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Los fantasmas no existen

 Por Juan Forn

Era un partido para ganar con un gol de Demichelis y otro de Palermo. Quedó en evidencia unos minutitos antes del primer gol, cuando en una sucesión rapidísima de imágenes el partido viró de lo mezquino-amargo a la comedia bufa: primero se vio al técnico loco de los griegos haciendo unas morisquetas espasmódicas, segundos después el delantero lungo pisó solo la pelota cuando tenía un callejón mortífero para irse solo al gol, y enseguida el arquero y uno de los centrales casi se hacen un gol en contra y casi se cagan a trompadas a continuación. No tuvieron épica ni para defenderse, pobres griegos. En un momento de la previa, Bonadeo contó no sé qué cosa sobre su performance en Mundiales y aclaró después: “En tiempos modernos”. Estoy seguro de que los antiguos griegos hubieran encarado más épicamente el partido. Estos, en cambio, estaban mucho menos cebados por la Historia que vapuleados por el default: se merecían un gol como el de Demichelis. Y que no fuera la jugada de Messi sino la pata de palo de Palermo la que hiciera el segundo gol: la jugada de Messi era para otro partido; así como Palermo se merecía realmente por lo menos diez minutos de Mundial, y un gol, y el festejo que le dedicaron todos sus compañeros (le sigue saliendo todo bien a Diego –y él paga como un caballero a los que le responden).

A medida que avanzaba el partido y nos hundíamos en la chatura, empezaron algunas confesiones cabuleras y debo decir que me dejaron impresionado algunas de las que me enteré. Uno confesó sin desviar los ojos del televisor: “Escribo el nombre del equipo contrario en un papel y lo pongo en el piso del freezer”. Otro dijo: “Le hago el amor a mi señora antes del partido” (no dijo amor, precisamente, pero se entiende la idea). Un roñoso: “No me baño el día anterior al partido”. Uno más asqueroso pidió permiso para hacer La Gran Goycoechea (que meó contra uno de los palos del arco antes de que le patearan los penales en el Mundial ’90) y fue instantáneamente expulsado. Pero la mejor la dijo uno que la va de galán: “Cada partido que gane Argentina, me encaro a la vieja más fea que me cruce y le doy la noche de su vida”.

El otro día pesqué en la tele brasileña un reportaje a Ronaldo y, cuando le preguntaron su cábala, dijo algo casi poético: que nunca pateaba al arco durante el precalentamiento para “no gastar goles”. Lo de Bielsa, en cambio, no tiene nada de cábala y, para algunos jugadores chilenos, tampoco tiene nada de poético: el Gran Marcelo hizo dormir a sus muchachos con las ventanas abiertas para que se fueran aclimatando al frío que van a tener en su próximo partido, el duelo con España, que será en turno noche. Pero los jugadores que tienen habitaciones en planta baja no quisieron saber nada de ventanas abiertas porque tienen miedo de que se les meta algún animal adentro (la concentración chilena está muy cerca de una reserva salvaje). Me dicen que en Twitter hay una pandilla de golfas de Buenos Aires que literalmente rezan online para que Argentina siga ganando; no porque les importe que ganemos la Copa sino porque tendrán más días de descuentos en los shoppings.

Acá en Gesell no hay ni descuentos por la calle durante los partidos. Me contó mi vecino (todos tenemos un vecino que descree del fútbol y abomina del Mundial) que aprovechó para ir a pagar servicios mientras jugaba Argentina y fue como entrar en La Dimensión Desconocida: no había nadie en ninguna parte, salvo en la playa, donde se cruzó con varias personas rarísimas. A pesar de que, cuando uno camina por la playa acá, fuera de temporada, se cruza más o menos con la misma gente siempre, dice mi vecino que ninguna de las caras con las que se cruzó le era siquiera remotamente familiar. Son todos fantasmas los que andan por la calle cuando juega Argentina: son tan bichos raros que no se reconocen ni entre ellos.

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Imagen: AFP
 
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