Viernes, 2 de septiembre de 2011 | Hoy
EL PAíS › VECINOS Y AMIGOS DE LA CHICA ASESINADA RECORRIERON VILLA TESEI
La convocatoria fue para exigir que se esclarezca el caso. La marcha pasó frente a la comisaría y el subjefe de la Bonaerense intentó hablar con la gente. Pero no pudo: un grupo de jóvenes lo escupió, tiró huevos y rompió algún vidrio de la seccional.
Por Emilio Ruchansky
La primera marcha después del asesinato de Candela Rodríguez no fue tan nutrida como las anteriores y tuvo un nuevo rumbo: la comisaría segunda de Villa Tesei, en el partido de Hurlingham. Comenzó en la plaza central, sin la presencia de los compañeros del colegio de la niña –al parecer por pedido de la madre–, y fue sumando adeptos a lo largo de las avenidas Roca, Jauretche y Vergara. Cuando anochecía, alrededor de mil personas se concentraron en la comisaría y pidieron justicia. Un grupo encabezado por el médico Hipólito Gutiérrez y otros vecinos pidió a Hugo Matzkin, subjefe de la policía bonaerense que hablara ante la multitud. Fue escupido, agredido e insultado por varios jóvenes. “Quiero contestarle a la gente, pero no creo que en este estado me puedan escuchar”, dijo antes de irse.
En la cabecera de la manifestación, hubo un debate por la supuesta decisión de Carola Labrador, madre de Candela, de pedir a las autoridades del colegio que la institución no marchara, como una forma de respetar el duelo familiar. Claudio Campisi, del colegio EEST 2, comentó a este diario la novedad y opinó: “Aunque ahora que sabemos que esta historia es oscura, no tenemos que dejar de pedir justicia, no tenemos que sentirnos usados”. Detrás, una señora le aclaró lo que ella pensaba: “Hay que respetar el dolor de la madre”.
Campisi no llegó a responder porque otra señora, llamada Marina, cortó en seco la discusión: “Más que la madre o el padre, a mí me importa lo que le hicieron a esa nena, lo que sufrió. No importa si fue un vuelto, como dicen. Candela no tiene la culpa de lo que pudieron haber hecho los padres”. Mientras tanto, la columna de la marcha iba tomando forma sin los compañeros de la niña y sus docentes. Dos grandotes trajeron la bandera que usaron en otras marchas, pero remendada. “Con los hijos no, devuelvan a Candela”, decía el original, que tenía inscripta la palabra “justicia” sobre el verbo “devuelvan”.
Sin los bombos porque “los muchachos trabajan de aguateros y no pueden venir”, aclaró alguien, la multitud partió en medio de un aplauso general. Para no molestar a Labrador y sus familiares, se decidió sobre la hora no ir a esa casa y rumbear a la comisaría. Fueron muchas familias, madres que empujaban su carrito y una gran cantidad de jóvenes. Los comerciantes de la céntrica avenida Cruz miraban con los brazos cruzados o las manos en los bolsillos o detrás de la cintura; muy pocos aplaudían. En el camino, primó más el cántico en reclamo de “justicia”, que el de “seguridad”. En un momento se vitoreó: “¡Queremos claridad!”.
De a poco, a las 300 personas que marchaban inicialmente se le fueron sumando más. Muchos eran jóvenes. Iban en bicicleta o en moto y tocaban bocina. El sonido atrajo a los perros que se mezclaron y se impusieron a con la fuerza de sus ladridos. En la esquina de la avenida Jauretche y De Bu-ssi, una anciana acompañaba emocionada con sus palmas. “Tengo 88 años y crecí acá, cuando había un solo colectivo, la línea 1. Ojalá se sume más gente a la marcha para que se resuelva esto”, decía Alicia Giménez sin perder su tierna sonrisa. Al rato pedía pena de muerte para los culpables: “Si están presos, comen de arriba, salen y encima vuelven a matar”.
Ya anochecía, cuando la manifestación paró frente a la funeraria Lizardo y hubo un minuto de silencio. Desde las 8 hasta las 14, allí fueron velados los restos de la niña desaparecida el 22 de agosto y asesinada luego. Silvia, la serena de la funeraria, contaba que el velatorio, al que concurrió hasta el boxeador Jorge “el Roña” Castro, fue abierto al público, con cajón cerrado, y había tanta gente “que cortaron la avenida cuando salió el coche fúnebre”. Además de los familiares, fueron muchos de los compañeros de Candela con sus padres. La escena, reconoció, era estremecedora.
En una gomería de la avenida Vergara, un matrimonio discutía sobre participar o no de la marcha. En un arranque, la mujer confrontó a su marido, que estaba a punto de sumarse: “La casa de ellos es usurpada, el padre es un chorro, la madre es cómplice, todos narcos. Y vos todavía querés ir a reclamar”. El hombre bajó la cabeza y miró al mecánico buscando alguna señal de complicidad que nunca llegó. La marcha continuaba con un nuevo canto: “Juicio y castigo”.
Al llegar a la comisaría, tres alumnos del colegio EEST 2, dos vecinas y el doctor Hipólito Gutiérrez, que también es integrante de una asociación médica, ingresaron a la comisaría “para pedir que salgan a contar en qué está la investigación”, comentó el médico. Luego de 10 minutos, en los que el comisario Matzkin les explicó que no podía dar detalles del caso, el grupo salió de la comisaría y Gutiérrez fue hasta la calle, donde estaban apostada la prensa, y anunció que el subjefe de la policía Bonaerense estaba dispuesto a hablar con los vecinos.
Matzkin salió envalentonado, seguido por dos colaboradores. No hizo quince metros que ya volaban los escupitajos, pero no se detuvo. Detrás, un grupo de jóvenes empujaba para ganar espacio con la intención de agredirlo. El comisario insistió y trató de hablarle a una multitud que en un momento coreó: “¡Asesino! ¡asesino!”. Tres agentes de civil salieron a socorrerlo, pasados 10 minutos, cuando ya caían piedras sobre el frente de la comisaría. Enfurecidos, los pibes patearon y rompieron una ventana de la seccional al grito de “que se vayan todos, que no quede ni uno solo”. Entonces salió la Infantería. Más tarde, los calmaron unas señoras que pidieron más respeto: “No hagan pendejadas”.
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