EL PAíS › OPINIóN

Peripecias sin causa

 Por Mario Wainfeld

Es imposible saberlo, pero posiblemente ni la querellante Sandra Arroyo Salgado esperaba que prosperara su recusación contra la fiscal Viviana Fein. Los fundamentos eran entre insólitos y descabellados. Las causales de recusación a una fiscal son taxativas, excepcional su admisión.

Tal vez se equivocó o se tuvo demasiada fe o buscaba otro objetivo. Arroyo Salgado dista de ser una protagonista novata, ingenua o sin recursos. Ejerce su poder sin ambages, se vale de sus influencias corporativas, es tenaz y voluntarista. Pero todo tiene un límite y hasta una lógica, aun en Tribunales. La jueza Fabiana Palmaghini rechazó el pedido y la cuestionó con suave severidad. El oxímoron vale porque la conducta procesal de Arroyo Salgado merecía una reprimenda mayor, por ahí una sanción.

Fein podrá seguir adelante con su labor, re-dinamizar el encuentro entre peritos oficiales y consultores privados que sustentan posiciones distintas. Esa instancia fue solicitada por la querella, quien luego la obstruyó. Así funciona la causa en la que se trata de develar la causa de la muerte dudosa y violenta del fiscal Alberto Nisman.

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Son constantes los choques entre Arroyo Salgado y Fein, eventualmente los medios los describen en clave teatral o melodramática. Hay quien dice que no deberían suscitarse enfrentamientos entre la querella y la fiscalía porque ambas están del mismo lado, en la búsqueda de la verdad. Así contado, es un simplismo que peca de ingenuidad. Son partes diferentes, para empezar, y cada cual tiene “su” verdad. La fiscalía representa al interés público y carga sobre ella la carga de acusar, en general. La querella representa a particulares con interés legítimo pero personalizado. Su investidura es distinta.

En este expediente peculiar la fiscal no acusa, por ahora al menos, porque primero debe investigar y dictaminar si hubo suicidio u homicidio. Esa es la primera divisoria de aguas. La querella afirma que fue asesinato, no acepta la duda que sostiene Fein, con sensatez y apego a sus deberes.

La madre de las hijas de Nisman tiene derecho a proponer la teoría que mejor le parezca o le convenga aunque eso no le da la razón, contrariando las simplezas que se escriben por doquier.

Legalmente, pues, querella y fiscalía no son lo mismo. Empíricamente pueden diferir sus puntos de vista, aun cuando hay crimen comprobado y un acusado. Las personas memoriosas recordarán el caso García Belsunce: el fiscal acusó a su esposo Carlos Carrascosa por el asesinato. Familiares querellantes bancaban al procesado, se oponían a que se lo condenara: consideraban que el asesino era otro individuo, ajeno al mundo de los afectos personales.

Las diferencias de enfoque o respecto de la valoración de la prueba están, pues, en el repertorio de lo posible. Lo sorprendente, entre integrantes de un mismo poder del Estado, es el permanente destrato de la jueza Arroyo Salgado a la fiscal. Y muy particularmente, la cantidad de escollos que opone al avance de la causa.

Hay otros reproches de la querellante contradictorios con sus propios actos.

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Arroyo se queja de las filtraciones a los medios, con especial énfasis en aquellas que buscarían desacreditar la imagen de Nisman. A su vez, ella y sus peritos filtran carradas de datos a periodistas o medios amigables. Ese doble juego de las partes (quejarse porque otros intervinientes hacen lo mismo que ellos, con objetivos distintos) es tan común en los expedientes que casi no dan ganas de remarcarlo. Arroyo acepta reportajes, sus peritos de parte también, todos anticiparon prueba en una conferencia de prensa con escenografía tan severa cuan planeada.

Pero hay algo más serio. Se ha difundido muchísima información sobre Nisman, en general ha deteriorado la imagen mítica que quisieron dibujarle. Este cronista no cree ser el intérprete acabado de la opinión pública. Así que asume como posible que fotos del fiscal, bien acompañado en parajes envidiables, hayan tenido impacto negativo, aunque el derecho a la intimidad debería velar esas lecturas. Pero está convencido de que son otros hechos los que lo dejan peor parado.

Entre los principales está la existencia de una cuenta en un banco extranjero con su dinero pero abierta a nombre de terceros. Una cuenta con fondos presumiblemente no declarados a la AFIP, en posible violación legal. Arroyo Salgado divulgó el hecho que detonó las esperables sospechas e investigaciones.

El asedio permanente de la querella al servicial informático Diego Lagomarsino también agitó las aguas. La querella parece querer llegar a culpar a Lagomarsino por homicidio, aunque todavía no ha armado un relato que sustente su tesis.

