Sábado, 30 de octubre de 2010 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Washington Uranga
Entre los saldos que dejó el hecho político generado a raíz de los actos de despedida final de Néstor Kirchner uno que vale la pena resaltar es la consolidación definitiva de la inserción argentina en el escenario latinoamericano. Lula vino hasta Buenos Aires en medio del cierre de campaña. Lugo dejó de lado las recomendaciones de los médicos y decidió estar. Mujica subió a su avión a dirigentes de la oposición para expresar un mensaje colectivo de todo el pueblo oriental. Correa trajo como estandarte su gratitud por el respaldo ofrecido durante el reciente intento de golpe de Estado. Chávez recordó sus temores iniciales con Kirchner y la sólida amistad y alianza política construida después. Desde otra punta del arco político, Piñera y Santos tampoco quisieron estar ausentes. Con menos nivel de representación estuvieron sin embargo todos los países latinoamericanos. Todos, sin atenuantes, reconocieron el papel de la Argentina, de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández, en la consolidación del bloque regional y en la reconstrucción de una latinoamericanidad que se había extraviado en el caos de los golpes militares y la fragmentación neoliberal.
Argentina tiene hoy una política de Estado internacional que mira claramente hacia la consolidación regional. Podría decirse que por necesidad. Es verdad. Por necesidad de complementariedad, de sumar fuerzas, de unir las voces en bien del reclamo de derechos compartidos. También por convicción, porque las necesidades son previas, preexistentes y la decisión política, en cambio, puede identificarse claramente con la determinación del gobierno de Néstor Kirchner, y luego continuado por el de Cristina Fernández, de reforzar primero el Mercosur, luego Unasur y por esta vía la Patria Grande toda. Este también es un legado de Néstor Kirchner.
Uno de los aspectos más interesantes de esta vocación latinoamericana ha tenido también su reflejo fronteras adentro. Argentina ha sido y sigue siendo hasta hoy una tierra de inmigrantes. Primero fueron los europeos; después los de países limítrofes y latinoamericanos. Muchas veces los hermanos latinoamericanos se quejaron amargamente del trato que se les daba por estas tierras. La gestión Kirchner se encargó también de que los latinoamericanos de acá, los de la otra cuadra, los del barrio, comenzaran a sentirse parte de esta tierra, iguales en dignidad y derechos. Basta hablar con ellos: con los paraguayos, los bolivianos, los uruguayos, los chilenos, los peruanos... Esto más allá de la xenofobia cultural que todavía existe en muchos sectores de la sociedad, un tema que tiene que ser trabajado desde la conciencia política, la cultura y la educación.
Hoy los argentinos enarbolamos con orgullo –como no lo hicimos en mucho tiempo– nuestra condición de latinoamericanos. Y lo que seguramente es más importante: los hermanos latinoamericanos nos reconocen íntegra y genuinamente como tales. Otra bandera y un logro para rescatar, defender y profundizar.
La congoja y la solidaridad continental por la muerte de Néstor Kirchner han sido una muestra más de lo dicho. Enhorabuena.
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