Domingo, 20 de noviembre de 2011 | Hoy
EL PAíS › OPINION
El gabinete de CFK en 2007 y el que vendrá, circunstancias distintas. La Presidenta decidirá, sin deudas. Diputados, a todo vapor. Ministros que se van o que quedan. El sentido común, una idea de continuidad. Calma en los que están, no tanto en los que esperan. Y algo sobre mandatos republicanos.
Por Mario Wainfeld
A esta fecha, en 2007, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner ya había nombrado a los ministros de su primer gabinete. Aunque las hubo, las novedades con relación al último equipo que acompañó al ex presidente Néstor Kirchner fueron pocas: la continuidad prevaleció sobre el cambio. Según la información disponible, entonces era distinta la idea primigenia pero, a la hora de la verdad, fue determinante el mapa electoral. El Frente para la Victoria (FpV) ganó con margen en la general aunque quedó rezagado en provincias importantes y en grandes centros urbanos. El perfil “peronista” del voto propio (clases populares, “interior profundo”, Patagonia, conurbano) quizá signó el diseño.
Los aliados de la Concertación Plural, los correligionarios de provincias, que aportaron a la cosecha de Cristina, fueron desairados en el reparto: les tocó entre poco y nada. Perdido en el desván de la memoria, ése fue un desaire inaugural para, entre otros, el vicepresidente Julio Cobos que, colmo de males, también vio sucumbir a la Concertación contra el FpV en su Mendoza.
Una diferencia con ese trance: en 2011 la Presidenta no tiene, ni en teoría, que “garpar” a ningún sector. El aluvión de votos de octubre le pertenece, en términos políticos. El escalonamiento de las elecciones a gobernador, el sesgo propio que les imprimió a las listas fueron apuestas muy fuertes (heterodoxas respecto del canon político tradicional), que rindieron jugosos dividendos. Se acepta unánimemente que ni el movimiento obrero, ni los “gobernas”, ni grupos internos como La Cámpora motorizaron el veredicto popular.
El kirchnerismo es, atávicamente, decisionista y poco afecto a conceder o a dividir el poder. En esta ocasión, tiene sobrados motivos para confirmar su praxis. “Ella” decidirá y, como es de rigor, no socializa sus pareceres hasta que llegue el momento. Poco o nada se sabe hasta entonces, lo que queda es mirar y especular. La percepción extendida es la continuidad, en otro escenario y ante otro horizonte.
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Tras los muros, sordos ruidos: En el Congreso hay mucho movimiento, gentes que vienen y gentes que van. Los opositores se retiran cabizbajos, con contadas excepciones, tal el caso del diputado radical Ramón Mestre que trasborda a la intendencia de la capital cordobesa y pisa fuerte en la (poco calma, según la crónica de estos días) interna radical. Los oficialistas que ahuecan el ala se llevan la satisfacción de haber laburado fuerte en los dos primeros años de superioridad en el recinto y aguantado los trapos en los dos últimos de vacas flacas. Los entrantes se aprestan para una etapa de bonanza, que puede durar cuatro años. El régimen constitucional argentino contiene una rareza que es la renovación parcial de las Cámaras cada dos años. Así las cosas, en 2013 el FpV renovará las bancas correspondientes a su floja performance de 2009. O sea, con sacar el 35 por ciento de los votos (lo que sería un bajón por muchos motivos) conservaría su fuerza actual.
En las dos Cámaras, en la Baja especialmente, se trabaja para un diciembre a todo trapo. Agustín Rossi se apura a conformar las comisiones imprescindibles para tratar el paquete de leyes que ya están entradas o que llegarán. El Chivo Rossi les pidió a sus flamantes compañeros de bancada que pusieran por escrito qué comisiones desean integrar, en orden de preferencia. El grupo de diputados de La Cámpora presentó una nota única referida a todos sus miembros. Un gesto acerca de su organicidad, un modo de entrar al Congreso. La palabra final la tendrá Cristina Kirchner, quien dialoga asiduamente con Pichetto y Rossi, como si siguieran en el ejercicio de la presidencia de los bloques. Explícitamente, no se ha expedido aún.
