Domingo, 18 de diciembre de 2011 | Hoy
La relación entre la CGT y el Gobierno, el punto de inflexión. Una recorrida por este año, entre el exhorto suizo y los actos de Moyano. El poder político, dos miradas. Las diferencias materiales, regulares y zanjables. La escalada verbal y las réplicas. Un futuro arduo.
Por Mario Wainfeld
En derredor de Hugo Moyano se suele describir que “todo se empezó a pudrir” con el fallecimiento del ex presidente Néstor Kirchner. Le atribuyen a la actual mandataria Cristina Fernández de Kirchner otra ideología y otro trato respecto del movimiento obrero. En espejo, hay en Palacio quien maquina que una hipotética discusión de Kirchner con “Hugo” pocas horas antes de morir marcó un quiebre en la valoración de “Cristina” sobre su aliado estratégico.
En la percepción del cronista, el punto de inflexión fue otro. Ocurrió en marzo, cuando llegó un exhorto desde Suiza requiriendo información judicial sobre Moyano. La Cancillería dio curso al pedido, bastante aventurado y carente de los recaudos legales mínimos. Fue un error de procedimiento, una tortuga que se le escapó a “la Casa”. En la CGT leyeron una conjura tendiente a llevar al Secretario General al banquillo de los acusados. La sospecha incitó a la retaliación: se anunció un paro de camioneros, con movilización a la Plaza de Mayo a contados meses de los comicios. Una reacción desmedida, desestabilizadora, acaso pasional en parte.
Las tratativas fueron febriles, el paro de desactivó, in extremis. Desde entonces una doble suspicacia se realimenta: en el Gobierno creen que Moyano le disputa el poder político a la Presidenta y tiene ansias de romper para cruzarse a la vereda de enfrente. En el otro rincón, creen que el Gobierno no ve con malos ojos (si es que no incita) el avance de investigaciones contra “El Negro”. En aquel entonces, veían como arietes de esa ofensiva al canciller Héctor Timerman (confirmado en su cargo días atrás) y a Juan Manuel Abal Medina (quien ascendió de secretario de Medios a jefe de Gabinete). Las designaciones flamantes atizan las suspicacias y la interpretación persecutoria.
Los recelos subsisten, las declaraciones y discursos echan leña al fuego. La relación estratégica (que fue funcional a la clase trabajadora, al Gobierno y a la CGT) atraviesa su peor momento.
Cuando se comentó aquel episodio del exhorto y del “paro que no fue” en esta columna se señaló que los reproches de los gremialistas se nutrían en hechos previos. Textualmente: “Las obras sociales, no aumentar el mínimo no imponible, darnos poco bola, el acto de Huracán, la persecución judicial”. O sea, se quejaban porque, a su ver, el Gobierno “pisa” remesas de las Obras Sociales, poniendo en bretes sobre todo a las más chicas, por la eminencia concedida a CFK a sectores juveniles (La Cámpora), la cantidad de trabajadores que deben pagar Impuesto a las Ganancias. Esto es, la misma agenda de estos días. Eso pasó en marzo.
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Marchando juntos: A fines de abril, Moyano congregó un acto en la avenida 9 de Julio. Fue el único orador, ante una manifestación machaza. Su núcleo discursivo fue el apoyo a la candidatura de la Presidenta, justificado en una minuciosa recorrida de los logros y avances sucedidos desde 2003. El referente de La Cámpora, Andrés Larroque, estaba en el palco junto a Pablo Moyano. El ministro Julio De Vido y el gobernador Daniel Scioli ladearon al orador.
El discurso enalteció a Kirchner y a la Presidenta pero, bien mirado, fue mucho más afectuoso con el ex presidente y más distante, diríase institucional, con la candidata a la reelección.
No fueron todas rosas para el kirchnerismo: se pasaron un par de facturas vinculadas a la lucha contra el menemismo y la dictadura, diferenciando a Moyano de muchos dirigentes políticos a quienes no se identificó con pelos y señales pero que podían aludir al propio elenco del Gobierno.
Se escenificó un alineamiento muy fuerte, en el que no faltaron aspectos diferenciadores y críticas. Para el oficialismo fue más que satisfactorio. Por entonces lo preocupaba el paro de petroleros en Santa Cruz con acciones directas que valoraba como desmedidas y abusivas.
En el devenir, la convención colectiva de los Camioneros pactó cifras globales bastante similares a las que pretendía la Casa Rosada. Y el exhorto fue rechazado por el juez Norberto Oyarbide, retornó a la neutral Suiza y sigue dando vueltas por ahí.
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La conducción y las listas: La campaña y la integración de las listas fueron otro eje de disputa. La Presidenta, escaldada por las deserciones de legisladores en el conflicto por las retenciones móviles, las diseñó priorizando la confianza por sobre los reclamos de los aliados. Usó la lapicera para resaltar su liderazgo político, también buscaba demostrar que no debería votos a nadie, que no necesitaba conformar a la fuerza propia para ser reelegida.
