EL PAíS › MUCHA TENSION CON FINAL EN PAZ EN LA MARCHA PIQUETERA
El día en que la jueza metió la cola
Unos 12 mil piqueteros marchaban desde Avellaneda hacia la Plaza de Mayo a cinco meses de los asesinatos de Kosteki y Santillán. Pero apareció una orden de cacheo de Servini de Cubría. Tras largas horas de negociación con el Gobierno, los piqueteros llegaron a la Plaza.
Por Laura Vales
En un día cargado de tensión, desocupados, asambleas barriales y organismos de derechos humanos marcharon a Plaza de Mayo contra la represión y en pedido de justicia por los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, de cuyas muertes ayer se cumplieron 5 meses. La movilización salió de la estación de trenes de Avellaneda a las 11 y media de la mañana, pero conseguiría llegar a la Casa Rosada sólo nueve horas más tarde, después de una pulseada con el Gobierno, que se pareció de a ratos a una guerra de nervios y de a ratos a una comedia de enredos.
El avance de los manifestantes fue frenado apenas empezaron a andar, al mediodía, sobre el Puente Pueyrredón. Por orden de la jueza federal María Servini de Cubría, la Policía Federal montó un operativo apoyada por efectivos de Prefectura y Gendarmería y exigió cachear uno por uno a quienes quisieran entrar a la Capital. En la columna había 12 mil piqueteros, que se negaron a ser revisados. El razonamiento fue que tal pretensión los convertía en sospechosos por el hecho de estar desocupados y querer ir a reclamar a la Plaza de Mayo. La pulseada con el Gobierno para cruzar el puente consumió ocho horas de negociaciones que se resolverían recién al caer la tarde, cuando la columna pudo seguir bajo la fórmula un tanto ridícula de “cacheo visual”, es decir que policías, prefectos y gendarmes se pararon a un costado y observaron desde allí el paso de los marchantes.
La jornada de protesta reunió a 30 organizaciones sociales bajo la consigna “Organización y lucha contra la represión - Que se vayan todos”. Sus convocantes fueron la Coordinadora Aníbal Verón, el Bloque Piquetero, Barrios de Pie, la Correpi (Coordinadora contra la Represión Policial), más un conjunto de organismos de derechos humanos, asambleas y partidos de izquierda. La mamá de Maximiliano Kosteki, Mabel, y el papá y los hermanos de Darío Santillán participaron de la jornada, en la que también estuvieron los familiares de las víctimas del gatillo fácil.
Sobre el lomo del puente que une al partido de Avellaneda con la ciudad de Buenos Aires la Policía Federal desplegó cuatro cordones de uniformados. En la primera línea hubo hombres con perros. Detrás efectivos con bastones, gases lacrimógenos y finalmente un camión hidrante. Mirando desde el Riachuelo hacia la Capital seguía el dispositivo de la Prefectura y en un tercer anillo el de Gendarmería. A cargo del operativo, el Ministerio de Seguridad designó al comisario Alberto Capuchetti, titular de la Superintendencia de Seguridad Metropolitana y segundo en importancia dentro de la Federal.
Capuchetti fue el encargado de comunicar a los piqueteros que tenía órdenes de cacheo para dejarlos pasar. El comisario informó que cumplía instrucciones de Servini de Cubría, ante lo cual los piqueteros pidieron hablar con la jueza. En el juzgado, según se quejaron ante los medios, nadie les atendió el teléfono.
A las doce del mediodía la columna quedó paralizada en el medio del puente, cara a cara con la infantería. Un helicóptero sobrevoló la zona. Se empezó a respirar un clima de nerviosismo, en parte por los perros, por el ruido que metían las motos de la policía y porque el despliegue de tropas en la primera hora fue creciendo de una manera bastante ostentosa. A la una de la tarde hubo una corrida: los manifestantes del fondo de la columna pensaron por algún motivo que había empezado la represión, entraron en pánico y corrieron, con empujones y algunas caídas.
Las organizaciones piqueteras resolvieron como medida de precaución que los niños y aquellos que no estaban en condiciones de enfrentar un eventual avance de la policía se retiraran a la base del puente y esperaran allí, en la avenida Mitre.