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Bonaerenses y algo más: Convengamos que tales movidas no conmueven en las tertulias de café, que sólo motivan a los iniciados y obsesionan a los participantes. Da hasta para hacer apuestas, el cronista es afecto a ellas, sólo en riguroso off the record. Por escrito vale consignar que hay mucha timba acerca del futuro inmediato de dos ministros cabezas de lista recién elegidos. En general, se da por consumado que el jefe de Gabinete Aníbal Fernández se mudará de la Casa Rosada. Las mayores timbas se refieren a si será vicepresidente primero del Senado o si deberá conformarse con la muy importante presidencia de la Comisión de Asuntos Constitucionales. La pizarra de los pálpitos consagra más la segunda perspectiva. De nuevo y por última vez, aunque vale para el resto de esta columna: los que apuestan son los que no saben ni deciden, aunque ocupen cargos de postín.
Si “Aníbal” no presidiera el cuerpo, cunde una intuición: el puesto será para una mujer, que quedaría entonces segunda en la línea de sucesión presidencial. La Presidenta lo insinuó en conversaciones con pocos.
Respecto de Julián Domínguez, las “pollas” arrojan presagios más parejos. Hay quien supone que asumirá en Diputados y presidirá la Cámara. Hay quien cree que se colmarán sus deseos y será revalidado como ministro de Agricultura. Domínguez anhela seguir allí, tras una encomiable gestión. Su segundo objetivo es un clásico, la (ya viejita) madre de todas las batallas: “la provincia”. Viene “armando” una línea interna, desde poco antes del fallecimiento del ex presidente Néstor Kirchner, en aras de destronar (o suceder, vaya a saberse) al amiantado gobernador Daniel Scioli. Gabriel Mariotto piensa parecido a Domínguez: él también quiere llegar a La Plata con la bandera del FpV. Su base de apoyo es la vicegobernación, exigida por la Presidenta a “Daniel”. El kirchnerismo tomó firmes posiciones en el Legislativo de la provincia, como jamás lo había hecho antes.
Scioli conservó el manejo de los nombres de su gabinete, que (se da por consumado) conservará a Cristina Alvarez Rodríguez, quien renunciaría a la banca que ganó hace menos de un mes. Paradojas te da la vida, el beneficiario de ese regreso sería el partido de Martín Sabbatella (que confrontó con Scioli en las elecciones): en reemplazo de Alvarez Rodríguez entraría su compañero Gastón Arispe.
Mariotto y Domínguez están inscriptos, prematuramente, en una carrera de fondo. Distintas son sus plataformas de lanzamiento, también sus perfiles. Mariotto revista en los sectores progresistas del peronismo y es bien conurbano. Domínguez es oriundo del interior provincial, en el que el justicialismo tiene un tinte conservador popular. Mucho más parecido al ministro del Interior, Florencio Randazzo, que al ex paladín de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual.
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Mayormente tranquis: Si las internas son bravías qué no decir de las “internas de las internas”. Randazzo surge de la misma cantera que Domínguez y enfilan hacia el mismo cetro. Su disputa es en tono quedo, porque así lo impone la Presidenta. Pero no deja de ser firme, jamás se pierden de vista. Los dos rivales atraviesan un buen momento con la conducción.
“Florencio” en el corto plazo (que es el único que importa según el compañero Keynes) aspira a ascender derivando a la Jefatura de Gabinete. Los corrillos de Palacio le asignan buenas chances y muchos de sus pares lo consideran merecedor del aventón hacia arriba.
En los demás ministerios se respira tranquilidad, comenta un confidente del cronista que conoce los pasillos y los cortinados de la Casa Rosada y zonas de influencia. “Los que quieren seguir están cada vez más serenos. Los que quieren entrar, cada día más nerviosos.” En este cuadro general se inscriben incluso ministros de desempeño gris, como el de Justicia, Julio Alak, o el de Salud, Juan Manzur.
