Lunes, 11 de julio de 2011 | Hoy
EL PAíS › EL POLITICO QUE DETESTA LA POLITICA
Por Sandra Russo
“Hablemos de sexo. ¿Por qué nunca me preguntan sobre sexo?”, le dijo esta semana Mauricio Macri a un cronista de La Nación que le hacía una nota de color. Ese fue el título, bien colorido, que encaja a la perfección con la idea que tiene su asesor principal, Jaime Durán Barba, sobre la idea del “elector medio”: alguien más preocupado por el sexo que por la política.
No hay nada que a Macri le salga mejor que una nota de color. No hay entrevistado más dispuesto. Macri está convencido de que el color –la anécdota de Cacho y de María, los desaires que recibe de su padre, el falso bigote que casi lo asfixia en su fiesta de casamiento, la elección del nombre de su próxima hija– es lo que define el voto de “la gente”. No le ha ido mal creyéndolo.
En ese mar de dulzuras, pequeñeces, desayunos en familia, paseos en parques de diversiones, viajes a París, esas tonterías que nos alegran la vida, Mauricio Macri navega seguro de quién es y de lo que quiere. Aunque es incierto que a alguien le interese Macri hablando sobre sexo, él dice eso, además, por no decir lo que sí le dijo la incontinente de Susana Giménez cuando lo presentó en su programa hace diez días: “No te preocupes que de política no te voy a preguntar”.
Tenemos aquí una primera aproximación a Macri, que ya es Mauricio. Eso lo ha logrado y con creces: aunque la presidencia de la Nación se le hace esquiva, es joven y seguirá intentándolo mientras la causa en la que está procesado no le sea adversa. Se verá en la segunda vuelta si atrasa o adelanta, pero lo cierto es que es un político que detesta la política y que no habla de política, ni siquiera cuando realiza sus tradicionales promesas electorales. No apuesta a que le crean o no.
Un indicio de que a Macri no le importa que le crean es su elección de María Eugenia Vidal para vicejefa. La ministra de Desarrollo Social. Como si “lo social” representara en el mundo Macri algo más que una molestia, una jaqueca que hay tener bajo control, con todos esos desarrapados que la Justicia no le permitió seguir echando de las calles a patadas cuando le ensuciaban el espacio público. De esos sin techo no se ocupaba Vidal, porque a los sin techo no se los considera adentro de aquello que hay que “desarrollar”. Eran bultos en el espacio público.
A Vidal la eligió después de que ella se hiciera cargo de los micrófonos en diciembre, mientras duró la toma del Parque Indoamericano, y después de que durante el violento intento de desalojo del que participaron policías federales y metropolitanos fueran asesinados dos ocupantes del predio, Rosemarie Chura Puña y Bernardo Salgueiro. Vidal demostró el temple necesario para el nicho político que representa Macri: es el que habla de coraje para ser impopular. Todo el color se le acaba a Macri a la hora de los bifes. Ahí se corre la máscara de color y se ve nítidamente la mueca de la derecha.
Una de las promesas de esta campaña fue llegar a mediados del año que viene con turnos telefónicos en los hospitales públicos, “para que los vecinos dejen de tener que venir a pedirlos desde las tres de la mañana”, dijo, como si la ciudad la gobernara otro y como si para los turnos telefónicos también necesitara un desembolso del BID, la excusa de los kilómetros de subte que quedó debiendo. En la campaña del 2007 había prometido “atención vespertina en los hospitales públicos”. El tema le ronda: algo hay que decir sobre los hospitales, porque después de todo y hasta nuevo aviso, los pobres votan y algunos no son de Boca.
Mauricio Macri ya no es una promesa política como a mediados de los ‘90, cuando eligió y se pagó la puerta grande y popular de Boca Juniors. En aquella década, el poder político no le disputaba nada al poder económico. Todo marchaba de maravillas. Lo que pedían lo tenían. Lo que comenzó en apariencia como un reto familiar, el del hijo que debe superar al padre en otra arena, se fue convirtiendo en una necesidad específica de la derecha argentina. Macri ahora es la esperanza de una oposición cuyos partidos han ido diluyendo sus identidades de un modo tal que nadie podía prever. La alianza de Alfonsín y De Narváez expresa ese desconcierto de los viejos partidos, apelando a estos empresarios que promedian los 50 años y que son el relevo de un poder económico que debe hacerse cargo de sí mismo.
Desde que Mauricio Macri aspira a ser presidente de la Nación, su principal asesor es Durán Barba. Aunque una vez más debió quedarse a disputar el gobierno de la ciudad, hacen una dupla importante, que le debe resultar entretenida al ecuatoriano. Entre sus clientes del pasado figura el ex alcalde de Bogotá Antanas Mockus, de quien afirma que es “uno de los comunicadores políticos más grandes de los últimos tiempos”. En su campaña, Mockus posó desnudo en la pose de “El pensador” de Rodin.
Macri es caradura y tiene esa insolencia con todo el mundo típica del hijo del dueño. Sin embargo, las pocas veces que le hicieron preguntas en serio –Matías Martin, Gerardo Rozín, Gustavo Sylvestre, Chiche Gelblung, Andy Kustnezsoff, Mario Pergolini, entre otros–, a Macri también se le corrió la máscara. Cuando el que tiene enfrente no se ajusta a lo que ha practicado con sus asesores, es visible la irritación y el mal carácter. Macri no considera que le deba nada a nadie; ni siquiera una explicación. Esta vez ya no tiene chance de hablar de sus equipos técnicos trabajando para alumbrar grandes ideas. Ya no. Aun los que lo votaron saben que no hay equipos técnicos y que la gestión de Macri ha sido calamitosa. Aun los que lo votaron saben que está procesado por asociación ilícita y que la puesta en marcha de la Policía Metropolitana estuvo manchada con delitos. Lo confesó el Fino Palacios hace unos días, pero los grandes medios apenas lo comentaron o directamente lo ignoraron. Macri no habló de política ni debatió en esta campaña porque no le era necesario. Tenía a los grandes grupos mediáticos haciéndole el trabajo.
Macri se enamoró de una “negrita hechicera” –¿una nueva prueba de que no tiene nada contra los negros?–, se casó por tercera vez, dejó embarazada a su esposa para que dé a luz en octubre. Sobre esa nueva relación versaron las notas que le gustó dar.
Todo en Macri es máscara, de alegría de la barra alborotada, de empuje sobreactuado, de eficiencia fallida, de potencia política. Que hoy él aparezca como la figura opositora más potente de todas habla más de la endeblez de los otros que de sus propios méritos.
La pregunta principal que deja planteada Macri no lo tiene a él en el centro, sino a muchos que lo siguen viendo como una alternativa. Los que saben que Macri ha vetado ininterrumpidamente leyes que votó hasta su propio partido, los que mandan a sus hijos a escuelas privadas pero no porque sean ricos, sino porque la escuela pública no les sirve aunque sus impuestos se hayan cuadriplicado, los que tienen una empleada doméstica que vive en el conurbano pero detestan la “conurbanización” de esta ciudad, los que vieron florecer bicisendas y sombrillas cuando lo que faltan son estufas, gasas y tizas. Máscaras de una ciudad que es una máscara, enigmas de una clase media que se azota a sí misma mientras Mauricio se divierte en el pelotero y se apendeja hasta hacer de Buenos Aires una mala copia de Rebelde Way.
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