nuestras autoridades sea a que la crisis haga más llevadero, y al menos en público más justificado, el aislamiento internacional en que han ido cayendo.
Ello se vincula con un tercer argumento, según el cual la crisis se sentirá menos en Argentina que en otros países, por caso, Brasil, gracias a la menor exposición que ha tenido el país en los últimos años al flujo de capitales y el menor desarrollo y penetración de su sistema financiero. Las odas al “bolicheo” con que en estos días han batido el parche ya muy gastado de la “excepcionalidad nacional” desde el oficialismo, odas que anuncian el fin del “mundo virtual” de las finanzas, y que prometen nos beneficiaremos porque nuestros sabios gobernantes nos mantuvieron lejos de ese circuito perverso e infernal, no tendrán que ir al rescate de los bancos y podrán conservar entonces intactas las reservas, se asientan en ciertos datos ciertos, pero para dar rienda suelta a un capitalismo de kiosco. Curiosamente, encuentra afinidades con la visión moralista de la derecha religiosa norteamericana, la que ve en Wall Street la encarnación del becerro de oro que hay que destruir para que Dios (y Ratzinger) los perdonen. Que Argentina tenga niveles bajísimos de bancarización sólo sirve al evasor de impuestos. Y resulta incomprensible que el progresismo vernáculo considere “virtual” y perverso el sistema financiero en general, incluidos los mecanismos que han permitido en las economías desarrolladas acceder al crédito a sectores de bajos ingresos, y festejen que en el futuro y tal vez por largo tiempo ello les resulte mucho más difícil.
Hay un cuarto argumento que se expresa en voz baja: que la crisis externa va a hacer el trabajo sucio de enfriar la economía y permitir bajar el ritmo de inflación. Como durante el Tequila, se le podrá achacar la responsabilidad de todo lo malo a estados y capitalistas lejanos. Si el Gobierno hubiera iniciado el ajuste antes del estallido esto podría haber funcionado, pero ahora es demasiado tarde: forzado a subir el tipo de cambio, a mantener alto el gasto público para evitar que las caídas en la actividad y el consumo privados se profundicen, y a la vez seguir corrigiendo tarifas para que la presión sobre las cuentas no se vuelva insostenible, deberá encargar al Indec que barra bajo la alfombra no sólo los datos de inflación y pobreza, también los de desempleo, inversión y balanza comercial. Puede que la presión de la demanda sobre algunos precios se modere. ¿Ello les quitará hierro a las críticas a la política oficial? Es más bien improbable. Ante todo porque el enfriamiento tiene todas las chances de ser más efectivo en fortalecer la sensación de perjuicio inflacionario que en reducir el alza de precios en sí. Una inflación algo menor, pero todavía alta, será acompañada de una percepción más intensa del daño que ella provoca.
El último, y tal vez el más interesante, de los argumentos oficiales es que se podrá diluir vía impuesto inflacionario el costo del ajuste y los gobernadores e intendentes de todo el país, con necesidades crecientes y recaudación y coparticipación en baja, se volverán más dependientes de los recursos nacionales. Por tanto el Gobierno, aunque debilitado por la mala imagen, por el achicamiento de la “caja” y por protestas sociales crecientes, podrá administrar la situación evitando una fuga masiva de lealtades. Puede que esto le funcione a la Casa Rosada. Pero puede también que los legisladores se den maña para serruchar el margen de discrecionalidad con que ella viene asignando partidas, introduciendo cambios a la Ley del Cheque, el Presupuesto 2009 y otros pilares de su poder. Si esto sucede, ya no habrá consuelo. El Gobierno se tendrá que poner a trabajar.
* Sociólogo (UBA) e investigador del Conicet.
Por Rubén Dri
¿Qué le pasó al capitalismo que, desde las décadas del ’80 y del ’90 del siglo pasado, se ha podido realizar sin obstáculos? ¿Se desvió de su naturaleza? La crisis que presenta en estos momentos, y que azota a la humanidad, ¿es producto de gruesos errores cometidos, salvados los cuales el capitalismo volverá a ser ese capitalismo sano del que nos hablan sus gurúes y que tanto entusiasma a Elisa Carrió?
