Lunes, 24 de noviembre de 2008 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Atilio A. Boron
Las elecciones que tuvieron lugar ayer en Venezuela revisten una importancia que trasciende la aritmética de las gobernaciones y alcaldías que estaban formalmente en juego. En realidad, se descontaba el triunfo del chavismo; por lo tanto, lo que realmente importaba era comprobar hasta qué punto luego de diez años de gobierno bolivariano la oposición había logrado constituirse en una auténtica alternativa. Los resultados demuestran que no ha sido así: aún hoy su única propuesta política se limita a exigir, por cualquier medio, la salida de Hugo Chávez. Y eso pese a que, como es público y notorio, el archipiélago de la derecha venezolana viene contando con la activa colaboración política y el generoso financiamiento de organizaciones tan identificadas con “la promoción de la democracia” en todo el mundo como la Usaid; la NED (el Fondo Nacional para la Democracia, creado en los años de Ronald Reagan); el Instituto Cato, un tanque de pensamiento ultraneoliberal; la Fundación Konrad Adenauer, el Opus Dei y las conferencias episcopales de Venezuela y España, bastiones de la reacción medievalista. Como vemos, las derechas del mundo, tanto la terrenal como la celestial, están obsesionadas con Chávez y procuran derrocarlo sin reparar en costos y, mucho menos, atender a ninguna clase de escrúpulos morales. Creen que su supervivencia en el poder depende exclusivamente de los precios del petróleo, y se equivocan de medio a medio. Los movimientos estudiantiles, lanzados al ruedo cuando el gobierno rehusó renovar la licencia de Radio Caracas Televisión y la derecha política mostró su total atomización e inoperancia, fueron también recompensados con largueza y sus líderes convertidos por los medios en verdaderos campeones de la libertad.
Aun antes de conocer los resultados de la elección de ayer, queda claro lo infructuoso de todos estos intentos que, por otra parte, no dejan de tener un enorme valor didáctico. Confirman que la derecha y el imperialismo jamás van a bajar los brazos en su empeño por mantener sus exacciones y privilegios, sin importar la legalidad de sus actos o la legitimidad de origen o de ejercicio del gobierno en cuestión, algo que muy bien han aprendido Correa en Ecuador y Morales en Bolivia. Corroboran también que más allá de las críticas que puedan formulársele, el chavismo ha tenido aciertos en algunas áreas clave de la política doméstica: la salud, la liquidación del analfabetismo, la ciudadanización de grandes sectores que habían sido permanentemente excluidos por el bipartidismo precedente, los consejos comunales y la redistribución del poder “hacia abajo”. Esos aciertos han dejado huellas muy profundas en la sociedad venezolana y los sectores populares consideran al gobierno de Chávez como “su gobierno”. Una credencial a la que, por supuesto, ni remotamente puede aspirar ni uno solo de los candidatos a gobernador o alcalde con que la derecha se hizo presente en el día de ayer. Un anticipo de esta conclusión se podía discernir en los últimos días de la campaña electoral, cuando para sorpresa de muchos la derecha comenzó a apostar su suerte a los elevados niveles de abstención o a alentar denuncias sobre el supuesto fraude que se cometería en unas elecciones que ya sabía perdidas de antemano.
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