Sábado, 30 de octubre de 2010 | Hoy
EL PAíS › LOS RESTOS DE NéSTOR KIRCHNER ATRAVESARON LA CIUDAD EN MEDIO DE MUESTRAS DE CARIñO
Llovieron miles de flores y los que esperaban la caravana se acercaban a los vehículos para tocarlos en señal de despedida. Hubo aplausos, sollozos y dedos en V. La Presidenta se bajó del auto y retó a los policías que forcejeaban con los manifestantes.
El dolor, el respeto y el fervor militante se conjugaron ayer a lo largo de cinco kilómetros, en una emocionante procesión que despidió los restos de Néstor Kirchner. Una multitud se volcó a las calles para seguir el cortejo fúnebre desde la Casa Rosada hasta el Aeroparque, y no hubo lluvia ni despliegue policial que bastara para contenerla. Personas de todas las edades lloraron, aplaudieron y siguieron al ex presidente mientras los más jóvenes cantaban: “Yo soy argentino / soy soldado del pingüino”.
Al mediodía, la Plaza de Mayo estaba prácticamente vacía. Luego de la despedida popular en el Salón de los Patriotas Latinoamericanos, la mayor parte de los manifestantes se acercó hasta la parte trasera de la Casa de Gobierno esperando la salida de la comitiva oficial. Se unieron a miles de personas que estaban desde temprano sobre la calle Alem, resistiendo la llovizna con impermeables y paraguas de todos los colores. Los obreros que construían la extensión de la línea E del subte hicieron un alto en el trabajo para ver la procesión desde un andamio. Otros se colgaron de los postes de luz: para entonces, ya no había forma de quedar en primera fila. Algunos policías le pidieron a la gente que se ubique “arriba de la vereda”, pero no hubo caso. La marea humana se ubicó a ambos lados del lugar por donde debía pasar la procesión, casi fundiéndose en un abrazo.
En la esquina con Viamonte, un grupo de oficinistas había aprovechado la hora del almuerzo para acercarse a presenciar el cortejo. La ronda se abrió en sorpresa cuando apareció un conocido de la empresa.
–¿Y vos qué hacés acá? –lo increpó jocosamente una de las chicas.
–¿Qué tiene? –se justificó el hombre–. No estaba de acuerdo con algunas cosas, ¡pero era un ex presidente!
Mientras tanto, un anciano se refugiaba de la lluvia en una galería y se sorprendía por tamaña “demostración de afecto”. Vestido de riguroso traje gris, el hombre se preguntó en voz alta si la imagen no evocaba el día de la muerte de Perón. La persona a su lado no pudo responderle, porque sonaron numerosas sirenas, bocinazos y el sonido de uno de los helicópteros. El ruido se hizo cada vez más fuerte. La marcha había comenzado.
De entre la gente, y escoltado por media docena de policías motorizados, apareció el Volkswagen gris en el que viajaba la Presidenta. Más atrás, otro coche llevaba el cajón con el cuerpo de Kirchner. Alrededor de ambos autos se desplegó un fuerte operativo con cientos de efectivos a pie, mientras llovían miles de flores sobre los coches y los presentes se acercaban a los vehículos para tocarlos en señal de despedida.
Entre ellos apareció el ministro de Trabajo, Carlos Tomada, que con lágrimas en los ojos caminó al lado del cortejo mientras coreaba con la multitud “Néstor no se murió...”. Los trabajadores de su cartera, encabezados por Noemí Rial, bajaron de las oficinas del ministerio para saludar el paso del ex mandatario.
Cada uno procesaba a su manera lo que estaba viviendo. Hubo mujeres sollozando, familias que aplaudían y hombres que levantaron el brazo haciendo la V de la victoria. Tampoco faltaron cantitos contra el vicepresidente Julio Cobos ni consignas dedicadas a los medios opositores. “El que no salta es de Clarín”, vibraban los presentes. Este fervor militante convirtió al funeral en tal vez el último acto político de Néstor Kirchner.
De a poco, los vehículos se fueron abriendo paso en medio de empujones, aplausos, llantos y gritos. Unos sesenta policías rodeaban el centro de la caravana. Cerca de la esquina con Bartolomé Mitre se vivió una escena insólita: la Presidenta bajó del auto y retó a los policías, que forcejeaban con los manifestantes que intentaban acercarse. Luego volvió a subirse al asiento del acompañante y el cortejo siguió su rumbo.
Al llegar a la 9 de Julio, el coche oficial aligeró su marcha y varios militantes comenzaron a correr detrás de él, esquivando a quienes se habían apostado en el boulevard central. Inmune a los militantes que pasaban a su lado a toda velocidad, una señora mayor agitaba un pañuelo rosa y decía “Chau, chau...”. El tramo, con personas saliendo de todos los lados de la avenida, fue uno de los momentos más anárquicos de la recorrida.
“Venimos de Neuquén, de la Patagonia de Néstor, a rendirle a este líder el homenaje que se merece”, anunció Mabel, una señora “de muchos años de edad” –según su propia definición– que se ubicó a metros de la explanada del Malba. Igual de emocionada, su amiga Valentina contó que vino de Chile para despedir a Kirchner. “Adoro la Argentina y adoré a este presidente”, expresó.
La caravana dobló en Salguero y dejó atrás una estela de militantes que ya no podían seguirle el ritmo. En medio de la multitud, un auto particular que claramente no quería formar parte de la procesión tocaba bocina y su conductor pedía pasar. Algunos le gritaron “gorila”, pero un manifestante intercedió. Luego de abrirle paso, le explicó al resto su cálculo electoral: “Es parte de la clase media a la que podemos conquistar”. La carcajada fue general.
Las paredes del Carrefour de la zona estaban llenas de grafitti. “Nos diste dignidad”, leía uno. Sus autores fueron los trabajadores del supermercado, que al ver el coche fúnebre salieron a la calle con sus uniformes y lo despidieron con aplausos. Uno de los manifestantes, paraguas en mano, llegó caminando hasta esa parte. Flaco y de anteojos, se presentó como Martín, un ciudadano sueco. “Cuando Kirchner murió, sentí un dolor que me hizo dar cuenta cuánto nos había ilusionado. Por ahí uno lo criticaba, pero viéndolo ahora estaba claro que había encarado un rumbo”, dijo el hombre, que hace catorce años que vive en Argentina y que sintió “una profunda tristeza” por el repentino fallecimiento del santacruceño.
Luego de cinco kilómetros de recorrida, la llegada a Aeroparque tuvo algunos incidentes, cuando seguidores de Hugo Moyano intentaron entrar al sector militar del aeropuerto. La policía los dispersó con gases y el asunto no pasó a mayores.
Eran cerca de las tres de la tarde cuando el T 55 de la Fuerza Aérea con el ataúd de Kirchner partió rumbo a Río Gallegos. Al advertirlo, los distintos grupos se fueron dispersando bajo una lluvia cada vez más intensa. Pablo, un militante del MPR, emprendió la vuelta junto a sus hijos. “Los que estaban contentos hace dos días ahora se empiezan a preocupar porque vieron el tamaño de este apoyo”, sostuvo. “Acá hay muchísima gente suelta. Todos ellos se van a convertir en esperanza”, concluyó.
Informe:Federico Poore.
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