Nada de eso. El capitalismo que se realiza según los parámetros trazados por el neoliberalismo y que culmina en la actual crisis es el capitalismo sano, el capitalismo que se desarrolla según su naturaleza dialéctica, sin los obstáculos que pretende presentarle el Estado. Es el capitalismo que toma vuelo, que se desarrolla venciendo los obstáculos que otea en el horizonte. Es como el alacrán que pica mortalmente al que le da vida.
Como decía el joven Marx, “el objeto que el trabajo produce, su producto, se enfrenta a él como un ser extraño, como un poder independiente del productor”. El capital surge del trabajo, de la industria, pero en el mismo momento de su nacimiento se independiza, se planta como un “poder independiente”, es decir, como un sujeto que, desde ese momento, tenderá a crecer siguiendo su propia naturaleza que, como la de todo sujeto, es dialéctica y tiende a crecer sin límites.
Si sólo puede nacer a partir de la apropiación del producto del trabajo, su propia dialéctica lo lleva a independizarse cada vez más del suelo nutricio, como el sujeto se desprende de la familia en la que nació y de la que se nutrió para realizarse plenamente como sujeto. El paso del denominado capitalismo industrial al especulativo y de éste al virtual es inevitable, mientras el Estado no le imponga trabas como las que suelen imponer determinados padres a sus hijos.
El capital, expresa el Marx maduro, es “el impulso desenfrenado y desmesurado de pasar por encima de sus propias barreras. Para él, cada límite es y debe ser una barrera. En caso contrario dejaría de ser capital, dinero que se produce a sí mismo”. El neoliberalismo es la expresión teórica de este impulso del capital, en otras palabras, es la filosofía del capital que llega a las máximas cumbres de su realización.
Al llegar a esas cumbres, patea la escalera que le permitió subir, o sea el trabajo, la producción. En realidad fue pateando la escalera a medida que subía. En su ascensión provocó desmedidos entusiasmos que llevaron a Fukuyama a proclamar el fin de la historia –pues ésta ya no consistía en otra cosa que en ese crecimiento desmedido, sin fronteras de un capitalismo globalizado– y a Tony Negri a proclamar el fin del imperialismo. Ese entusiasmo llevó al Papa polaco, Juan Pablo II, a proponerlo como solución para los países del tercer mundo. Se preguntaba en su célebre Encíclica Centesimus annus de 1989, celebrando el triunfo sobre el “comunismo”, si el capitalismo sería “el modelo que es necesario proponer a los países del tercer mundo”, y se respondía por la afirmativa, siempre que por capitalismo se entienda un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada, de la consiguiente responsabilidad con los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la economía.
Al llegar aquí al ilustre Papa le vienen ciertos escrúpulos, para superar los cuales añade que “más bien que de capitalismo, sería más apropiado hablar de economía de empresa, economía de mercado, economía libre”. Milton Friedman y Friedrich Hayek sin duda que están de acuerdo.
Ya llevado de su euforia, continuaba el Papa que, según su impresión, “tanto a nivel de naciones, como de relaciones internacionales, el libre mercado sea el instrumento más eficaz para colocar los recursos y responder eficazmente a las necesidades”. Naturalmente que no se trata del paraíso, aclara. Para quienes sueñan en él, les recuerda que como consecuencia del pecado original el hombre tiende al mal.
El Estado –que el capitalismo neoliberal quiere ver reducido a su mínima expresión y que pensadores como Negri celebran su extinción– es llamado de urgencia para poner la escalera que el capital ha pateado. Nos olvidamos de la naturaleza del capital, de su lógica arrolladora. El Estado interviene y lo “reduce”, como los misioneros “reducían” a los habitantes de América, lo vuelve a poner sobres sus pies, le devuelve la escalera.
¿Está todo solucionado? El capital no puede renunciar a su naturaleza “voladora”, volverá a las andadas. Es como el violador o el cleptómano a los que no hay castigo que les haga cambiar de comportamiento. Mientras el capitalismo no sea superado por un sistema que tenga por centro al ser humano, sus necesidades y sus profundas aspiraciones, crisis como la actual volverán a repetirse y cada vez con mayor profundidad.
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