Jueves, 12 de agosto de 2010 | Hoy
EL PAíS › ENCONTRARON EL TERCER CADáVER ENTRE LOS ESCOMBROS
Maximiliano Salgado, de 18 años, había ido a hacer gimnasia. Fue hallado tras 40 horas de búsqueda. Familiares y amigos estallaron en llanto. Son tres los muertos por el derrumbe.
Por Emilio Ruchansky
Ya habían pasado casi 40 horas del derrumbe del gimnasio de Villa Urquiza, cuando los bomberos divisaron el cuerpo sin vida de Maximiliano Salgado, de 18 años, aparentemente, la última persona desaparecida. El cadáver estaba muy cerca de otra víctima fatal, Luis Lu, rescatado el martes a las 20. Lo reconocieron por sus pertenencias, aunque tardaron un buen rato en sacarlo, según explicó el titular del SAME, Alberto Crescenti, porque estaba “bajo una viga bastante importante”. Sus familiares y ex compañeros de colegio, que presenciaron el rescate de los otros dos muertos, se fundieron en un abrazo tras la larga espera. Pocas horas después, se demolieron los dos locales de ropa que habían quedado en pie y comenzó el arduo trabajo de triturar las ruinas para hacerlas desaparecer del barrio.
“Lo hemos encontrado entre los restos, entre los escombros. En la parte contrafrontal del gimnasio, en un sector que había sido indicado por los perros”, informó el comisario inspector Mario Fenoi, de Bomberos. “Ahora se va a seguir con la remoción de los escombros –agregó–, ya sabemos que no hay más víctimas, pero se va a continuar con la revisión de los escombros y luego se van a iniciar las tareas periciales.”
Salgado había concurrido, hasta segundo año, al colegio Ecos. No participó, como se dijo en algunos medios ayer, del viaje en micro que terminó en tragedia en Santa Fe. Terminó sus estudios en el Enea 2000, del barrio porteño de Belgrano. Es la tercera víctima fatal, las otras dos son Lu, de 23 años y estudiante de Derecho, y Guillermo Ramón Fede, de 37, instructor del gimnasio Orion Gym, en la calle Mendoza al 5030, que se derrumbó el lunes pasado a las 16.10, debido a las maniobras que realizaba una retroexcavadora en un terreno lindante donde edificaba la empresa Desarrolladora Mendoza S. A.
Por la tarde, la esquina de Triunvirato y Mendoza dejó de ser la atracción de los vecinos y los medios de prensa y comenzó un largo trabajo. Un coordinador de la empresa Integra, que presta servicios de recolección de residuos en la Ciudad de Buenos Aires, debatía con un camionero que aseguraba que le pedían una constancia firmada para el peritaje. “Me dicen que van a investigar los escombros, siempre dicen eso, después no pasa nada”, comentó el hombre a Página/12.
Mientras tanto, los camiones repletos de cascotes iban y venían del lugar donde se depositaban los restos, en el cruce de las calles Varela y Cruz, cerca de la cancha de San Lorenzo. Luis, el conductor del coche, se acercó hasta el vallado para mostrarle al coordinador los videos que había filmado. “¡Mirá los cachos de paredes que sacamos!”, festejaba el operario. La cámara –aclaró después– la llevó por si se rompía algún coche, como para dejar constancia ante la empresa.
“Al principio levantaban los bloques con la pluma (una grúa inmensa) porque todavía podía haber alguien con vida, ahora se rompe todo y se levanta con la pala mecánica. Vamos a hacer todo lo más rápido posible porque los comerciantes de la zona se quieren matar, hace tres días que no pueden laburar”, comentó el coordinador. Al rato, la pluma comenzó el operativo de retorno. Tardó 45 minutos en replegar los cuatro tramos que usó para sacar los escombros, hasta que quedó el gancho sobre el parabrisas del camión que la transporta, de más de 12 metros de largo.
En el corralito de vallas sólo quedaban dos ambulancias, según Crescenti sólo “por prevención”, dos móviles de la Policía Federal y uno de la Metropolitana, dos carros de bomberos y un camión de Defensa Civil, en donde se guardaban, bajo la llovizna, listones y tirantes de madera utilizados para apuntalar ciertas partes de las ruinas. A lo lejos, se veía al dueño de una veterinaria, transportando bolsas de comida para perros en una carretilla. “Estoy llevando algunos pedidos, me tuvieron encerrado todos estos días”, se quejaba el veterinario.
Los empleados duplicaban en número a los clientes en la pizzería Pepero, muy concurrida por periodistas y políticos el primer día del derrumbe. Anoche, los policías de ambas fuerzas iba y venían al baño, ya sin pedir permiso. “Por lo menos no manguean”, le dijo a este cronista una moza. En una de las mesas, alguien que pidió reserva de su identidad contó que se dedicaba –vaya casualidad– a hacer perforaciones. “Hubo negligencia de la constructora, hasta el maquinista tiene que ir preso. Las casas no se vienen abajo solas, por accidente”, dijo el hombre.
Sólo quedaba un metro de ruinas de lo que fue una construcción de tres plantas. Sobre un montículo se distinguían los restos de un televisor y pedazos de metal pintados de blanco: lo que quedó de los aparatos para hacer ejercicio. Detrás, flameaban las copas de nueve árboles flacos y altos. Al costado de los árboles, unida al pozo que provocó la tragedia por una escalera de madera, estaba la casilla de chapa del sereno de lo que iba a ser el edificio de diez pisos de la empresa Desarrolladora Mendoza.
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