Viernes, 14 de octubre de 2011 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Martín Granovsky
El silencio colectivo que se impusieron los gobiernos de la Argentina y Uruguay fue estridente. Por eso se destacó la declaración de la senadora del Frente Amplio Lucía Topolansky –esposa, además, del presidente Pepe Mujica– cuando dijo que las opiniones de Tabaré Vázquez habían sido “infelices”. Topolansky dijo estar segura de que los recuerdos de Vázquez sobre preparativos bélicos en tiempos del corte de Gualeguaychú no afectarán las buenas relaciones con la Argentina. Quedó así en línea con el propio ex presidente, quien dijo que sus afirmaciones habían sido “inoportunas”, mientras anunciaba su retiro de la política pública.
Es imposible saber todavía si Vázquez quiso desatar un Operativo Clamor para que los frenteamplistas terminen pidiéndole que retire la renuncia. Si no lo calculó pero el Operativo Clamor se montará de hecho. O si fue una despedida tras el sincericidio cometido delante de unos estudiantes secundarios.
En todo caso el silencio de los dos gobiernos fue piadoso ante la parte más sorprendente de sus declaraciones, cuando Tabaré reveló que el gobierno uruguayo había tratado el tema con George Bush y la secretaria de Estado Condoleezza Rice.
Uno de los que oficiaban de canal con sectores clave de los Estados Unidos era Jorge Lepra. El número dos de la embajada norteamericana en Uruguay, James Nealon, escribió en un despacho revelado por Wikileaks que en febrero de 2006 el entonces ministro de Industria le dijo que “cuando un hermano le pega una cachetada al otro hermano en la cara, se necesita un tío mayor para que ponga fin al asunto”. Y agregó: “Quedamos un poco sorprendidos ante sus duros comentarios sobre el gobierno justicialista de Argentina, el cual consideró ser más ‘camisas pardas’ (fascistas) que de izquierda”.
Lepra, que no pertenecía al Frente Amplio, también fue embajador de Vázquez en Francia. En 2010, cuando asumió, Mujica no lo retuvo en el gobierno.
Directivo de la petrolera norteamericana Texaco para Uruguay y la Argentina en 1992 y 1993, Lepra también integró el Consejo Superior de la Universidad Católica del Uruguay. Vázquez vetó en 2008 la despenalización del aborto aprobada por el Parlamento uruguayo, un tema que en el Congreso argentino está en etapa de audiencias de consulta.
Hoy Lepra es gerente general de la línea aérea Pluna, con 25 por ciento de capital estatal.
Político con capacidad de construcción a varias puntas, lo cual le permitió ser el primer intendente frenteamplista de Montevideo en 1989 y en 2005 en asumir como el primer presidente por el Frente Amplio, Tabaré cuenta con una ramificación amplia de contactos en el sector privado.
Si Lepra fue un modo de acercarse al tío mayor –o un modo elegido por el tío mayor de acercarse a Vázquez, cosa no descartable–, uno de sus hombres de confianza en la consultoría política se llama Esteban Valenti.
El publicitario está en problemas porque es asesor de Hermes Binner y justo la semana pasada, en plena campaña electoral, Vázquez participó de un encuentro del Frente Amplio Progresista. Ese tipo de contactos es normal entre políticos de distintos países, incluso bajo la forma de apoyo disimulado en campaña. Vázquez y Binner, además, son socialistas. Es menos frecuente, en cambio, que un ex presidente participe de un acto en otro país cuando su propia fuerza y el presidente actual tienen relaciones estrechas con la fuerza gobernante, en este caso el kirchnerismo. El Partido de los Trabajadores también tiene buenas relaciones con el Partido Socialista y con miembros del FAP. Pero Luiz Inácio Lula da Silva dijo que si fuera argentino votaría por Cristina Kirchner y se abstuvo de viajar a Buenos Aires para un encuentro fapista.
Valenti dijo ayer a Radio Carve de Uruguay que las declaraciones de Vázquez “no ayudan al país ni a sus relaciones” y agregó que “hay que ser un enano” para pensar que le sirven al FAP. “Tampoco ayudan a la campaña de Binner”, dijo. “Me preocupa que tenga efectos negativos.”
La única explicación parece ser el disgusto de Vázquez con el kirchnerismo, un disgusto que si no prescribió suena anacrónico por la superación de la crisis de Gualeguaychú y la simpatía ostensible entre Mujica y Cristina Fernández de Kirchner, entre sus fuerzas políticas y entre las naciones que presiden.
“Yo quiero morir conmigo,/ sin confesión y sin Dios”, escribió en 1930 Antonio Miguel Podestá y cantó Carlos Gardel. “Crucificao en mis penas/ como abrazao a un rencor.”
No parece el proyecto de una persona que se convirtió en uno de los principales médicos del Uruguay, fue dirigente futbolístico, intendente, presidente y, hasta los últimos días, probable candidato a presidente para las elecciones del 2014. Pero en la vida nunca se sabe. Y en política tampoco.
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