Más de una vez, Moyano hizo pública la demanda de puestos preferentes en las boletas e insinuó la pretensión de un candidato a vice afín. La repercusión del planteo en el diseño presidencial osciló entre nula y contraproducente.
Cristina Kirchner no admite que se le discuta su liderazgo, ése es un punto innegociable que Moyano no suele contemplar. La renuncia al PJ (que es una “cáscara vacía” desde siempre, mayormente) amaga con la formación de otro partido o con la procura de alianzas con otra dirigencia peronista. Parece un afán con magra virtualidad. La fuerza de Moyano como representante de los trabajadores no tiene un factible correlato político. Su aceptación en la sociedad civil es baja. El propio estilo del jefe de los camioneros ahonda la tendencia: jamás se ha preocupado por su imagen ante la ciudadanía en general, más bien al revés. La exaltación de Juan José Zanola sólo interpela a la cúpula sindical, es fantasioso imaginar simpatías masivas para un dirigente cuya reputación (merecidamente) está por el piso.
Aun sus compañeros del MTA y quienes lo avalan en estas horas distinguen las reivindicaciones de la CGT del eventual “pase a la política”. Hasta ahí no llegamos, le confiaron algunos de sus aliados más firmes.
Al poner en entredicho, así fuera con fintas, la conducción política y adelantar (muy prematuramente) el escenario de 2015, Moyano propone ejes de discusión que son –y seguirán siendo– rechazados de plano, con toda razón y lógica, por la Presidenta.
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Hechos y palabras: En el rush parlamentario de estos días se delegará a la Presidenta la fijación de alícuotas del mínimo no imponible de Ganancias, entre otras facultades. Será retocado, más pronto que tarde, mejorando el bolsillo de los laburantes aunque sin complacer plenamente la demanda de la CGT. También se elevará, todo lo indica, el techo salarial para recibir asignaciones familiares (otra demanda recurrente de los sindicatos).
En ambos casos, la solución será similar a la obrada en otras contingencias. Toda negociación es un regateo en el que se pide “de máxima” tirando de la cuerda lo más posible y asumiendo que el primer reclamo no suele colar del todo. En otros momentos, las definiciones materiales servirían de bálsamo a las tensiones, inherentes a la puja distributiva. Tal vez no alcancen en la coyuntura, en la que priman el malestar mutuo y el enojo. Las palabras, las declaraciones azuzan el distanciamiento. No se han visto medidas que sean proporcionales a la escalada.
Pero las palabras, cuando inciden en las percepciones o acciones de los protagonistas, también son hechos.
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Discursos cruzados: La magra cuota de candidatos afines a la CGT fue un hito. El criterio presidencial es indiscutible, tal vez no lo sean las dosis con que se aplicó. Un par de diputados sindicales más no alteraba el principio de autoridad y, quién le dice, hubiera aquietado las aguas, “garpando” mejor el apoyo de tantos años.
El clima de bronca de la conducción cegetista se acentuó con varios discursos de la Presidenta, posiblemente más por el sentido simbólico que por su contenido práctico. En el cónclave de la Unión Industrial Argentina, Cristina Kirchner enunció que está en contra de legislar la participación obrera en las ganancias de las empresas. Se trata de una conquista incorporada a la Constitución, relegada desde 1957 pero vigente como derecho. La propuesta oficial es endeble legalmente: si está en la Constitución debe legislarse. La CGT estaba hiperurgida: no esperaba que se votara en este año pero recibió con malestar su archivo a futuro. El ámbito en que se hizo el anuncio contribuyó a la mala onda.
Tampoco fue feliz, a los ojos de este cronista, la alusión presidencial a la “industria del juicio” (por accidentes de trabajo) pronunciada en otro encuentro empresario. La citada frase es un lugar común patronal, que simplifica malamente el problema de la siniestralidad laboral. Este escriba fue abogado laboralista y no tiene por qué endiosar ninguna actividad ni negar que pueden existir abusos. Pero la litigiosidad excesiva no es núcleo problemático de los accidentes laborales, consecuencia casi siempre de la sobreexplotación capitalista y el desapego empresario por sus deberes y el cumplimiento de las normas. La cantidad de accidentes mortales evitables es una cruel realidad tanto como la existencia de miles de laburantes que pagan con su cuerpo y salud la floja normativa, violada por añadidura. El sistema de las Aseguradoras de Riesgos del Trabajo se legisló bajo el canon noventista. La actual Corte Suprema declaró la inconstitucionalidad de varios de sus artículos. Desde entonces, hace años, el Gobierno se abocó a una reforma consensuada no concretada, en buena medida, por los vetos patronales. El mensaje de la Presidenta, sustentado en su enorme legitimidad, podría en mala hora ser recogido por jueces laborales y aun por la Corte Suprema, cuyo desempeño en materia laboral y frente a las corporaciones no es el mejor.
