Jueves, 19 de noviembre de 2009 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Guido Risso *
El conflicto en Kraft, el subte y tantos otros recuerdan cuestiones que por obvias han sido olvidadas. En la filosofía política ha habido pocos intentos por desarrollar teorías democráticas realistas que reconozcan el carácter conflictual del capitalismo, en tanto sistema basado en la competencia entre los hombres. Es decir, a un capitalismo agresivo le corresponde una competencia agresiva, a un capitalismo social le corresponde una competencia moderada. Mientras que a un sistema de cooperación mutua no le corresponde ninguna competencia. La teoría democrática liberal está edificada fundamentalmente sobre la igualdad, y propende y defiende la igualdad de todos los hombres como objetivo central del sistema. Esta visión proporciona el fundamento central del pensamiento político democrático moderno, pues para tales teóricos la desigualdad es generadora de violencia y hostilidad. Debemos reconocer entonces que la política y los procesos sociales apoyados sobre estructuras capitalistas radicalizadas, como ha sucedido tantas veces en parte del llamado Tercer Mundo, adquieren un componente conflictual propio de todo sistema de competencia. Pensar que en un capitalismo extremo que expulsa a miles de personas del sistema dejándolas libradas a su “mala suerte” de desnutrición y mortalidad evitable, puede erradicarse totalmente el conflicto nos aprisiona cada vez más en este sistema. Deben admitir el componente conflictivo del capitalismo duro. Ahora bien, ¿debemos resignarnos a ese capitalismo duro, como si fuese una imposición de la naturaleza? ¿Debemos seguir admitiendo el hambre, la pobreza y la enorme tristeza de tantos, sólo por mantener un sistema radicalizado? ¿O acaso en otros órdenes de la vida, cuando algo ha demostrado que no funciona, no lo cambiamos? Las cosas siempre podrían ser de otra manera. Nuestro cuerpo cuando enferma nos alerta, la fiebre es una señal que el cuerpo nos envía. ¿Cuando la democracia sufre también nos alerta? ¿Es el conflicto nuestro termómetro? ¿El capitalismo salvaje le duele a la democracia? ¿Soporta la democracia a esta clase de capitalismo como socio? Sabemos que una verdadera política democrática debe darle espacio al conflicto, no debe temerle. Es decir el conflicto nunca puede destruirla, aunque sí puede –claro está– modificarla y reformularla. Pues el conflicto también es un legítimo canal político de expresión para las voces en disenso. Si el sistema obstruye el conflicto, éste tenderá a adoptar formas violentas y esto es precisamente lo que una verdadera política democrática debe evitar. La pregunta es ¿cómo evitarlo? Oyéndolo, entendiendo que tal vez el reclamo sea sólo el grito desesperado de quienes siguen resistiendo el atropello del capitalismo salvaje.
* Profesor de Derecho Constitucional (UBA).
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