Martes, 26 de noviembre de 2013 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Guido Croxatto *
Para entender cuánto y cómo –y por qué– avanza o evoluciona una democracia hay un índice claro: la ampliación de derechos. A más derechos, más democracia. A menos derechos, a derechos recortados, menos democracia. Los derechos humanos configuran el contenido ético de la democracia (decía Eduardo Luis Duhalde). Los derechos humanos son un piso mínimo. Una garantía básica de la persona. En estos treinta años se avanzó (a distinto ritmo) en la consolidación de leyes que reconocen como nuevos sujetos de derecho a personas antes marginadas, cosificadas, tuteladas como objetos (los hijos de desaparecidos pasaron a ser sujetos de derecho con los juicios de DD.HH. y las políticas de la memoria que les devolvieron su identidad, les devolvieron un sentido a la justicia, a la jurisdicción, a los testimonios). La legislación del derecho a la memoria fue un paso decisivo, pero también la ley de identidad de género, la ley de matrimonio igualitario y la importantísima ley de salud mental (pero también el desendeudamiento externo, la relación más crítica con las instituciones financieras internacionales, la recuperación de recursos naturales, la integración regional, la reivindicación de una parte que había sido negada de la historia) reconocen como sujetos, como otros con derechos, a personas que antes eran negadas, encerradas y tratadas no como sujetos con dignidad, sino como objetos sin voz. La línea que separa un objeto de un sujeto de derecho (es decir, un objeto de una persona) es la línea esencial que define a la democracia. El nuevo código civil debe ser pensado en este camino. Como un camino de ampliación de derechos civiles. Las dictaduras y los gobiernos autoritarios tratan objetos, por eso son autoritarios: quitan derechos a las personas. No tratan sujetos. Tratan objetos, cosas inertes (que pasan a “disposición final”). La calidad de una democracia se define en el derecho, en la capacidad de avanzar en el reconocimiento de todos los sujetos de derecho y todas las subjetividades que tanto el derecho como la política, durante mucho tiempo, han negado. Esta es la esencia de la democracia: ir reconocimiento siempre más –nuevos– sujetos de derecho. No negarle a nadie su calidad de persona. No desaparecer. Ampliar el derecho a ser persona (no ser un “loco”, un “enfermo”, un menor, un discapacitado). No quitar derechos sino ampliarlos. Ampliar la comunidad y la participación, no marginando ni discriminando en razón de ningún motivo. Promover la tolerancia. No poner derechos con otro nombre (la consigna de grupos que reivindican con razón su identidad sexual es “El mismo amor, el mismo derecho con el mismo nombre”). No estigmatizar. Ampliar derechos es ampliar la democracia. Este debe ser el eje de un nuevo código civil: abolir todos los conceptos (como el concepto de “discapacitado”) que violan la autonomía y la dignidad de cada persona, conceptos vinculados a la eugenesia, el control social, la preeminencia del patrimonio sobre la personalidad (por eso se regula la discapacidad en el derecho civil). En el siglo XXI ya no hay lugar para la discapacidad. Ya no hay lugar para declarar que una persona es “inválida”. Debe haber un cambio de modelo o paradigma en la justicia civil. Para el derecho no puede haber discapacitados. Sólo personas.
Por eso debemos problematizar fenómenos que violan derechos y que nos parecen muchas veces normales (porque encarnan una violencia habituada, invisible, que no vemos: como la prostitución o la cárcel como un espacio sin ley, donde no rige el derecho, como dice Alberto Bovino). Porque allí también hay sujetos. No prostitutas o delincuentes, sino sujetos. Personas que no vemos. Palabra. La democracia avanza cuando empieza a ver sujetos (así se abolió la esclavitud, los esclavos eran vistos como cosas y una cosa no tiene derechos, pero llegaron a ser personas, sujetos de derecho civil) y esto se logra empezando a ver como violencia lo que antes (hoy) no era (es) visto como tal, sino como tradición, o como cultura (la esclavitud era “tradición”, en su momento era derecho del amo tener esclavos). Esto se rompe con el diálogo. Reconociendo la calidad de sujetos de esos objetos (esclavos). Llegar a ser sujeto es luchar por la propia identidad. Por la propia palabra. Por ser parte de un diálogo (precisamente una esfera pública que antes estaba vedada a esclavos, a jóvenes, a indígenas, a enfermos mentales, a homosexuales, a inmigrantes, a discapacitados, a menores de edad). Donde hay diálogo hay identidad. Donde hay diálogo (donde hay iguales que dialogan) hay más democracia. Vencer las consecuencias de la desaparición (como práctica genocida y como cultura), generada e instalada durante el Proceso, fue el primer paso. No el último. La política de derechos humanos (una política de visibilización), deja un modelo para toda la política, y para todo el derecho (público y privado) deja todo un camino aún por recorrer. Devolver la identidad y restablecer derechos es ampliar la democracia. Cada día un poco más. Vencer las consecuencias, como decía Nino, del “mal absoluto”, un mal que no se acaba aritméticamente a través de un juicio (que es necesario) en una fecha prestablecida, porque la esencial del mismo nace de la sociedad que lo albergó y lo alberga. El juicio debe cambiar la conciencia. El mal no se acaba con la condena, sino con el aprendizaje derivado (restablecer la idea de comunidad es restablecer los lazos sociales que rompió el Proceso). Se busca consolidar un así nuevo derecho, nuevas garantías, nuevas figuras, civiles y penales, hijas de una nueva conciencia. Se trata de generar en todos los planos más conciencia democrática. Más derecho. En ese sentido, la misión de la democracia es seguir educando. Ya los griegos lo decían: la democracia es la práctica pública (la virtud) del humanismo. La capacidad de ver a los otros. Eso es la democracia. Ver a los otros. No discriminar sino integrar. Incluir. Reconocer derechos. Reconocer formas de vida, culturas, tradiciones. Lenguajes. A diferencia de la dictadura, que no los ve. Los desaparece. O los roba. La democracia los fue a buscar (a los otros) y todavía los busca. Busca y descubre sujetos de derecho. Les da la palabra, lo que, según Celan, es casi como dar la vida. Raúl Alfonsín tenía razón. Con la democracia se vive.
* UBA-Conicet.
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