Lo que sí hace es sitiarlo, motivando reacciones del hombre que cuenta con un abogado también mañero y astuto, Maximiliano Rusconi. Lagomarsino dijo que el generoso sueldo que cobraba en la fiscalía no era consecuencia de la magnanimidad del fiscal, ya que le devolvía la mitad, mes a mes.

El abogado Claudio Rabinovich, un amigo y compañero de secundaria de Nisman, también recibía buena paga por labores poco especificadas, que lo eximían de la gravosa carga del presentismo. Al no estar concernido por la investigación, no se le pregunta más. En los primeros días, tratando de zafar de cualquier consecuencia, también narró ante oídos atentos que era un ñoqui en la fiscalía.

La plantilla de personal de la Unidad Fiscal AMIA muestra otras personas de especialidades exóticas para la pesquisa criminal, cuya presencia es difícil de explicar en términos cartesianos.

Tales hechos, acumulados, damnifican a la imagen de Nisman más que sus diversiones. El más chocante, se insiste, fue aportado por la ex esposa y les pega en carambola a la madre Sara Garfunkel y a la hermana. Conjeturar los motivos del obrar de Arroyo Salgado es forzado. Es evidente advertir que ha introducido elementos explosivos en la causa y sus alrededores.

Algo aprendió el autor de esta nota en veinticinco años de ejercicio activo de la abogacía y unos cuantos como periodista. Quien quiere llegar a un veredicto justo está en figurillas. Quien aspira a demorar los trámites, siempre logrará su cometido, en todo o en parte.

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La morosidad de la instrucción es una crítica muy extendida. Fein seguramente comete errores, entre ellos transmitir parsimonia. Nadie, salvo Arroyo Salgado, le endilga parcialidad, pereza o mala fe. La comparación con los jueces o con sus pares de Comodoro Py deja a Fein, entonces, muy bien parada. Arroyo Salgado ansía que la causa derive hacia ese edificio, que es sinónimo de injusticia y de desidia.

Se están por cumplir tres meses desde el trágico fallecimiento de Nisman y se ignora su causa. Se pontifica que el transcurso de ese plazo sin certezas genera paradójicamente una: no fue suicidio. Esa conclusión fundamentalista no tiene anclaje legal, pero prende como casi todos los lugares comunes tajantes. Cuando se habla en general, cualquier “verdad” es posible. Hete aquí que este hecho no ocurre en un contexto “de laboratorio” o en una probeta, sino en un clima político enrarecido, donde demasiados sectores o protagonistas dan por descontado qué pasó... aunque no lo saben.

El expediente se conecta y encastra con otros, son cual mamushkas. De vez en cuando, generan nuevas causas, como las que investiga la cuenta off shore. Hablemos de la duración de las que acumulan años, lustros, telarañas.

El atentado a la AMIA va a cumplir 21 años y casi nada se avanzó para dilucidarlo. La versión de Nisman se transformó en un mito urbano que su muerte potenció, pero ni los periodistas especializados ni los familiares de las víctimas creen que la tesis del fiscal era y es correcta.

Está atrancado el proceso por el encubrimiento que sí ocurrió y que ahora se quiere negar u ocultar porque conviene a la narrativa de la oposición, de Estados Unidos y de Israel. El juicio oral, programado para este año, tras más de una década, parece enfilar hacia el 2016 o quién sabe hasta cuándo. La Corte Suprema y el Tribunal Oral juegan al Gran Bonete polemizando acerca de quién es responsable de la enésima postergación. Todos, se puntualiza, integran el mismo poder del Estado, que se ufana de su independencia.

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La pesquisa sobre la muerte de Nisman dista de ser modelo de eficiencia, pocos hay en tribunales. Hasta ahora, las evidencias sugieren más un suicidio que un homicidio, pero no se termina de colectar las pruebas. Quizás se podría remontar la cuesta si no mediaran tantos ripios en el camino y tantas presiones externas. Suena difícil.

Final abierto, entonces, supeditado a varios factores, entre ellos la cooperación de las partes. Al cronista le tienta ir cerrando con una digresión ilustrativa o más bien un paralelismo. Alude a otro protagonista con una semanita de fama: el árbitro de fútbol Germán Delfino. Laburando, revió una decisión propia, equivocada. Hizo justicia pero, tal parece, alteró las reglas de procedimiento. Está en apuros, posiblemente mayores que si hubiera convalidado una trampa. Su calvario es menos exótico que lo que podría suponerse. Las reglas procesales priorizan el rito sobre el fondo, los procedimientos sobre la equidad. En un punto extremo, la certeza sobre la justicia.

Ojalá el caso Nisman sea la excepción, que no alteraría la estadística pero mejoraría la coyuntura.

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