EL PAíS › OPINIóN

Rivadavia, Cavallo y los giros de la historia

 Por Julián Domínguez *

Es una práctica común entre los historiadores fascinarse con las similitudes y semejanzas entre personajes y acontecimientos a lo largo del tiempo. Quizás uno de los paralelismos más evidentes que se puedan trazar en la historia argentina sea el de Bernardino Rivadavia y Domingo F. Cavallo, actores que quedarán grabados a fuego en la memoria colectiva por su responsabilidad en el endeudamiento externo de nuestra Nación.

El ex presidente unitario es, básicamente, el fundador de la deuda externa argentina. Cuando, en 1824, el gobierno de Rivadavia impulsó el empréstito de la casa Baring Brothers, dio inicio a una larga trayectoria de influencia directa de los capitales financieros en los poderes públicos de la República. En esa oportunidad, se acordó un préstamo por 1.000.000 de libras, con tasas usurarias y condiciones desfavorables para nuestro país. Luego del pago de comisiones y diversas transacciones financieras, a la Argentina llegarían tan sólo 580.000 libras. Lo que vino después es tristemente célebre: el dinero prestado nunca se destinó a las obras públicas previstas y la deuda se terminó de saldar recién en 1904, luego de haber pagado 14 veces el valor original del crédito.

Años más tarde, la historia de subordinación de los intereses nacionales a los capitales financieros se repetiría, en un nuevo tiempo, bajo otras condiciones y otros intérpretes pero con un mismo fin: la expoliación de las riquezas de nuestra patria. En junio de 2001, siguiendo los consejos del banquero David Mulford, del Credit Suisse First Boston (CSFB), De la Rúa y Cavallo decidieron realizar un megacanje de la deuda externa argentina, con el objetivo de evitar un inminente default, aplazando el vencimiento de los bonos soberanos y ofrendándoles así tranquilidad a los patrones financieros.

A través del decreto PEN 648/2001, que designó como colocadores de deuda a los mismos bancos que eran tenedores de los títulos que se iban a canjear, el Estado Nacional convalidó que se fundiera en una sola persona jurídica el rol de acreedor y deudor. Es decir, riesgo cero y ganancia garantizada para los bancos, en una operación financiera que tardaría poco tiempo en traducirse en estallido social y en pesada herencia para todos los argentinos.

En efecto, la magnitud de las secuelas de dicha maniobra financiera no deja de sorprender. Tras el canje de bonos, entre capital e intereses la deuda externa argentina aumentó 55.400 millones de dólares. Los bancos, claro está, recogieron las flores y no las espinas de esta operación: las siete principales entidades financieras embolsaron 150 millones de dólares en comisiones, a pesar de haber canjeado títulos que ya estaban en sus carteras y de haber sido intermediarios de sí mismos (más que un megacanje fue un autocanje). De ese total, cabe aclarar que David Mulford (por entonces presentado por algunos medios de comunicación como el salvador de la patria) recibió por sus servicios alrededor de 20 millones de dólares.

Llama la atención que una estafa tan elocuente y perniciosa para los intereses de la Nación haya terminado, 13 años después, en la absolución del ex ministro de Economía Domingo Cavallo por el delito de negociaciones incompatibles con la función pública. Probablemente serán los libros de historia los que terminen ubicando a Cavallo en su justo lugar, cercano a Bernardino Rivadavia. Quedarán entonces asociados el padre de la deuda externa en el siglo XIX y quien más la aumentó en el siglo XX, protagonistas de una historia que no debemos repetir, pero que no podemos olvidar.

* Presidente de la Cámara de Diputados de la Nación.

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