Lunes, 24 de noviembre de 2008 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Eduardo Aliverti
Es todo un tema determinar, con cierta exactitud, cuánto hay de real y cuánto de fantaseado (y estimulado) en los alcances que la crisis internacional tiene y tendrá por aquí.
Hay situaciones específicas que, no importa ya el realismo o el temor montado de su procedencia, reflejan un parate y hasta retroceso de la economía. Basta constatar que ya no se habla de inflación, cuando hasta hace pocos meses era el asunto predominante por lejos y la figura de Guillermo Moreno, más las andanzas oficiales en Indeklandia, eran la comidilla de toda la prensa. Hoy, el escenario con mayoristas, minoristas, taxistas, intermediarios, cuentapropistas, y todo actor comercial, de servicios o productivo que se quiera, es la queja por el descenso de la actividad. No hay ámbito que no lo registre. Sin embargo, la realidad de esa temperatura no coincide con la térmica que genera salvo, marcadamente, en dos áreas: la automotriz y la agropecuaria. Son las dos que se ligan en forma directa con la recesión externa; en la primera por la dependencia con Brasil y en la segunda por el marco más general, con el añadido de los intereses políticos ya demostrados durante el choque por las retenciones. Desde afuera se compran menos autos, menos granos y menos carne; o bien, además de suceder eso, los réditos presentes tienen poco que ver con lo que se calculaba, y entonces hay la especulación de desensillar hasta que aclare. Una cosa y la otra dan la suma de estancamiento o repliegue de fábricas y proveedores automotrices, frigoríficos, insumos agrícolas, industria del cuero. ¿Alcanza eso para hablar de una economía paralizada o cercada por riesgos gravísimos? ¿Lo que les pasa a la General Motors o al Citigroup es necesariamente la proyección de lo que ocurrirá en Argentina? ¿La caída en los precios de las materias primas agrícolas quiere decir pérdida? ¿O es lucro cesante respecto de lo que esperaban ganar los jugadores de esos sectores? Por lo pronto, excepto en las parcelas de producción mencionadas (sin que esté diciéndose que son un dato menor), no hay otras pruebas reveladoras de una merma sensible en los grandes indicadores económicos. Quedó planchada, incluso, la amenaza de corrida hacia el dólar. Pero resulta que todo parece haber empezado a funcionar de acuerdo con consecuencias por las dudas, de causas que son más dudosas todavía. Suspensiones, reducción de turnos, pronósticos de despidos, adelantamiento de vacaciones en los terrenos laborales directamente vinculados a la escena mundial, surgen como un espejo no comprobado de lo que le acontecería a la economía toda. ¿Cómo no sospechar, entonces, que estamos frente a efectos construidos para desmalezar de conflictos gremiales y reclamos salariales a la tasa de ganancia? ¿Cómo no ser suspicaz si el diario más importante del país le dedica el título central de portada a que la General Motors, en una de sus plantas, canjea no despedir trabajadores por rebaja de sueldos? ¿Cómo no acordar con que el establishment contempla tomar a empleos y salarios como variable de ajuste? ¿Cómo no dudar, cuando en los balances de la Bolsa de Comercio las compañías líderes presentaron ganancias con aumentos de hasta más del 100 por ciento con relación a igual período del año pasado?
Sólo dos grandes aspectos pueden verse certeros, con estrictez. El primero es que Argentina tiene con qué arreglárselas, cualquiera sea la dimensión de los huracanes externos, sin afectar significativamente a los núcleos mayoritarios de la población. Un país en condiciones de alimentar a más de 300 millones de personas, y sin conflictos de carácter bélico, étnico, religioso, independentista o etcéteras de ese tipo, puede preocuparse por el cómo pero no por el qué. Lo cual, claro que en función de sus intereses de apropiación de renta, es reconocido por los propios gurús y referentes del pensamiento liberal. Sin embargo, el segundo elemento es que no hay nada en este mundo capaz de contrariar una ley natural: si se piensa que las cosas saldrán mal, saldrán mal de manera indefectible. Por lo tanto, la mejor idea es aplanar las expectativas desfavorables. Y el único modo de lograr eso es la confianza popular respecto de que la crisis no será pagada, como es habitual, por los que menos tienen. No se trata de que sea fácil decirlo y muy difícil de implementar. Es así y punto, como lo es que esa confiabilidad de (y en) las mayorías no se consigue con discursos ni, mucho menos, con negaciones de la realidad y palabreríos compadritos.
El Gobierno debe demostrar que los principales afectados por la situación externa serán los más fuertes de la cadena. De lo contrario, en algún momento el clima se lo llevará puesto porque la barrera de que dispone es una oposición desperdigada que sólo se aglutina para montar el show de la denuncia. Y eso tiene un límite. En política también es ley natural que el lugar abierto por la desesperanza lo ocupa cualquiera, o casi, que potenciado por la necesidad masiva de volver a creer tenga habilidades para explotarlo. Las últimas semanas dieron cuenta de algunos movimientos hacia allí. Carrió ya se menea con los restos no definitivamente sepultados del radicalismo, que al fin y al cabo es donde pertenece al igual que todas las individualidades y facciones gorilas que fugaron del centenario partido una vez que su sucesión de fracasos no dejó resquicio para permanecer. Solá ya se cortó solo con el beneficio de amalgamar procedencia de pragmatismo e inescrupulosidad peronista, muy buena imagen mediática y simpatía de las franjas de derecha que articularon, socialmente, en el topetazo campestre y contra la reestatización jubilatoria. Cobos también da vueltas, por mucho que siga sin parecer capaz de ensamblar nada. Y Macri, aunque sus acciones se acotan a la Capital y su gestión sea un desastre, publicita un rol de víctima que no les cae nada mal a quienes necesitan un victimario. Una atmósfera que se completa con la agitación de los medios más influyentes, tanto sea por raigambre ideológica como por la presión de optimizar sus negocios. De todo eso puede salir tranquilamente un rejuntado que, por ahora, no se ve probable sólo porque los egos de cada quien son formidables.
Frente a ello, lo único que el Gobierno baraja es la marcación de que podría estarse ante un revival de la Alianza aunque ahora por derecha explícita, como si las definiciones ideológicas encarnaran algo sustantivo para la conciencia colectiva. En realidad sí hay algo de eso, pero en un sentido que va a favor de lo peor: una opción claramente de izquierda no tiene chances en esta sociedad, pero sí las tiene una de derecha que muestre algunos escrúpulos. Y, probanza de dictadura más menemato más guerra gaucha mediante, llegado el caso sin que siquiera hagan falta los reparos.
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