De cualquier forma, no fue esa incursión la más irritante para Moyano. Las gotas que colmaron su vaso fueron las omisiones y menciones del discurso ante la Asamblea Legislativa. No hubo (y bien podía haber) alguna mención a la cooperación de los sindicatos en la recuperación de la economía. Y resonaron las palabras “extorsión” y “chantaje”, que Moyano replicó en Huracán.
Moyano prefirió no estar en Diputados, gesto del que se tomó nota en el Gobierno. En un acto masivo en Huracán, fustigó varias veces al oficialismo. Blandió el peronómetro, ironizó sobre los “chicos bien”, informó que se va del PJ. Demasiados desafíos para un gobierno que no los recibe bien. Uno de los contados Secretarios Generales que lo acompañó en el palco, una paloma en un conjunto halconizado, rescata dos límites de la invectiva: no se nombró a la Presidenta frente al micrófono, no hubo consignas contra ella desde la tribuna. Es cierto, pero toda la escena fue confrontativa. “Hugo explica que no quiere romper pero tampoco se va a callar la boca”, chimentan a su lado. Sería un posicionamiento digno y sensato a la vez. No sonó así el discurso. Sí las palabras del diputado Facundo Moyano, uno de los emisores más razonables en la semana que pasó.
Moyano y su gente sistematizan la historia: hay un “antes” con Kirchner y un “hoy” de aislamiento. En esa clave responden sus allegados cuando este diario pregunta si no conservan los habituales interlocutores en el Ejecutivo. “Hablamos con (los ministros) Tomada y De Vido o con (los secretarios) Icazuriaga y Zannini. Pero antes negociábamos, transmitían lo que decíamos. Ahora, son mensajeros: nos transmiten decisiones o críticas, cada vez más duras.”
Para la Casa Rosada nada mitiga el cuestionamiento global, la puesta en cuestión de la identidad política, empiojar el escenario “justo ahora”.
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Pasado, presente, ¿futuro?: El compañero Jorge Luis Borges comentó, tiempo ha, que la historia ama las repeticiones y ciertas simetrías. “La batalla del exhorto” se libró en la misma semana en la que el Frente para la Victoria ganó la gobernación de Catamarca, augurando su seguidilla triunfal en las urnas. El conflicto actual crece a horas de la asunción presidencial y es la peor nueva para el proyecto kirchnerista desde agosto, por la parte baja.
Desde 2003 transcurre una etapa de mejoras para la clase trabajadora, en especial para los laburantes formalizados. La distribución en el ingreso mejoró sensiblemente también el poder de los gremios y de los empleados dentro de las empresas. Se crearon millones de puestos de trabajo y bajó (todavía a niveles malos para la tradición argentina) el nivel de trabajo informal. Todo eso en el marco de una institucionalidad meritoria (que se reseña en recuadro aparte). El poder político del Gobierno y el sindical de Hugo Moyano crecieron por vías paralelas, que se retroalimentan. Luce prematura, por decir lo menos, una división de aguas ahora. Queda mucho por hacerse, en un contorno internacional que augura tiempos difíciles. No tan malos como los vividos apenas ayer pero sí lo bastante exigentes como para necesitar las viejas herramientas y otras novedosas.
Nadie puede creer que el oficialismo piensa hacer recaer el peso de la crisis (o de la desaceleración por la parte baja) sobre las espaldas de los trabajadores. Pero tampoco es sensato imaginar que sin el apoyo orgánico del gremialismo pueden afrontarse cambios imprescindibles.
Por añadidura, quedan deudas que, de alguna manera, interpelan al kirchnerismo y a la CGT. Una reforma a fondo en el sistema de salud y un aggiornamento del sistema de asociaciones profesionales, que hace agua por varios lados.
Toda la impresión del cronista es que la escalada de estos días es prematura y excesiva. Lo que no quiere decir que sea sencillo (o quién sabe, aún factible) bajar los decibeles, tender puentes, armar una operativa instancia de negociación. La gobernabilidad de estos años tuvo en la CGT uno de sus pilares, en una relación que jamás fue mansa ni sencilla. Si se desarmara, sería un festín para las oposiciones políticas y fácticas que, tras meses de sinsabores, celebraron los chisporroteos. “En el peor de los casos, seguiremos marchando con el mismo rumbo: ellos por la avenida y nosotros por la vereda”, supone (optimista de la voluntad) un moyanista de todas las horas. La sensatez, la comunión de objetivos, el peso de los adversarios, indican que ése es el mínimo común denominador a conservar.
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