Martes, 15 de mayo de 2012 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Martín Granovsky
Estaban atados y encapuchados. Les gritaron: “Pórtense bien, que hoy no queremos matar más a nadie”. Lo escucharon dos abogados, Tomás Fresneda y Carlos Bozzi. Ambos habían sido secuestrados en Mar del Plata. Fresneda está desaparecido junto a otros abogados. Bozzi es el único sobreviviente y es el que contó el grito de los represores el 8 de julio de 1977, hace casi 35 años. También recordó que ese mismo día fue asesinado Norberto Centeno, autor de la Ley de Contrato de Trabajo de 1974 y socio de Jorge Candeloro, raptado en Neuquén y trasladado a Mar del Plata.
Entre los once secuestrados también estaba la mujer de Fresneda, María de las Mercedes Argañaraz.
El episodio quedó en la historia como La Noche de las Corbatas, por el núcleo de abogados privados ilegalmente de su libertad al mismo tiempo, incluso con operativos entre Neuquén y Mar del Plata. Como suele recordar el periodista José Luis Ponsico, testigo clave de los juicios de la verdad en la década de 1990, a la represión militar marplatense se sumaron también miembros de Concentración Nacional Universitaria, la agrupación de extrema derecha que había comenzado a actuar en 1971 con el asesinato de la estudiante Silvia Filler.
Influidos por falangistas y nazis de La Plata, los integrantes de la CNU fueron un verdadero Ku Klux Klan antes de convertirse en parte de la patota que tuvo influencia en la universidad y la Justicia. En ambos sitios había blancos del CNU y también miembros de la CNU que conocían perfectamente a cada uno y actuaron como informantes y operativos en la represión sistemática tras el golpe del 24 de marzo de 1976. Candeloro era miembro de la Asociación Gremial de Abogados, una organización importante en la defensa de presos políticos durante la dictadura de Alejandro Lanusse.
La dictadura de Jorge Rafael Videla utilizó la información previa de la inteligencia militar y los grupos paraestatales y completó la tarea de liquidar corbatas vinculadas con la defensa de las libertades individuales y los derechos de los trabajadores.
Martín Fresneda, que asumirá hoy como secretario de Derechos Humanos de la Nación, no siempre usa corbata. Fresneda es hijo de Tomás. Además de hijo, integra Hijos. Y, en política, es dirigente de la agrupación Arturo Jauretche, del peronismo cordobés. Ligado en Córdoba, donde vive, al secretario de Legal y Técnica Carlos Zannini, fue candidato a diputado nacional en las últimas elecciones y en sus discursos sin corbata reivindicó a todas las líneas juveniles del kirchnerismo.
En los tribunales, en cambio, sí se pone la corbata. Fue abogado querellante en las causas contra Luciano Benjamín Menéndez, el jefe del poderoso Tercer Cuerpo de Ejército bajo cuyo mando funcionaba La Perla, uno de los tres grandes campos de concentración de la Argentina junto con la Escuela de Mecánica de la Armada y las instalaciones del Ejército en Campo de Mayo.
Emotivo sin corbata, prefiere ser didáctico cuando la usa en la Justicia. En el juicio de Menéndez II eligió ese tono para desmontar los argumentos de la defensa. Dijo por ejemplo que en el juicio a los comandantes de 1985 había quedado probado que los decretos ordenando el aniquilamiento del accionar de la guerrilla no tenían por qué ser interpretados como una orden para aniquilar habitantes o ciudadanos. Y al hablar de las directivas de la represión se detuvo en la 405, de 1976: “El Ejército intensificará la lucha contra la subversión en su jurisdicción y fuera de ella mediante la detección y destrucción de las organizaciones subversivas. La prioridad son los ámbitos industriales y educacionales, dando preeminencia a lo urbano sobre lo rural”. Citó también que el Ejército tendrá “responsabilidad primaria en todo el ámbito nacional”. Y leyó un párrafo de esa misma directiva para las operaciones del Ejército: “Conducirá con responsabilidad primaria el esfuerzo de inteligencia en la comunidad informativa contra la subversión mediante la acción coordinada de todos los elementos a su disposición”. También relató un documento hallado en casa de un represor, Luis Manzanelli, sobre el papel de la inteligencia que se debía hacer sobre los detenidos y el uso de la información que se les extraía. La directiva, dijo, consistía en que después del aniquilamiento había que aplicar el mismo método de ejecución extrajudicial sobre quienes la inteligencia llamaba “ideólogos”.
Después de la muerte de Eduardo Duhalde, que encabezó la Secretaría de Derechos Humanos desde el 25 de mayo de 2003, un hijo de desaparecidos ocupa su puesto. Martín Fresneda será otra corbata al frente de la secretaría encargada de articular la promoción de derechos y su protección, tanto en la revisión judicial de los años de plomo como, hacia el futuro, en la vida cotidiana de los habitantes de este país. Cualquier parecido con una parábola sobre la Argentina de la dictadura a la democracia no es, en este caso, simple coincidencia.
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