EL PAíS › LA HISTORIA DE OSVALDO VíCTOR MANTELLO, IDENTIFICADO POR EL EAAF

Una despedida que acerca

Fue secuestrado junto con su compañera, Susana Reyes, que estaba embarazada, y una amiga, Liliana Bietti, que sigue desaparecida. Uno de los represores le regaló a Susana “una capuchita negra” para su hijo.

 Por Adrián Pérez

“Siento que las balas que asesinaron a mi viejo me hicieron más fuerte”, señala Juan Pablo Mantello, mientras Susana Reyes, sobreviviente del centro clandestino de detención El Vesubio, sostiene: “Este es nuestro homenaje para vos, compañero del alma, para que vueles muy lejos y estés en paz”. Los restos de Osvaldo Víctor Mantello, desaparecido en 1977 durante la dictadura militar e identificado en septiembre de 2009 por el Equipo Argentino de Antropología Forense, fueron despedidos por su hijo y su compañera en un acto donde no faltaron amigos, compañeros de estudios y de militancia; tampoco fotos que recorrieron su vida, cartas, herramientas, discos, una bandera de River Plate y planos diseñados por el propio Mantello. La madre de Plaza de Mayo Taty Almeida, el músico uruguayo Daniel Viglietti y el periodista Pablo Llonto también dijeron presente en la ceremonia –que se realizó en la sede de la Unión de Trabajadores de la Educación– y destacaron el apoyo del Estado en el trabajo de identificación de los desaparecidos.

Susana Reyes y Osvaldo Mantello se enamoraron en 1974, cuando se conocieron en una unidad básica de la Juventud Peronista que impulsaba actividades de alfabetización en inquilinatos de Buenos Aires. Osvaldo se había acercado al trabajo de base en las calles de Villa Argentina, en Avellaneda, como militante de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR). A principios de 1975, Susana hacía su ingreso al magisterio y su compañero montaba un taller para instalar estéreos en los autos. Habían planeado casarse al año siguiente, pero lo suspendieron porque “la mano venía muy pesada”. “Si bien teníamos contacto con antiguos compañeros, al momento de nuestra detención no estábamos militando”, aclara la mujer. Después de un año de buscarlo, finalmente Susana quedó embarazada.

De paso por Buenos Aires, Liliana Bietti fue invitada por su amiga a celebrar la noticia. “Estábamos almorzando cuando una patota de civil entró por la fuerza”, recuerda Susana. Mientras la encerraban en el baño, Osvaldo y su amiga eran atados de pies y manos, amordazados y encapuchados. En el mediodía del jueves 16 de junio de 1977 los tres fueron trasladados a El Vesubio. Susana estaba en el cuarto mes de embarazo. Cuando llegó al centro clandestino le dijeron: “A partir de ahora, olvidate de tu nombre. Vas a ser M17”. La encerraron en un cajón sin tapa, en una “cucha”, donde fue engrillada a la pared y encapuchada. Luego la llevaron a otro lugar, donde reconoció los gritos de Liliana y Osvaldo durante las sesiones de tortura. “Eso fue el jueves 16 de junio –señala–. El domingo era el Día del Padre y dejaron que las parejas se reencontraran.”

Allí vio a su compañero, por primera vez, desde que habían sido detenidos. “Estaba muy mal, muy golpeado, recuerdo que alcanzó a decirme ‘qué feo flaquita, qué feo todo esto’.” El 9 de julio la trasladaron a una de las tres casas de El Vesubio “para cocinarle a los milicos”. En un segundo encuentro pudo ver a Osvaldo en el baño. “Me decía que iban a pasarlo a disposición del (Poder) Ejecutivo, que me iban a largar”, menciona. Los detenidos tenían permitido buscar ropa, una vez por semana, en un cajón donde se guardaba el “botín cosechado” en los operativos. Ramón “Pancho” Erlan, uno de los guardias, le pidió que buscara la ropa de Osvaldo; encontró un pulóver verde y un pantalón marrón descosido. “Estábamos incomunicados, pero pedí hilo y aguja, le bordé ‘te quiero’ dentro del pantalón y se lo mandé”, dice.

