Sábado, 22 de diciembre de 2012 | Hoy
EL PAíS › EN EL CARREFOUR DE SAN FERNANDO SE CONCENTRO EL INTENTO DE SAQUEO
Por Miguel Jorquera
Caía la tarde y el alumbrado público de la ruta 202 se prendía frente al hipermercado Carrefour de San Fernando rodeado de una barricada, en el norte del conurbano bonaerese. Los intentos de saqueos seguían como durante todo el día. Un enardecido y violento grupo de unos sesenta jóvenes se reagrupaba después de enfrentarse a pedradas con la guardia de Infantería de la Policía Bonaerense para volver a forzar el ingreso por una salida de emergencia del híper que minutos antes habían logrado abrir, tras derribar enormes rejas y prender fuego la usina eléctrica del mercado. La policía volvía a dispersarlo con gases y balas de goma. Apenas a cincuenta metros de distancia sobre la misma ruta, unas 400 personas, la mayoría mujeres impacientes por las largas horas de espera, aguardaban con bolsas y mochilas frente a uno de los portones del Carrefour –custodiado por 30 gendarmes– que les abrieran las rejas para entregarles mercadería, como les habían asegurado a través de un rumor que recorrió media docena de barrios humildes más cercanos. De la misma forma que junto a mensajes de texto se difundieron al menos tres convocatorias para saquear el hipermercado. Ya de noche, el escenario no se había modificado.
Después de la seis de la tarde un centenar de personas del barrio San Lorenzo cruzó por debajo del puente de la Panamericana y caminó unos cien metros para unirse a otras 200 que esperaban frente al portón central del Carrefour sobre la ruta 202. La mayoría eran jóvenes que llegaban desde las barriadas humildes que rodean al híper: Villa del Carmen, San Roque y San Ginés, además de Aviación, como denominan al sector más cercano que rodea el aeródromo de San Fernando ubicado frente al hipermercado. Algunos creían reconocer también en la multitud a otros que llegaban desde el vecino municipio “de Tigre”.
El clima era tenso. La policía estaba dentro del predio cerrado, donde los changos volcados reforzaban las rejas. Afuera estaban los gendarmes con escudos y la guardia de Infantería de la Bonaerense preparada para reprimir los intentos de saqueos que se sucedieron a lo largo del día.
“Esto no es hambre, esta mañana se llevaban bebida y vi pasar a una persona con una pila de sillas de plástico”, contó a este diario María Teresa, una vecina del hipermercado. Martín, uno de sus hijos, era el encargado de abrir y cerrar el candado que resguardaba el portón de la casa para recibir al resto de la familia que llegaba de trabajar. “Esto es organizado, invitaban al saqueo por mensaje de texto: hubo uno a las 10, otros a las 13 y el de ahora, para las seis de la tarde”, agregó Julieta, la hija más joven de la familia. Todos ellos habían visto desde una ubicación privilegiada y en medio de la incertidumbre cada convocatoria, la dispersión que provocaba la policía con gases y balas de goma y la respuesta de piedrazos de quienes querían entrar al híper por la fuerza.
El primero y uno de los más violentos fue por la mañana, donde los saqueadores alcanzaron a penetrar por la parte trasera del híper y llegar hasta un depósito con escaso éxito después de fracasar en su intento de ingresar por las puertas centrales. La retirada fue en los mismos términos. Los piedrazos llovían sobre los policías y el estacionamiento del hipermercado. La estación de servicio Esso de colectora de Panamericana y 202 fue el primer negocio saqueado en apenas minutos. La corrida llegó hasta la comercial avenida Avellaneda, donde los saqueadores dejaron vacía una carnicería y asaltaron otros comercios más chicos. Pero la tensión seguía puesta sobre Carrefour.
Al caer la tarde el grueso de las personas que se habían vuelto a concentrar frente al hipermercado eran mujeres. A ellas les darían la mercadería según el rumor que había surgido en los barrios. De a poco se sumaban otros. La mayoría llegó a pie, aunque muchos lo hicieron en bicicleta, otros en ciclomotores y hasta tres carros tirados por caballos que pastaban cerca del alambrado perimetral del aeródromo.
“Yo necesito pañales para mi hijo”, le dijo Jésica, embarazada de cuatro meses a sus amigas. Página/12 las consultó sobre lo que cada una de ellas se llevaría si pudiera elegir. “Carne”, dijo sin dudar Victoria, que trabaja en casas de familia, pero ya no tiene muchas horas. La lista se completó rápidamente con “pollo, yerba y azúcar”, aunque las restantes prefirieron el anonimato. “Pan dulce”, agregó otra para concluir que “no estamos tan mal, pero tampoco nos sobra nada”. “¡Se les va a vencer!”, gritó luego para clamar por la tediosa espera de los más pacíficos. “Si los pibes siguen bardeando nos van a terminar de correr a todos”, se lamentó Victoria. Volvieron a sonar los disparos de gases y balas de goma ante una nueva arremetida de los jóvenes violentos. Llegaba la noche y ninguno de los grupos desistía en su espera, pero hasta casi las nueve de la noche ninguno había logrado su objetivo. La tensión continuaba.
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