El blog Artepolítica, que congrega en general a jóvenes kirchneristas con buen nivel académico e informados, ávidos lectores de los medios, lanza una (más aburrida y menos generosa en los premios) variante del Gran DT: apostar a quiénes serán los ministros, qué carteras nuevas se crearán (si las hay) y quiénes las ocuparán. La propuesta incluye un sofisticado sistema de asignación de puntos según la magnitud de los aciertos. Hablamos de un colectivo politizado, hiperinformado, afín al oficialismo. El sábado al mediodía, cuando se escribe esta columna, hay 180 comentarios. Como es usual en estos formatos, algunos son bromas o chicanas. En la gran cantidad de apuestas estrictas es hegemónica la idea de pocas variantes. Y muy acotado el abanico de novedades, centrado en ex funcionarios, segundos de funcionarios salientes en la escala jerárquica o ex ministros retornados.
La traducción del cronista, machacona, es que se atisba poca renovación y que el elenco de ministeriables “instalados” es, para una fuerza que lleva ocho exitosos años de gestión, notoriamente corto.
La calma en el equipo se conjuga con mil chismes y más preguntas. Protagonistas de primer nivel concuerdan: “A mí no me dijo nada”. No se perciben en jaque, tampoco se dan por ratificados.
En los mentideros se registra el gran protagonismo del ministro Julio De Vido y el híper secretario Guillermo Moreno en las últimas semanas. Fuerte presencia, acciones determinantes. Se toma nota, se razona en consecuencia, nadie sabe.
Sólo un habitué de la Casa Rosada se da por seguro, claro que lo hace con sorna, habilitando la doble interpretación. Cuando se lo inquiere “¿seguís?” Juan Carlos Mazzón se excluye de la calesita que sigue girando. El Chueco, operador de cuanta variante del peronismo haya gobernado (y van...), aclara: “Yo no necesito nombramiento, soy planta permanente”. Y tras reír, espera confiado, como tantos.
Eso sí, nadie alardea ni se pavonea. Dos proverbios del tosco ingenio periodístico-político lo aconsejan: “El que se mueve no sale en la foto” y “en el kirchnerismo, si sonás (para ser nombrado), sonaste”.
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El TEG y el mundo real: La Presidenta ejerce un fuerte poder institucional, ganado en buena lid. Hace uno o dos años se discutían su legitimidad de ejercicio, sus perspectivas futuras, la propia existencia del kirchnerismo. Las urnas ordenaron el tablero.
El mandato republicano es complejo en concepto y difícil de entender. Cristina Kirchner representa a todos los argentinos, los que la votaron y los que prefirieron alternativas. Pero tiene un lazo particular con quienes la apoyaron. Una magnitud inédita de argentinos, de toda la escala social, distribuida en toda la geografía nacional, transversal en pertenencias políticas y creencias. A todos les importa poco, en sustancia, que la mandataria haga buen pie en el Congreso Nacional y en la Legislatura bonaerense. O que tenga manos libres para designar a su equipo de colaboradores. Ese TEG es un indicio interesante, un móvil para las polémicas entre los iniciados, tal vez señales a factores de poder o aliados.
Pero lo que motiva a las mayorías es la defensa de sus intereses, materiales o simbólicos. De los derechos de mayorías y minorías. Del modelo de sociedad en que se desenvuelven. Del crecimiento y la nivelación social, para decenas de millones. Por esas variables será juzgada la Presidenta en el día a día y en las elecciones que signarán su continuidad personal o la de su proyecto político. Los votos no son cheques en blanco ni delegación total ni renuncia a los intereses. Trasuntan esperanzas y demandas. La experiencia nacional previa y la internacional de la coyuntura prueba cuán fácil se disipan las esperanzas (y los apoyos) cuando no se satisfacen las demandas. Por entenderlo y ponerlo en acto el kirchnerismo persistió y está donde está. De mantenerlo depende su futuro.
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