En otra ocasión, dejaron salir al Cordobés –médico y militante del ERP que compartía cucha con Osvaldo– para que le entregara una nota. Su compañero contaba que lo trasladaban para ponerlo a disposición del PEN. Le pedía que si el bebé era varón lo llamara Juan Pablo. Y si era nena, María. A los 15 días de haber llegado al centro de detención, Liliana fue trasladada. Osvaldo fue llevado 30 días después. Susana se quedó. En El Vesubio se encontró con Héctor Oesterheld. “El nos escribía a las mujeres para que nos distrajéramos”, recuerda. Rosa Taranto era una de esas mujeres. Estaba embarazada de ocho meses cuando la llevaron a parir a Campo de Mayo. Si bien tenía los ojos vendados en el parto, reconoció a unas monjas que la cuidaban. “Rosita volvió diciendo que no sabía ni lo que había tenido”, comenta y reflexiona: “Eramos todos muy jóvenes para imaginar que el ser humano podía cometer semejantes atrocidades”.

–¿Sabe por qué participaban monjas en los partos? –preguntó Página/12–. La Liga de la Familia Cristiana entregaba a los bebés que nacían en cautiverio a otras familias.

Pablo Miguez, secuestrado junto a su madre Irma Beatriz Márquez, fue otra de las personas que reconoció durante su detención. Susana compartió cucha con él porque “no había más lugar”. “Tenía 14 años y lo llevaban a la Jefatura para que jugara al ajedrez con (Pedro Alberto ‘Delta’) Durán Sáenz, el jefe del campo –recuerda–. Lo torturaban para que la madre hablara. Finalmente, lo mataron.”

Susana fue liberada en la noche del 16 de septiembre de 1977, el mismo día que cumplía 21 años. Encapuchada, volvieron a tabicarla y la metieron en el piso de un auto. Desde el asiento del acompañante, el coronel (Franco “El Indio”) Luque le hizo un pedido especial: “Si te preguntan quién te secuestró, decí que fueron los Montoneros”.

–¿Y mi marido? –preguntó la mujer.

–¡No preguntes boludeces! –replicó el coronel–. Y cuando tengas a tu hijo ponele mi nombre –agregó.

–¿Y usted quién es? –insistió Susana.

–Yo soy El Indio –respondió el represor.

Finalmente, la dejaron en avenida La Plata y Directorio con el tabique puesto. La patota le dio cinco pesos y le pidió que se tomara un taxi que estaba estacionado en esa esquina. “Me fui a lo de mi mamá esperando que me dijeran en qué cárcel estaba Osvaldo”, sostiene, pero se dio cuenta de que nadie sabía nada. “No hubo alegría en esa libertad, ahí nomás estaban mis compañeras secuestradas. La gente andaba en cualquiera, como si no pasara nada –afirma–. Los amigos que habían quedado vivos se habían ido del país. Estaba sola.” El dolor se transformaría en alegría con el nacimiento de su hijo, al que llamó Juan Pablo. Cada 8 de mayo, cuando Osvaldo cumplía años, le sacaba fotos a su hijo con un cartel que decía “Feliz cumpleaños, papá”.

De los cinco guardias que hoy están siendo juzgados por la causa de El Vesubio, “cuatro nos tuvieron a nosotros”. Diego “El Polaco” Chemes me decía: “Vos cuidate porque ése (en referencia a su hijo) va a ser para mí”. Durante su detención, Susana recibió de manos de Chemes un regalo con moño, en papel de regalo. Juan Pablo comenta que el represor “se tomó el trabajo de coserme una capuchita negra para mí”. En el invierno de 2007, Juan Pablo dio sangre para que el EAAF cotejara esa muestra con los restos óseos de su padre. A fines de septiembre, el equipo de antropólogos confirmó que esos restos pertenecían a Osvaldo Víctor Mantello. Ayer, Juan Pablo recordó que sintió “mucha tristeza” en ese momento, pero que la noticia también le produjo un sentimiento de “cercanía” con su padre.

En diálogo con Página/12, antes de interpretar “Otra voz canta” o “El chueco Maciel”, Daniel Viglietti recordó que, durante las dictaduras en América latina, “la muerte no pedía visa”, la tenía “facilitada”. Cuando fue secuestrado, Víctor Mantello tenía 27 años. Liliana Bietti continúa desaparecida.

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Juan Pablo Mantello y Susana Reyes, sobreviviente del centro clandestino de detención El Vesubio.
Imagen: Sandra Cartasso
 
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