En las primeras horas pareció que iban a reprimir. Quince minutos antes de las dos, unas quince Madres de Plaza de Mayo cruzaron el cordón de uniformados desde el lado de la Capital para unirse a los piqueteros, a pesar de la oposición de la policía, que intentó no dejarlas pasar. Tomadas del brazo de a dos en dos y rodeadas por unos pocos medios (la mayor parte estaba del otro lado del cordón), las Madres consiguieron pasar en un cuerpo a cuerpo con los policías.
También se acercaron al lugar los diputados Luis Zamora, Vilma Ripoll, Patricio Echegaray y Alfredo Villalba. El actor Juan Palomino vio por televisión lo que estaba pasando y decidió sumarse al piquete. “Tengo dos hijos –dijo al llegar al puente–, necesito un país donde ellos puedan vivir.”
A las tres de la tarde el ministro del Interior, Jorge Matzkin, recibió a una delegación piquetera. Entonces comenzaron los pasos de comedia: el comisario Capuchetti sostenía que la orden de cacheo era de Servini de Cubría. Matzkin alegó que el Poder Ejecutivo no podía intervenir sobre una decisión del Judicial. Los diputados Villalba y Alicia Castro presentaron un escrito ante el juzgado para que suspendiera la medida, pero allí un empleado negó que tal orden existiera. Luis Zamora le pidió al comisario que le mostrase la orden, Capuchetti explicó que tal cosa no era posible porque la había recibido de manera verbal. Sobre el puente corrían distintas versiones e interpretaciones: una decía que en el juzgado habían argumentado que “la orden consistía en poner orden pero no en cachear”; muchos opinaban que Servini obedecía a una estrategia del menemismo, por lo que Duhalde la revertiría. Tres horas y varias comunicaciones entre el Ejecutivo y el Judicial más tarde, se llegó a la fórmula de reemplazar la revisión por un “cacheo visual”.
El Gobierno ofreció un acuerdo de cuatro puntos:
u Que los organizadores de la marcha se comprometieran a que fuera pacífica.
u Que los piqueteros no acamparan en Plaza de Mayo por la noche.
u Que no se cometieran contravenciones públicas.
u Pasar sin palos y exhibir el interior de los bolsos.
Este último punto fue el que generó mayores discusiones y alargó las negociaciones. Desocupados y organismos de derechos humanos argumentaron que mostrar el contenido de los bolsos, si bien era una medida menos ofensiva que el cacheo, seguía el mismo criterio de criminalizar el conflicto social.
Los piqueteros mataron el tiempo con distintos cantitos. Los más cantados decían: “Policía, policía / qué amargado se te ve / cuando vos venís al puente / tu mujer se va a coger” y “Por una pizza reprimís a tu mamá”. Otros mostraron letras elaboradas: “Señores soy piquetero / toda la vida voy a luchar / seguimos cortando rutas / y a la Rosada vamos igual. / Palazos, balas de goma / la Bonaerense y la Federal / a mí no me importa nada / me sobra huevo para aguantar. / Soy piquetero señor / lo llevo en el corazón / lo vamos a echar a Duhalde / la puta madre que lo parió”.
Otra diversión fue hacerle cortinas de fondo contra Daniel Hadad cada vez que el movilero de Canal 9 salía al aire en vivo, con letras que decían “Hadad / fascista / vos sos el terrorista” y “A los muertos del puente los vamos a vengar / con la muerte de Hadad”.
A las siete de la tarde, con la mitad de los manifestantes insolados y un camarógrafo mordido por un perro, el operativo policial se replegó sobre una de las dos vías del puente para dejar cruzar a los manifestantes.
Del otro lado, en la entrada de la Capital, unas tres mil personas esperaban desde la primera hora de la tarde con sus banderas para acompañar la marcha a la Plaza de Mayo. La columna llegó allí cuando ya era de noche. En el lugar se leyó un documento redactado en conjunto por todas las organizaciones y se recordó a Santillán y Kosteki.
El grueso de los manifestantes se desconcentró pasadas las nueve de la noche, mientras el Movimiento Sin Trabajo Teresa Vive anunciaba que acamparía en la Plaza de Mayo. Los jefes policiales a cargo del operativo dijeron al cierre de esta edición que había una tregua con los piqueteroshasta las cinco de la mañana, ya que éstos contaban con un permiso para permanecer allí hasta esa hora.