Miércoles, 23 de junio de 2010 | Hoy
EL PAíS › DECLARó EL TESTIGO QUE APORTó LA DOCUMENTACIóN SECRETA SOBRE LA REPRESIóN ILEGAL EN TUCUMáN
Contó que puso los papeles en su pierna “como se pone la canillera para jugar al fútbol, y los agarraba con la media”. Confirmó que los represores hicieron desaparecer a un agente de Inteligencia de quien no se supo nada desde fines de los ’70.
Por Ramiro Rearte
Desde Tucumán
Durante una hora de preguntas y repreguntas de parte de los abogados querellantes y los defensores, el testigo Juan Carlos “El Perro” Clemente declaró frente a los jueces tucumanos en el marco de la megacausa sobre el centro clandestino Jefatura de Policía de Tucumán. Clemente aportó datos nuevos y reiteró la autenticidad de los dos biblioratos que él mismo entregó al tribunal la semana pasada, que incluían una lista en la que figuraban 293 personas que fueron secuestradas (195 de ellas siguen desaparecidas). También confirmó que los represores detuvieron e hicieron desaparecer a personal de sus propias filas. Entre los presentes en la sala de audiencias, se presentó la hija de un policía del que no se tenían datos precisos de su paradero desde la década del ’70. “Creo que sí lo conozco. Era el guardia de la Jefatura de Policía”, dijo Clemente. Su nombre figura en la nómina de víctimas con la sigla DF, es decir, “disposición final”.
El testigo entró a la sala de audiencias con un chaleco oscuro, barba de varios días y anteojos de marcos grandes. Sin mirar a nadie –sólo a los miembros del tribunal– comenzó a responder el cuestionario de los abogados de los represores primero y de la querella después. La estrategia de los primeros fue forzar a Clemente para que dijera que la documentación que aportó era la única que existía. Los querellantes trataron de ayudar a Clemente a que recordara procesos de tormento, lugares, nombres y situaciones propias vividas dentro de uno de los centros clandestinos más grandes del norte argentino.
Clemente relató cómo “policías paseadores” lo llevaron en varias oportunidades en autos para “marcar” conocidos. “Más de una vez”, se quejó. Respondía de manera muy pausada y casi siempre mirando al piso de la sala. “Un día vinieron y me tiraron la credencial de policía y me dijeron dónde iba a comenzar a trabajar”, contó cuando el presidente del tribunal, Carlos Jiménez Montilla, lo consultó sobre cómo fue que terminó trabajando como policía administrativo después de haber sido jefe montonero.
Lloró cuando recordó el accionar criminal de uno de los acusados, Roberto “El Tuerto” Albornoz: “Era el amo y señor de la vida y la muerte del que se le antojara”. Mientras Clemente lloraba, en la sala reinaba el silencio.
Al reconocer los documentos que aportó al proceso, no pudo dar precisiones sobre lo que significaban cada una de las fojas. “Yo sólo guardaba las hojas que me entregaban en las carpetas que correspondían, no me ponía a leer”, dijo más de una vez. Recalcó que nunca leyó el contenido de los textos que guardó de manera secreta durante más de treinta años. Señaló que la primera vez que abrió esas carpetas fue hace dos años, cuando sacó copias de la primera hoja que contiene la lista de las 293 personas que estuvieron secuestradas en la ex Jefatura de Policía y la envió en forma anónima a la Procuración General de la Nación.
Tanto los querellantes como los abogados de los represores le preguntaron cómo hizo para guardar en muy buen estado las dos carpetas. El Perro sostuvo que construyó una cama de mampostería. “Primero puse escombros, luego los biblioratos en bolsas plásticas con papeles y después cerámicos. Y los conservé con bolitas antihumedad”, sostuvo Clemente.
Cuando le consultaron cómo hizo para sacar los documentos desde adentro de un centro de detención, Clemente fue claro: “Recuerdo que sacaba las listas y las ponía en mi pierna, como se pone la canillera para jugar al fútbol, y las agarraba con la media”, precisó. Volvió a decir que los biblioratos son de fines de 1977, cuando se había ordenado el desmantelamiento de las oficinas del archivo del Servicio de Inteligencia Confidencial (SIC) y se quemaban los papeles. También reiteró que recibió “amenazas constantes” en su casa y que le pedían información sobre otro testigo.
En un momento de la declaración, la abogada Laura Figueroa interrumpió a Clemente para preguntarle si conocía a un policía que había trabajado en el centro clandestino de detención Jefatura de Policía. “Se llama Silvestre Máximo García. ¿Tiene conocimiento de haberlo conocido, de haberlo visto?”, interrogó la letrada. Clemente hizo un gesto pensativo y contestó: “Sí, lo conocí. Era el guardia de la puerta de entrada a la Jefatura. Trabajaba con Albornoz”. Figueroa repreguntó: “¿Tiene conocimiento de qué pasó con él?”. Clemente dudó, pero al cabo de unos segundos respondió: “Lo que sé es que alguna vez lo tuvieron detenido en los calabozos del fondo”. La hija del policía de-saparecido, cuyo caso no estaba registrado por los organismos de derechos humanos, rompió en llanto. Una de las psicólogas que trabajan dentro de la sala para asistir a los familiares de las víctimas se acercó a consolarla.
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